Israel de la Rosa

Artículos de opinión

Los nuevos pobres

27/2/2021

 

Enero, 2021

          Resulta sencillo identificar a un pobre hombre, es decir, a un nuevo rico. La vida cruel se ensañó siempre con él, negándole el duro tenazmente, sometiéndolo a nefandas bajezas, privándolo del largo y feliz verano que el resto del mundo, sin excepción, sin merecerlo, disfrutaba en las arenas cálidas y sedosas, entre risas y opulentas mesas de fino mantel y grueso crustáceo. La vida, animal perverso, se mofó de su miseria y premió a los demás. A todos, sin excepción, sin merecerlo. A su vecino incluso, para mayor escarnio.
          Hasta hoy. Porque la suerte le ha sonreído y lo ha cubierto de inopinada gloria. El décimo. O la herencia de la vieja, a quien con tan denodado esfuerzo dedicó, cuando tocaba, amables y parcas palabras. Y ahora es tiempo, para el pobre hombre, para el nuevo rico, de desandar con premura el espinoso camino y mostrar a sus semejantes cuánto tiene, cuánto vale. De qué sirve poseer un imperio, carajo, si ante nadie puede exhibirlo. De qué sirve empaparse en literatura —demencial pereza— si puede tomarse el atajo de los dineros para blandir satisfactoriamente el refulgente cetro de la cultura: «Póngame dos estatuas en el jardín, bien gordas, y otra en el descansillo».
      Reconocer al hombre pobre, al nuevo hombre pobre que a su paso demoledor construye esta época brumosa y salvaje, por el contrario, es enormemente complicado. El fabricante minucioso y entregado, el solícito vendedor, la desvelada profesora, el camarero paciente y risueño, la apasionada artista, el huraño banquero… Cualquiera puede serlo. No hay patrón matemático en la búsqueda. La persona responsable y sencilla, aun desmadejada por el embate del apuro, de la monstruosa ruina, se resistirá a encenderse en visibles aspavientos. A menudo, craso error, se confunde la dignidad con el valor. Hay muchas buenas personas cobardes. A nadie se ha instruido con anterioridad para lidiar con el abismo. No hay madre cabalmente preparada para enfrentarse a los ojos vidriosos de un niño que no tiene qué comer.
       Ardua tarea es trazar el dibujo preciso del nuevo pobre. A menudo, repugnante costumbre, confundimos las lágrimas con el verdadero dolor.

0 Comentarios

El año difunto

16/2/2021

 

Diciembre, 2020

          Lo que este oscuro año deja atrás, entre brumas de encendido calvario, es la huella profunda y gelatinosa de una luctuosa tragedia. Este año que acaba, erigido por fuerza en negra y descarriada oveja del calendario más infame, será recordado, a nuestro pesar, como el año de las sombras, como el año del miedo, como el monstruo maldito e insaciable que, con obscena fruición, mutiló nuestras vidas.
         El pudor que exhiben las autoridades al mencionar las cifras mortuorias —y hablar de pudor entre gobernantes es mucho hablar— resulta comprensible. Hace demasiado tiempo que la asunción de la catástrofe comenzó a desgarrar las vestiduras oficiales. Disfrazar las angulosas cifras, maquillar los números fúnebres y presentarlos a la baja, como en la más grotesca lonja de pescado, resulta humano y comprensible. Pero hasta un niño de seis años, empuñando sus recién estrenadas nociones de matemática elemental, podría refutar sin esfuerzo el más elaborado y sonrojante informe.
       Y un servidor, que es necio, se pregunta con abrumado y sincero asombro por qué es necesario recurrir a la mentira pueril, y cuál es el objetivo de esconder unos números que, de un modo u otro, conoceremos mañana.
          Lo que este año tenebroso deja atrás, entre jirones de ensangrentado suplicio, es la huella honda y viscosa de una aterradora desventura. Este año que afortunadamente acaba, coronado con honores abominables, con estigma y suma vergüenza, será vilipendiado y recordado, a nuestro pesar, como el año del dolor, como el año de la interminable agonía, como el endriago agazapado en el armario que, con crueldad regocijante, mutiló nuestras familias. Lo que deja atrás es la insoportable visión de una estremecedora montaña de cadáveres, y lo que se lleva, lo que este año nos arrebató, es la esperanza y los planes truncados tempranamente de miles de personas inocentes.
        Año malcarado y difunto, aborrecible, de talante repugnante, que se extingue en merecido funeral sin dolientes.

0 Comentarios

Desahucio nocturno

11/2/2021

 

Noviembre, 2020

          El drama de la noche, la tragedia del empleo nocturno. En Madrid, por ejemplo, como ciudad baluarte, estandarte vistoso de nobles victorias y estruendosas derrotas. En Madrid, como ilustración y resplandeciente ejemplo, donde con el telón del ocaso y la luna vestida de largo, acicalada y risueña, se hace caja —se hacía, perdón por el tiempo verbal— tradicional y frenéticamente, a un ritmo grosero y endiablado. La noche y el ocio, artesanos premium —perdón por el modernismo de imbéciles— del dinero abundante y fresco, apelmazado, que se desliza de mano en mano, húmedo y escurridizo, ofrecido cual amoroso y tácito acuerdo, como el vértigo de un primer beso.
         Cuidado con el entramado, con la retahíla de imprescindibles eslabones que la noche, ayer, sustentaba: camareros, encargados de sala, cocineros, aparcacoches, responsables de guardarropa, recogevasos, porteros, extras de fin de semana, cantantes, bailarinas, animadores, recepcionistas, tarjeteros, pinchadiscos, floristas, distribuidores de hielo, limpiadoras, fruteros, intérpretes, organizadores y guías de grupos, acompañantes, bocadilleros de madrugada, vendedores de recuerdos… y algunos más, de intraducible género. Cuidado con el calvario, que no es cosa de risa, sino de amargo llanto.
       En la mayoría de los casos, aquí aparece el desgarro, se trata de personas que no tienen derecho a reclamar nada. Son oficios de manga baja en que la noche se ha apoyado siempre implícitamente, que se nutren de la inmensa cosecha, pero que muerta la noche, como el perro, se quedaron sin rabia. No les queda ni mocos que comer. Pero ojo con el sainete, que no es cosa de andar con guasa.
          Se atisbó el drama en marzo, aunque pequeño, pasajero. Se barruntó la tragedia, aunque menor, llevadera. Esto se arregla en un mes, en abril estamos levantando el gintoni. Hablar de trimestre era cosa de dementes, de borrachos. Hablar de semestre, de temerarios. Hablar de otra cosa, incongruente, de ser un necio. Pero lo que llegó más tarde, lo que embarra ahora la calle, no es sino auténtico desahucio en vida, sino una espeluznante herida abierta en el grueso ocio nocturno, carente ya de sangre. Y del aire no se come, del aire no se vive, por mucho que sople, y los eslabones endebles no tienen derecho a reclamar nada. Y así están. Y así estamos.

0 Comentarios

Se nos mueren

2/2/2021

 

Noviembre, 2020

          Más allá del ruido y del impertinente crujido de la madera, en las pulcras bancadas, más allá del insulto y del aspaviento airado, más allá de todo eso, que poco importa, que mucho tiene de espectáculo, de vana ópera bufa, queda el vacío terrible, el domingo sin abuelo.
          Se nos mueren, mire usted, se nos van, de uno en uno, y ni el lazo infalible que antes los retenía más tiempo entre nosotros, el de los brazos de un niño, ni esa dulce y certera trampa logra apresarlos ahora. Se nos mueren, se nos van, de uno en uno.
             Discuten sus señorías con elevado porte, con estómagos llenos, en la preciosa y mullida butaca del escaño. Discuten primero, y garabatean después en la intimidad del coche oficial, con mísera sintaxis, con estómagos llenos, en sus teléfonos de alta gama. Literatura de andar por casa, política de caracteres limitados, personalidad de bolsillo y carisma de viernes negro.
           Y, mientras, nuestros mayores se mueren. Por usted, y por el otro, y por la de dos filas más arriba. Y el Congreso sin barrer.
           Se nos mueren, mire usted, y hay que inventar nuevos pretextos cada día, porque los niños, incluso con su natural ingenuidad, se han dado cuenta de que son muchas muertes. El abuelo de su amigo también, y la abuela de la vecina, y la tía de papá, que apenas había brincado los sesenta. Son demasiados, son tragedias tempranas, y las mentiras se quedan cortas, se quedan pobres, como el país, pero de eso me quejaré otro día.
        Nos ha alcanzado ya la época cruda de las mañanas frías, y nos estamos abrigando con lo que sobró de un beso, con las migajas de un recuerdo grato, con apretones blandos de mano. Y no da para mucho, no da para más. Se hace cuesta arriba cargar con el miedo, con el susto cotidiano del timbre, con la noticia inopinada y repentina. Se nos mueren ellos, nuestros mayores, y a nosotros se nos desarma la vida.
            Porque más allá del estruendo y del insolente crujido de la madera, en las primorosas bancadas, más allá del exabrupto y del ademán colérico, más allá de todo eso, que poco tiene de ingenioso, que nada tiene de veraz, queda el horrible silencio del sepulcro, el domingo sin abuelo.

0 Comentarios

Vacunas lorquianas

18/1/2021

 

Diciembre, 2020

          El gentío se acumula —en futuro histórico todo el cuento—, borracho de algarada y de entusiasmo avinagrado, a las puertas de la botica. La del barrio, la buena. Parroquianos de taberna arrastrados hoy por la marea del miedo, llevados en volandas contra su deseo, a mugrientos hombros de la más incisiva aprensión. Se escucha sabiduría de toda suerte: ≪Por si acaso≫, ≪La ciencia es religión≫, ≪Hombre prevenido vale por dos≫. ≪Y mujer≫, apostilla una moza enseguida, con semblante cítrico, con ojos de gresca.
          A las cinco de la tarde, el coso a reventar de gente, frente a la botica. La del barrio, la buena, la que supura confianza. El rebaño batiendo la arena, hollando el ruedo con ansia salvaje, con la pezuña tiesa, inquieta. Hoy toca, lo ha dicho la prensa. La suya, la buena, la que no miente nunca. La otra no cuenta. A las cinco de la tarde, la turba golpea con el lomo los cristales y los comba, sedienta de dosis, de vida, ahíta de urgencia. Mi reino por un jeringuillazo. A mí primero, que estoy falto. Lamiendo la persiana, rasgando con los dientes el cartelón de publicidad —gel de higiene íntima, que proporciona frescor—, frotándose con avidez las manos de revolucionario de sofá, el negacionista, que ayer juraba que todo era chanza y conspiración. El más madrugador, míralo, empujando y metiendo el codo en los riñones ajenos.
     Gime el clarín a las cinco de la tarde, hermoso y aterciopelado. El farmacéutico, a lomos de un garboso caballo cobrizo, luciéndose con laboriosas cabriolas el animal, henchido de orgullo el boticario en su pulcra bata, irrumpe en la plaza abarrotada. El ole es un estruendo de fiesta en el tendido, un clamor conmovido. Copas de vino en alto, cristal fino. Qué maestría, qué arte mayúsculo. La banderilla, provista de émbolo y estandarte, se eleva majestuosa en el aire, desafiante, y en un santiamén se clava en el hueso.
≪¡Ole!≫, celebra el hirviente graderío, y la multitud estalla en aplausos. Hay vítores y desmayos, hay catarsis, hay tutía.
          A las cinco de la tarde. Agua de mayo en jeringa.


0 Comentarios

    Archivos

    Febrero 2021
    Enero 2021

    Categorías

    Todos
    Bares
    Crisis
    Discotecas
    Drama
    Empleo
    Hostelería
    Lorca
    Muerte
    Noche
    Pandemia
    Paro
    Pobreza
    Tragedia
    Vacuna
    Vejez
    Virus

    Fuente RSS

Con tecnología de Crea tu propio sitio web único con plantillas personalizables.
  • Inicio
  • Reseña en EL CULTURAL
  • Relatos breves de una vida
  • Artículos de opinión
  • Blog, un poco de todo
  • Fotógrafo
  • Contacto
  • Inicio
  • Reseña en EL CULTURAL
  • Relatos breves de una vida
  • Artículos de opinión
  • Blog, un poco de todo
  • Fotógrafo
  • Contacto