Relatos breves de una vida
El pirata y su palo por pata3/7/2019 Siguió las huellas del corazón, que eran como nubecillas rojas en la arena. Tropezó, tosió y se sentó a comer un coco y un melón. Después, desempolvando su pena, con la panza hinchada y las mejillas coloradas, el pirata y su palo por pata prosiguieron buscando el corazón, que era, para él, como un enorme tesoro, como un cofre repleto de oro, como su vida entera. La princesa, que antes fuera duquesa y alegre vendedora de fresas, en aquel mercado olvidado de aquel pueblecillo precioso y aislado, había negado el amor al pirata, y también a su palo por pata. Él la quiso con locura, con amarga entrega y dulzura, y, aunque prometió en rica seda envolverle la luna, la princesa, ensimismada, por un rico marqués embelesada, negó su amor al pirata. A él y a su palo por pata. "Sueño con tu mirada, princesa mía, con tus ojos grandes y tristones, y me embarco en ellos, cada noche, atravieso mares oscuros de aguas heladas, defiendo tu honor ante bandidos y bribones, y exhausto al final del viaje y la dura jornada, me adormezco en los brazos de tu recuerdo, mi princesa amada". En aquella isla desierta y desterrada, entre rocas, traviesos cangrejos y ensenadas, el pirata y su palo por pata seguían las huellas y buscaban, con cada nuevo amanecer, el corazón de su princesa deseada. A él, que nunca le importó que antes fuera duquesa y alegre vendedora de fresas, que jamás había enarbolado un reproche a su desordenada procedencia y cuna, le bastaba una mínima pista en la arena para desvanecer su tristeza y su pena y reanudar con ahínco su amorosa pesquisa. Y cuando florecía la noche, y sus cabellos canos alborotaba la brisa, tres flacos gusanos tomaba por cena, tres gusanos y el recuerdo de su cristalina risa. "Sueño contigo, princesa mía, a la tenue luz de esta luna, sueño con tener la fortuna, un día, de que tu vida y la mía sean sólo una."
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Duendecillo del alba1/7/2019
No hay madrugada, no hay lienzo de estrellas dormidas, no hay sol de ojos entornados que bostece entre nubes cobrizas, ni nubes cobrizas, no hay amanecer, ni aromas de café primerizos, no hay leves reproches de niños perezosos, ni conductor de autobús, ni caprichos densos de chocolate. No hay luz, ni esperanza, ni deseo. Sin ti, duendecillo del alba, no hay nuevo día. El muchacho enamorado camina sin rumbo, atrapado en la noche, en la noche larga y oscura que apenas consuela y alienta el latido vacilante de su corazón, camina sin brújula en la mirada, enfermos los vaivenes de su cordura, apoyado débilmente en la baranda de bruma y espuma que le tienden sus recuerdos. El muchacho enamorado guarda con celo sus lágrimas, las protege con tenaz coraje, las custodia ante el miedo y la duda, las aparta, desazonado, de las afiladas garras de la sospecha. Ay, duendecillo del alba, ven, acércate, pues sin ti no hay nuevo día. El muchacho enamorado deambula sin paso entre callejones solitarios y estrechos, encaramado a su burbuja de aflicción, flotando en la noche larga y oscura, su ánimo menoscabado, febriles los vaivenes de su anhelo, aferrado a la estela desvanecida de su memoria. Empuña, desafiante, imaginarias espadas en alto con las que reta al tiempo, a esa noche, larga y oscura, que, terca, porfiada, se resiste a marchar. Porque sin ti, duendecillo del alba, no hay madrugada, no hay lienzo de azules terciopelos, ni estrellas dormidas, no hay sol de ojos entornados que bostece entre nubes púrpuras, ni nubes púrpuras, no hay amanecer, ni aromas tempranos de café. Sin ti, duendecillo del alba, no hay nuevo día, y, sin nuevo día, no hay nada. Ven entonces, duendecillo, y disipa la noche, y permite al muchacho enamorado extinguir el temor y la angustia, al fin, entre sus brazos. Cambio de aires26/6/2019 Amalia se despidió de la familia, de los amigos, de sus vecinos, de los tenderos del barrio y del cartero que jamás le trajo la carta que esperaba. Se despidió de todo el mundo, y después se metió en la cama y se marchó. Cada uno tenía su hora, bien lo había sabido ella hasta hoy. A cada uno le tocaba cuando le tenía que tocar, y no había verdad más grande. Su padre decía que a unos les tocaba antes de que lo esperasen y que, a otros, les tocaba antes de que lo merecieran, pero que la vieja de la guadaña siempre estaba ahí, que siempre aparecía sin avisar y sin pedir permiso. Cuando a uno le llegaba el premio, no había puertas cerradas. Decía que la vida podía o no parecer injusta, que los había con suerte y evitaban a la vieja hasta muy tarde, y que los había desgraciados a los que atrapaba en la primera curva, pero que la vida era lo que era, y que no había más leña que la que ardía. Aunque otra verdad muy distinta, y bien lo había sabido Amalia, era que la vieja la esquivara a una sin motivo. Aguardó la carta de Ignacio después de que él se marchara al extranjero. Despertó cada una de las mañanas que formaron su ausencia con una sonrisa en el alma y un suspiro en la garganta, y bajó al buzón de puntillas cada una de las tardes que poco a poco formarían su infierno. Al cabo de tres años, la carta que llegó no era de Ignacio, sino de un desconocido que le informaba de su muerte. Pero ella se negó a creerlo y, testaruda y obcecada como una niña, se convenció de que sólo era una coincidencia desagradable. Y aguardó todavía la carta de Ignacio, y despertó cada mañana con la sonrisa en el alma, y bajó cada tarde al buzón tan esperanzada como siempre. Y la pretendieron hombres, y se enamoró de ella el atardecer, y la luna le recitó versos las noches de verano, pero nada logró apartarla del recuerdo. Amalia miraba las cosas por encima de su significado y, aunque fingía ser coherente en su diálogo con los demás, hasta el último de los gorriones que la visitaron en su ventana supo de su pena y de su vacío interno, y de la locura en forma de serpiente que la rondaba en sus sueños. Por eso, cuando se despidió de todo el mundo y uno de sus sobrinos le preguntó si había pensado en hacer un viaje a alguna parte, ella sonrió con la sonrisa que guardaba en el pecho y dijo que no, que sólo era un cambio de aires. La ciudad sin ti21/6/2019 Las hojas abiertas de una puerta desmesurada, antigua madera herida, antiguas noches secretas en amarga vela; el sol tardío de un verano moribundo que deslumbra la calle; las huellas invisibles, borradas por la gruesa lluvia, de un mundo vacilante y taciturno que cruza incansable de un lado a otro, asfalto hoy, adoquín ayer, barro y polvo anteayer; la brisa con su remendado disfraz de vendaval; escaparates luminosos, muñecos sin rostro, sin alma; el estruendo gris en cada esquina; las ventanas de oscuros cristales que vomitan drama y miseria; individuos con premura y sin rostro, sin alma; el niño que desgarra su llanto, que castiga su juguete; el carmín desencajado de una prostituta; el pan despedazado en las manos de un hombre; un perro sin dueño, sin collar, sin ladrido; escaleras de piedra, latidos agudos de afilados zapatos que arañan la esfera de un reloj; la cúpula vertiginosa que desdibuja el vientre de una nube huérfana; los destellos rojos, los reflejos verdes; el estúpido estruendo en cada esquina. He salido a buscarte. Pero la esquiva ciudad, con astucia y crueldad exquisitas, oculta hoy el debilitado rastro de tu áspero y fugaz pasado. Y así ayer, y así mañana. El año que muere18/6/2019 En cada verso que la media voz pronuncia; en cada abrazo, que me hace desfallecer; en cada recuerdo velado, empañado de bruma y melodías azules; en cada embestida de espuma y reproches de este mar agonizante, en esta playa amortajada y doliente; en cada una de tus miradas de hielo, desgarrado terciopelo y menta; en cada sueño, que desbarata y quiebra el alba; en cada destello moribundo y huérfano que araña el cristal con obstinada ternura; en cada una de las huellas donde pisó un alma errante, hoy ya desvanecida; en cada brisa, en cada risa, en cada herida. El año muere. Y, cosa extraña, mi esperanza cobra vida. En un pozo10/6/2019 Soy el minero más pobre, el que excava sin tino en tu corazón de diamante. Bajo cada día al pozo más turbio que existe, al infierno negro que acaba, que marchita la llama de una vida, la mía. Soy el minero más triste, el que vaga por el túnel frío de tu desprecio. Sueño cada noche con enfrentarme al destino, al azar, la suerte que apaga, que debilita el brillo de unos ojos, los míos. Soy el minero más loco, el que amaga sonrisas mientras golpea la piedra de tu alma, el que te disculpa en secreto. Vuelvo cada día al pozo, mañana, al pozo enlutado que alienta una vida, la mía. Archivos
Marzo 2024
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