Relatos breves de una vida
El perro del vagabundo26/6/2021 El destino de cada hombre no siempre es exclusivo del que lo disfruta, o del que lo padece, sino que suele compartirse con alguien más: una mujer, un hijo, una hermana, un perro... Como, pongamos por ejemplo, el perro de este pobre hombre, o de este hombre pobre. El animal no tuvo nada que ver con la mala gestión de sus acciones, o con el descalabro de su empresa, otrora boyante, o con el continuado despilfarro de su dueño. El animal no dijo ni media palabra durante todos aquellos años de obnubilado y ciego comportamiento. El perro, qué culpa tuvo el angelito, asistió impasible a la caída vertiginosa de su amo en las finanzas. Tan impasible como ahora, que, sentado a medias en el portal de una casa vieja, muestra a los viandantes su porte orgulloso y jadeante, mientras aguarda con infinita paciencia y cariño a que su dueño acabe de rebuscar en los contenedores. El animal no entiende de pobrezas o de caprichos. Acaso, de frío o de humedad; no se duerme igual en la calle que en aquel lejano salón comedor, tan confortable como un jardín de algodón tibio. -Nada -dice el hombre. El perro se incorpora y se acerca a su amo. En el corazón del animal hay una sonrisa tan grande como la mansión en que antes vivía. -No hay nada, Gabi. Vámonos. El hombre echa a caminar y el perro lo acompaña, muy de cerca, procurándole su aliento. El animal tiene hambre y no sabe cuándo llegará el momento de comer alguna cosa. Por un hueso podría estar ladrando hasta enmudecer. Pero por una sonrisa de su dueño, podría maullar y volar como un pájaro.
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Niño sin regalo2/6/2021 Ocurrió una mañana de invierno y chocolate. Ocurrió mientras tú dormías. El niño se levantó de la cama y corrió a buscar el regalo de cumpleaños. Lo halló en la mesita del recibidor. Era una pelota roja. Y con tanto entusiasmo se abrazó a ella que se le escurrió y salió despedida. La pelota botó en el suelo varias veces y después escapó por la ventana, rompiendo el cristal. El niño bajó la escalera a toda prisa y persiguió la pelota calle abajo. La perdió de vista, y se detuvo. Miró a su alrededor y descubrió en un portal a una niña que jugaba con un muñeco de trapo. -Estoy buscando una pelota roja –dijo el niño sin regalo. -¿Es muy importante para ti? –le preguntó la niña. Y él contestó: -Si no la encuentro, seré infeliz. La niña le indicó el camino por donde se había alejado la pelota, y él corrió tras ella. La divisó al final de la calle, botando entre unas cajas de cartón. Luego, la perdió de vista. El niño se detuvo y miró a su alrededor, y descubrió en un portal a una mujer que jugaba con un gato. -Estoy buscando una pelota roja –dijo el niño sin regalo. -Te echan de menos en casa. ¿Por qué no regresas? –le preguntó la mujer. Y él contestó: -Si regreso sin ella, seré infeliz. La mujer le mostró el lugar por donde se había alejado la pelota, y él corrió tras ella. La avistó en un callejón, botando entre unas latas y una bicicleta abandonada. Luego, la perdió de vista. El niño se detuvo y miró a su alrededor, y descubrió en un portal a un hombre que jugaba con una escopeta de caza. -Estoy buscando una pelota roja –dijo el niño sin regalo. -Hay juguetes mejores que una pelota. ¿No quieres conocerlos? –le preguntó el hombre. Y él contestó: -Cualquier otra cosa me haría infeliz. Ocurrió una mañana de bruma y luces tibias. Ocurrió mientras tú dormías. El niño se levantó de la cama, hecho mayor, y corrió a buscar el regalo de cumpleaños. Lo halló en la mesita del recibidor. Era una pelota roja. Y con tanto entusiasmo se abrazó a ella que la hizo desaparecer. Y, mientras tanto, tú dormías. Una mañana de miel. Archivos
Abril 2024
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