Relatos breves de una vida
Veneno16/4/2021 Resulta muy complicado creerte. Noches enteras de ojos abiertos. Noches de cortinas oscuras que vigilan con sigilo y calma el horizonte de las calles, allá donde acaban, allá donde muere su repecho y se convierten en montaña pobre. Noches de cortinas quietas que patrullan por mí. Alguien viene, alguien se tambalea en mitad de la bruma, eres tú. Y no eres. Alguien baja la pendiente hiriendo con tacones de acero este silencio de seda, eres tú. Y no eres. Un destello en la pared del dormitorio, el reposo de mi pecho en mil pedazos, eres tú. Y no eres. Se puede hilar con veneno una trampa y servirla como una pasta de té. Se puede. Es la argucia de un corazón infectado. Y se puede morder esa galleta con ojos cerrados y alma ansiosa de fe, y morir después, y estar muerto sin saberlo. Se puede también. Es la inocencia de un corazón que camina a tientas entre espinos. Resulta muy complicado quererte. Tardes enteras de brazos abiertos. Tardes tibias de relojes cansados, de pianos descalzos, de vientos descaminados que se levantan con languidez, sin ánimo, con el ánimo de levantarme el ánimo marchito; tardes plomizas de pájaros mudos, de un sol que me mira fijamente sin querer mirarme, sin querer y sin quererme, que me juzga y se apiada, que me acusa y me condena, y que después me indulta; tardes difuntas de esperas sin fruto, de flores difuntas sin color, de mariposas torpes, de recorridos vagos, de murmullos arrugados; tardes intrusas de atardecer prematuro. Alguien baja la calle, eres tú. Y no eres. Se puede morir con tu veneno. Se puede. Yo puedo. Resulta muy complicado perderte.
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En un banco5/4/2021 Lo malo de estar muerto es que ya no hay remedio. Son pocas las cosas que uno puede hacer cuando se ha ido. Contemplarse a sí mismo es una de ellas, es una de esas pocas cosas que uno puede hacer. O pensar en el pasado. O recrearse en la muerte, en la soledad, en la inmovilidad. Lo malo de estar muerto es que ya no hay vuelta atrás, ya no hay reproches, no sirven. Los reproches nunca sirvieron para nada, y hoy tampoco ayudan. La brisa del jardín apenas me acaricia, se ha vuelto antipática. Este banco frío es antipático. Son muy pocas las cosas que uno puede hacer cuando se ha ido. Lamentarse es una de ellas, es una de esas pocas cosas que uno puede hacer. O sufrir. O recrearse en la indiferencia del tiempo. Son muy pocas las cosas que uno quiere hacer cuando se ha ido. Sonreír es una de ellas. O fingir, encoger los hombros y fingir que todo sigue, que todo está bien, que nada ha cambiado. Lo malo de estar muerto es que solo hay distancia. Entre el día y yo, entre los objetos y yo, entre la realidad y yo solo hay distancia. Entre tú y yo, ahora, solo hay distancia. El ruido lejano de la calle apenas me recuerda que ayer estuve aquí, el color de la hierba ya no me conmueve, la melodía triste del viento ya no me conmueve. Solo el dolor lo hace, y el dolor es mío. Me conmueve porque es mío. Estoy dejándome llevar. En algún rincón oscuro de la conciencia se ha abierto una ventana. Estoy permitiendo que los lazos hirientes de la culpa se anuden y me asfixien. Si pudieras verme… Te colmaría de orgullo examinar mi derrota. Estoy dejándome arrastrar. Si pudiera verte… En algún peldaño mellado de la soberbia se ha abierto una brecha. Estoy consintiendo que el aire se escape, estoy cediendo al vacío. Lo malo de estar muerto es que te he perdido. Apenas quedan cosas que uno pueda hacer cuando se ha ido. Añorarte es una de ellas, es una de esas cosas que apenas quedan. O mentirme. O empolvar los motivos del corazón, diseñar de nuevo el engaño y maquillar los latidos. O rendirme. Porque lo malo de estar muerto, lo peor de esta vigilia que no acaba es que te he perdido. Como un perro flaco3/11/2020 Ángela está enferma y no puede meterse en la cama porque tiene que trabajar. Las gripes nunca se curan de pie, decía su padre, que se creía muy listo. Por eso lo mató el alcohol, por listo, por sabio, por espabilado. Su madre, que aparentemente era más tonta, la enseñó a mirar por encima de la tormenta. Quédate en la cama, hija, le habría dicho, y mañana comerás puñetazos porque no habrá otra cosa. -Me voy, Pablo –se despide Ángela-. Si llaman, di que estoy en el bar. Luego te veo. Pablo es su gato siamés, el regalo de cumpleaños de su amiga Luisa, que también se cree muy lista. Por eso le ha engordado tanto la barriga en unos meses, por lista, por sabia, por espabilada. En la calle, que hoy es fría como un desengaño, la gente la mira dos veces. La muchacha va envuelta en un abrigo que le cae grande, con las solapas levantadas. Las manos no se le ven, tampoco los pies, y la bufanda le cubre el rostro hasta las cejas. Camina dando tumbos como una momia despistada, calle abajo, con su fiebre y sus prisas nuevas de camarera. Los semáforos se han multiplicado y le dicen dos veces que puede pasar, o que ahora no puede, o que puede pero no puede. Y los coches son más coches que otros días, y los perros han hecho dos veces lo que hacen siempre, y los dueños, que se creen muy listos, también han hecho lo de siempre. Ahí voy, hecha una momia, se dice, y se ríe, porque si llora estropea el maquillaje, y el maquillaje es muy caro. -Buenos días, Ángela. Vaya cara que traes, niña. ¿Estás con gripe? Date prisa y cámbiate, que mira cómo tengo la barra. Tómate una aspirina. La muchacha mira la barra para ver cómo la tiene, y lo que ve no le gusta demasiado, porque ve a su padre, lo ve muchas veces, a su padre junto a su padre, a su padre al lado de otros padres, todos juntos, todos el mismo, todos bebiendo de la copa y sonriendo con estupidez, todos muriéndose en la copa. Y ella, que se indigna y enseguida le trepan los demonios por el cuerpo, se acerca a todos ellos y les dice que son muy listos, que son muy sabios, que son muy espabilados, que por eso se despeñan en las barras de los bares, que si mañana comemos puñetazos es lo de menos, que para ellos lo importante es esconderse de la vida en un vaso. Y les grita que son tan cobardes como un perro flaco. -Lo siento, Rosa –se disculpa con la dueña-. Me salió del alma. Del alma le ha salido, y es bien cierto. Aunque tarde. Se muere viejo y solo1/10/2020 A Gustavo cada vez lo asusta más el paso del tiempo. Ocurre todas las mañanas, a la hora del desayuno. Lo oye caminar, más allá de las cortinas, despacio, muy cerca de su ventana, acariciando la reja, fingiendo disimulos mordaces. La magdalena queda suspendida en el aire un instante, temblando en su mano, mientras el tiempo pasa, cada mañana, mientras se ríe de él, mientras se aleja. Gustavo está solo, tan solo que a veces no se encuentra en el espejo. Su sombra lo ha abandonado; esa silueta desgarbada que antes se proyectaba en las paredes se ha esfumado con el ocaso de ayer. Las persianas están bajadas; aprendió a escurrirse a ciegas por la casa, a transitar sus breves recorridos sin levantar tropiezos. En el armario de la cocina hay dos cajones: en uno guarda el cuchillo con el que jamás tuvo el valor de herirse las muñecas; en el otro, tres recuerdos de infancia, una fotografía de su madre y una carta de despedida de su mujer: Querido Gustavo: Te dejo. Preferiría morirme otro día, más tarde, pues aún me seduce el alba del otoño y escuchar la lluvia en el tejado, pero hoy he visto a las amapolas sangrando en el campo, y sé que ha sido por mí. El sol que ahora se esconde apenas me ha templado el alma. Es mi hora. Te dejo sin querer, sin propósito. Me alejo esta noche, me muero de ti esta noche. Adiós. Gustavo relee la carta cada madrugada, aprovechando que el reloj está dormido. Con la luz de un fósforo ilumina el papel, y con la yema de un dedo riza las letras delicadamente. Todavía desprenden las palabras el perfume de melocotón, que le arruga los ojos. Gustavo se muere viejo y solo, tan solo que a veces los ratones, ignorando su presencia, le arrebatan la magdalena de la mano. Pero mañana saldrá a la calle a recibir al tiempo, cuando pase. Mañana perderá el miedo y saldrá a la calle a enfrentarse al tiempo, cuando pase frente a su ventana. Así lo ha prometido. La frontera1/9/2020 Hay personas que pueden verla. Es una barrera transparente que recorre las calles, que sube escaleras en silencio y se cuela en las casas. Es un muro de apariencia frágil que bordea los parques y serpentea entre la gente. La frontera es muda e invisible, es una espiral de papel, a veces, que trepa montañas y se encarama en la copa de un árbol. Es un cordón grueso de terciopelo que divide el mundo en dos mitades. En los días de ocaso suave, en esos días en que las nubes del oeste se tiñen de melocotón, las personas pueden verla. Dicen que es como un espejo de reflejos débiles, como una pared de cristal desvaído que forma curvas blandas y que luego se estrecha y desaparece por el hueco de la ventana. Dicen, los que la han visto, que separa el mundo, que dibuja un límite en el suelo, que se manifiesta aleatoria e imprecisa. Dicen, también, que puede acariciarse con los dedos y que es tibia. Agustín la ha visto. Cuenta que estaba leyendo el periódico junto a la mesita del teléfono y que vio la frontera, que se iluminó débilmente en mitad del salón. Cuenta que su mujer se hallaba al otro lado del muro transparente y que se sorprendió tanto como él, que ninguno supo qué hacer, o qué decir, que se miraron a través de la barrera encogidos de hombros, que se asustaron y que después rieron como niños. La frontera se deshizo más tarde, cuenta Agustín, igual que el humo de un cigarrillo, y él trató de retener una nubecilla de esa niebla en el hueco de sus manos, pero se desvaneció por completo. Su ocaso, el de aquella tarde mágica, no era de melocotón, sino de violetas moribundas. Agustín dice que ahora se sienta cada día junto a la mesita del teléfono, con el periódico abierto, y que ya no lee las noticias, aunque lo finge, y que el periódico se ha estancado en la actualidad de entonces, y que sólo aguarda a que el muro aparezca de nuevo. Dice que lo desea con la ilusión de una noche de Reyes Magos. Dice que ver la barrera fue lo más hermoso que ha ocurrido en su vida, que vuelve a tener ganas de levantarse cada mañana, que el vacío ha dejado de ser grande. Yo no le creo. Sospecho que es su forma de soportar el dolor. Se ha inventado una excusa para seguir viviendo. Por muchos años que hayan transcurrido, la herida de su corazón continúa abierta. Agustín se ha inventado un pretexto para sonreír. Bendita sea esa frontera imaginaria. Ojalá se ilumine otra vez. Ojalá lo haga mañana. Ojalá vuelva a encontrar a su mujer al otro lado. En un sueño14/7/2020 Ayer soñé contigo. Te vi al doblar una esquina, mientras paseaba. En los sueños, ya lo sabes, los escenarios se entremezclan: caminaba por mi barrio con las manos en los bolsillos de un pantalón oscuro, cabizbajo, y, al cruzar la calle, sin mirar, me topé con los setos de tu jardín. Consciente de la irrealidad, avancé despacio por la acera y aspiré tu perfume. Te vi al doblar aquella esquina; me aguardabas con esa paciencia que tanto desconcierta. Estabas sentada en el borde de una cama desconocida, en un dormitorio extraño. Ayer soñé contigo, soñé que la ciudad callaba un instante, que el viento abría los labios y me empujaba con un soplo a esa cama desconocida. Estabas tan hermosa... Un hombre se interpuso entre nosotros y deseé gritarle que se fuera, que no rasgara nuestra intimidad, pero tú cerraste mis labios con un dedo que sabía a caramelo y pediste al hombre que trajera champán. El dormitorio extraño era el salón de un restaurante vacío, amenazante, un salón espacioso sin más mesas que la nuestra, sin más sillas que la tuya. Permanecí de pie, mirándote. El hombre se había marchado, aunque enseguida surgió de la nada y sirvió el champán. Tiene gracia, solo bebo champán en los sueños. Alcé la copa y me la llevé a los labios, pero no era la copa sino tus dedos. Los besé, bebí el caramelo. Ayer te hallé en un sueño y abracé tu cuerpo con tanta fuerza que pude sentir el dolor de la ausencia. Cuánto me enferma saber que solo fue un sueño. Te prometí lealtad, sometimiento, entrega... Te juré una eternidad que únicamente tiene cabida en la fantasía onírica de las noches. Se lo juré a tus ojos, que ya no eran tuyos, sino del hombre que servía el champán en unas copas de papel. Estabas bailando en el centro del salón sin mesas, y la espuma de las olas te acariciaba los pies desnudos. Celoso, arrebatado, te tomé en brazos y te aparté de la orilla, de ese océano envidioso que es el mundo, y te saqué de allí con prisas. En la calle no había calle, ni noche, y en mis brazos no había nada. Tú estabas al otro lado de un río, agitando la mano en el aire, despidiendo el sueño. Estabas apoyada en la baranda de tu terraza, o en la cubierta de un barco, o en el balcón de un hotel, sonriendo. Ahora me doy cuenta de que te quise, y cuánto me enferma saber que he perdido mi vida en un sueño, en un sueño que soñé ayer. El poeta16/6/2020 En las puertas del cielo, hay un ángel gordito y pamposado que bosteza nubecillas de colores. Es el encargado de anunciar las llegadas. Es, también, ese que ayuda con las maletas y enseña el camino a la habitación. Por una propina sería capaz de dar la bienvenida a alguien con trompeta y platillos. Bosteza colores y se hurga en los oídos; una vez, hurgando y hurgando halló una moneda. Es tan perezoso que, cuando duerme, ni siquiera ronca. Aquel domingo de diciembre, el ángel gordito estaba echando una cabezada en el portal del cielo, como era su costumbre. Antonio, al llegar, encontró al ángel hecho un ovillo sobre la silla de mimbre, soplando zetas azules. No lo despertó, pues caminó de puntillas, y, al pasar junto a él, le dejó un poema en el regazo. Más allá del portal, a Antonio lo aguardaban los dulces y el cava, el confeti rebelde y las luces traviesas de fiesta. La Navidad es tiempo de reunión con los seres queridos, dicen, es momento de abrazos y de anudar nostalgias, y de partir un beso, y Pilar se había vestido con su mejor sonrisa. -Llegas tarde, bobo. -Lo siento –se disculpó él-. Me entretuve escribiéndote poesía. No es el amor, sino el amar la vida, recita el angelillo holgazán, con lengua torpe, lo que hace humano al hombre y le permite hundir su plenitud en quien se sueña. El ángel gordito entiende poco de poesía, pero disfruta releyendo aquellas palabras ensortijadas. Es el regalo de Navidad más extraño que jamás ha recibido. Y el más hermoso. Se confunde con las letras porque Antonio las peinó con rizos. Amar es comprender que falta un mundo para dar en el centro del amor que llevo dentro. El angelillo perezoso anuncia, en las puertas del cielo, que está contento. Ha descuidado su oficio y, en lugar de propinas, recibe ahora reproches del jefe. Está contento porque las cosas han cambiado ahí arriba. La semana pasada se compró un lapicero y un cuaderno. Hoy es miércoles, y el ángel gordito no está en la puerta. Apoyado en el muro, un cartoncillo reza: Vuelvo enseguida. -¿Adónde ha ido? -Se fue a escuchar al poeta. Quiere ser como él. Calle vieja27/4/2020 Una vez, oí decir que la calle respira, que se duele, como nosotros, del frío y de los ruidos. Me pregunto si la calle sabrá algo de ella, si al verla pasar se inquieta, como yo. Me pregunto si la calle sabrá cosas de ella, si al recordarla caminando, como yo, se agita en el sueño. Me pregunto si la calle se siente sola, o si ahora, sólo ahora, no encuentra motivos para sonreírme. Calle vieja, que envidio tu abandono. Hoy no pude dormir y salí a recorrerte desde la ventana. Calle vieja, que me dueles. Hoy no pude soñar con ella y salí contigo a imaginarla. Calle vieja, que me conmueve tu descuido. Hoy no pude vivir sin ella y corrí a llorar en tu acera, y corrí a pedirte abrigo. Una vez, oí decir que la calle esconde un secreto, que tiene uno, como nosotros, y lo protege del frío y de los ruidos. Me pregunto si la calle sabrá cuánto hiere el tiempo, me pregunto si sabrá cuánto debilita la espera, y si ese secreto suyo, como a mí, le agrieta las manos de tanto ocultarlo. Me pregunto si la calle sabrá dónde nace el anhelo y en qué esquina muere, me pregunto si sabrá cuánto atormenta dar aliento y cariño a ese afán egoísta, me pregunto si sabrá cuánto, como a mí, puede llegar a consumir la vida. No sé si la calle se siente sola, o si ahora, sólo ahora, no encuentra una razón para sonreírme. Calle vieja, que codicio tu abandono. Hoy no logré dormir y salí a caminarte desde la ventana. Calle vieja, que me haces daño. Hoy no logré hallarla en ningún sueño y salí contigo a evocar su figura. Calle vieja, que me emociona tu olvido. Hoy no logré vivir sin ella y corrí a llorar en tus brazos, y corrí a pedirte abrigo. Calle vieja, que me guardas del miedo. María14/4/2020 Como llovía, se refugió en la marquesina de la parada. Y allí, sentada y en silencio, mientras esperaba el autobús, descubrió por azar que su vida iba a desencajarse. Porque vio pasar a su marido en un coche oscuro, sonriendo, y a una mujer, en el mismo coche, que abrazaba a su marido igual que lo había hecho ella años atrás, al conocerse. Como llovía, caminó deprisa, sorteando los charcos. Se dijo que no lloraría, se prometió que no lo haría. Quizá más tarde, pero no allí, no en la calle. Y cada paso que dio, cada golpe de tacón en el suelo, le recordó que no era, que nunca había sido una mujer fuerte. Y antes de alcanzar la esquina, las piernas le fallaron y la arrojaron al suelo. Como llovía, tenía las mejillas mojadas, y ni ella misma reparó en que había faltado a su promesa. Alguien la recogió del suelo y la condujo a un lugar seco. Le quitaron los zapatos y le prestaron una toalla limpia. Le ofrecieron un café muy caliente y un asiento junto a una ventana. María, mírame. ¿Qué ha pasado? ¿Estás enferma? ¿Ha sido él? ¿Ha sido por él? María, estoy aquí. Estoy contigo. Como llovía, le pidieron por favor que no se marchara, que aguardara a que mejorase el tiempo. Estaba en una cafetería discreta del centro, sentada junto a una ventana muy amplia. Tenía los pies descalzos y una lágrima escondida bajo el mentón. Habían sido muy amables con ella. Le preguntaron si había resbalado, y ella respondió que sí, que habían sido los zapatos. Como llovía, le dieron un paraguas. Ella no quiso aceptarlo, pero insistieron. Le dijeron que era una mujer preciosa y que no debía llorar. Se marchó, agradecida. Y caminó deprisa, sorteando los charcos. María, mírame. ¿Qué ocurre? ¿Estás enferma? ¿Ha sido él? ¿Has vuelto a verlo pasar frente a la parada? ¿Has vuelto a ver el coche oscuro? Estoy aquí, María. Estoy contigo. Estoy aquí. A un paso30/3/2020 Las gotas de lluvia murmuran palabras, y es francamente pasmoso descubrir, como yo hago, como hago yo ahora, que son para mí. Las palabras. Agua de lluvia formando frases sin sentido. Un susurro continuo a cada paso. Y son para mí. Y es francamente pasmoso descubrir, como yo hago, como hago yo ahora, que no carecen de sentido. Las frases. Las que escribe la lluvia. No quiero hablar con ella. No quiero hablar con este día gris. Si me pregunta por ti, que lo hará, mentiré. Como otras veces. Cuando pregunte por ti, que hoy lo hará, le diré que estoy dormido. Nubes oscuras de puños apretados, dejadme en paz, que estoy dormido. Llueves tú, día melancólico y tramposo, pero no yo. Yo no quiero. No quiero hablar contigo ni llover, hoy no seré tormenta. A un paso estoy de convertirme en agua, pero no quiero. Por eso, si preguntas por ella, que lo harás, te estamparé una mentira. El aliento se me agota en la parada del autobús. Se me desvanece el paso y, como hay gente, finjo que compruebo la hora. Como si importara dónde se hallan las agujas del reloj, como si eso importara hoy un poco. Hay un espejo en el suelo, enorme, del tamaño de cualquiera de tus recuerdos, que vibra con cada gota de esta lluvia tozuda. Y es francamente pasmoso descubrir, como yo hago, como hago yo ahora, que está reflejando mi locura. El espejo. Y no sólo aquél; también los otros. Porque hay cientos. Espejos vibrantes de agua sucia, aquí y allá, dondequiera que miro, mostrando que de mis mejillas cuelga una locura. Y es francamente pasmoso descubrir, como yo hago, como hago yo ahora, que no es tal, sino angustia. La locura. No es tal, sino angustia. La que muestra el espejo. No quiero enfrentarme a él, no quiero hablar con el reflejo de agua sucia. Si me pregunta por ti, que lo hará, que lo está haciendo, le arrojaré una mentira. Como otras veces. Cuando pregunte por ti, que hoy lo hará, que ya lo está haciendo, le diré que estoy dormido. Déjame en paz, que estoy dormido. A un paso estoy de rendirme, pero no quiero. Detrás de todo3/3/2020 Hay un paisaje de verdes, de agua fría y de ojos tuyos en el hueco de la memoria. Y detrás, más allá del lienzo falso, hay una melodía que no entiendo. Hay un paisaje de almendros, de caricias lentas y de labios tuyos en el hueco de la memoria. Y detrás, más allá de los colores fingidos, hay un murmullo que no entiendo. Mira, ha venido a verte una nube, han venido a verte las agujas del reloj, han venido a saber de ti, a preguntar cómo estás. Mañana se irán con las manos vacías, pero hoy, mientras tanto, habré de esforzarme en componer la patraña de siempre. Y si algo los inquieta, si los angustia el velo transparente del disimulo, de este áspero engaño, buscaré una sonrisa en el armario y la colgaré de los ojos. Porque han venido a verte, otra vez, y el viaje ha sido largo. Porque han venido a saber de ti y no merecen mala cara. Detrás del sueño hay un sendero de hielo y de margaritas deshojadas, detrás de la calma hay un susurro de pasos y de noche amargamente oscura, detrás del viento hay niebla azul. Detrás del tiempo hay más tiempo, hay más locura. Detrás del espejo hay una herida. Detrás de las manos que abrazo hay una mueca de espanto, hay un dolor pálido, desmaquillado. Detrás de la lluvia hay una sombra quieta, hay una figura inmóvil, hay un deseo. Detrás de un simple beso hay un gemido agrio y desnudo. Detrás de la náusea hay un motivo. Mira, ha venido a verte el gusano de la manzana, han venido a verte las teclas negras del piano, han venido a saber de ti, a preguntar cómo estás. Mañana se habrán ido. Pero hoy, mientras tanto, tendré que esforzarme, tendré que servir café y hablar de cuánto hemos cambiado, de cuántas ojeras tiene ahora el atardecer. Mañana se irán, y el viaje será largo. Tendré que hacer más café y mojar en él un gesto amable. Hay un paisaje de ocres, de riachuelos ruidosos y de ojos tuyos en el hueco de la memoria. Y detrás, más allá del cristal invertido, hay un silbido perpetuo, alguien que me llama. Hay un paisaje de olmos, de ternura lenta y de labios tuyos en el hueco de la memoria. Y detrás, más allá del adorno artificioso, hay una alegría silente, hay una dicha extraña que no comprendo. La niña y el sombrero3/2/2020 Cada día, con las primeras gotas de luz, la niña se viste con su sombrero y se sienta en el portal. Puede que llegue hoy, puede que hoy la sorprenda con su sonrisa y sus ojos de almendra. Ella esperará con paciencia, sentada en el escalón frío de piedra, hasta que el sol de mediodía le revele que ha pasado otra mañana en vano. Cada tarde, con las primeras lágrimas de la niña, su madre se viste con las fuerzas que aún conserva y se sienta en el portal. Acaricia a su hija y le da una manzana. Tienes que comer algo, no puedes seguir así, le dice. La niña no come, no quiere manzanas. Puede que su madre hable con ella hoy, puede que hoy la sorprenda con su tristeza oculta y su dolor sofocado. Esperará con paciencia el momento, sentada en el escalón frío de piedra, hasta que la luz plata de la luna les cubra las manos de nieve y les susurre que han pasado otra puesta en vano. Cada noche, con las primeras lluvias del alma, una estrella se viste con su más suave destello y se refleja en el portal. Puede que todo acabe hoy, puede que hoy la vida se sorprenda con su propia sonrisa. Ella esperará con paciencia, tendida en el escalón frío de piedra, hasta que el alba se la lleve consigo y la envuelva en seda. La niña duerme ahora, abrazada a su sombrero, dichosa en el sueño que maquilla sus días, que le evita por unas horas el daño, como una medicina nocturna, como una bendición, abrazada a su sombrero, a su recuerdo. Su madre, desde un rincón del dormitorio, la contempla muda, sujetándose el corazón con manos débiles. Después, cuando amanezca, con las primeras melodías de los pájaros, la niña se vestirá con su sombrero y se sentará en el portal. Puede que llegue entonces, puede que entonces él la sorprenda con su sonrisa y sus ojos de almendra. Puede que hoy acabe su viaje y regrese por fin a su lado. O puede, también, que su madre sea valiente y le explique que ese viaje no acabará nunca. Su corazón prestado27/1/2020 Baja cada mañana a escuchar el latido de su corazón. Se sienta junto a la puerta azul y la espera. Cuando ella pasa, acerca el oído con disimulo y lo percibe. Es un latido leve y fugaz, pero presente. Para él, es el latido de una realidad, es el sentido completo de una vida, de principio a fin. Cuando ella se aleja, acerca las manos con disimulo al nudo de la corbata y finge componerlo. Podrá soportar otro día sin ella. Hasta mañana. En ocasiones, el latido persigue al hombre hasta el trabajo y se le enreda en los zapatos, y lo hace tropezar con el café, y lo hace descuidar el teléfono, y lo hace olvidar el mediodía, y lo hace confundir el ocaso. En ocasiones, el latido persigue al hombre hasta su casa y se le enreda en los cabellos, y lo hace tropezar con la almohada, y lo hace descuidar la cena, y lo hace recordar que una vez dibujó una sonrisa en el espejo, y lo hace caer en la cuenta de que el tiempo, como el latido, se ha enredado en las cortinas. Cruza cada mañana, con su corazón prestado, frente a la puerta azul. Camina erguida, con paso fresco. Cuando el hombre acerca el oído con disimulo, ella percibe su anhelo. Es un ansia que le llega fugazmente, muy leve, pero presente. Para ella, es el anhelo pobre y huérfano de un hombre derrotado, es el vacío de una vida, de principio a fin. Cuando se aleja del portal, acerca las manos al cuello de su vestido y finge componerlo. Caminará, todavía erguida, hasta mezclarse entre la gente y el ruido de la calle. Y luego perderá el color de las mejillas y la arrastrará el desmayo. En ocasiones, el anhelo persigue a la mujer hasta el trabajo y se le enreda en los tacones, y la hace tropezar con los libros, y la hace descuidar a los niños, y la hace olvidar el mediodía, y la hace confundir el atardecer. En ocasiones, el anhelo persigue a la mujer hasta su casa y se le enreda en los cabellos, y la hace tropezar con las flores del recibidor, y la hace descuidar la cena, y la hace recordar que una vez extravió la sonrisa en el espejo, y la hace caer en la cuenta de que el azar, como el anhelo del hombre, están arropándola hoy. Asomado al abismo20/1/2020 Hace frío, hiere el viento en las mejillas. Hiere el viento esta noche, Javier, como si eso importara. Abajo hay gente que mira, curiosa. La gente no duerme en las ciudades. ¿Dónde está Sandra? Sandra sabe a nata, a crema tostada, y su nombre es de turrón, su nombre sabe a turrón, y a trufas, y su recuerdo es de fresa, ¿no es eso? Su recuerdo es fresa, y miel, y nueces. Su recuerdo hiere, Javier. La noche más fría, amigo, la noche más amarga, la que más duele, la noche más oscura, una noche de metal, de acero, una noche de recuerdos que torturan, una noche que no acaba, que no te deja ir ni te lleva, una noche de luces tímidas, de nubes tímidas que se esconden, que no quieren mirar, Javier. Y lo peor, amigo mío, es que ya no hay más noches con Sandra. Ya no hay noches, muchacho. No hay Sandra, no hay colores. ¿A qué sabe, te acuerdas? A nata, a nata y a crema, ¿no es cierto? Esta vida son dos días, Javier, ¿verdad que sí, hijo? Has oído esa frase tantas veces que te aburre valorar el sentido. ¿Y qué se puede hacer ahora? Porque la vida han sido dos días, y no hay más. No hay más noches, campeón. Dos días. Y el viento se ríe de ti, ¿te has fijado? El viento se ríe de tu vacío, muchacho, porque al viento no lo inquietan las paradojas. Dos días, una vida con aroma a fresa, una vida con textura de mazapán y, de pronto, un infierno, un desierto sin colores, las horas que se vuelven de goma y se estiran, y los recuerdos que se enredan en la ropa, y las noches son frías, son de hielo, son oscuras, y envenenan, y duele, ¿te duele, verdad?, y llorar no tiene sentido, llorar es un desahogo pasajero, como beber un trago. Hay una voz siempre a tu lado, Javier, una voz de terciopelo, en la almohada, pero está sola, como tú. ¿La oyes? Ve con ella, no seas tonto. La echas de menos. ¿Cuánto? ¿Podrías contarme cuánto? ¿Cuánto puede echarse de menos a alguien? ¿Y las heridas se cierran alguna vez? Dicen que está en un buen sitio. Dicen que está con él, con ése al que llaman todopoderoso, ése que no puede nada. Pide un deseo, Javier. Pídela, pide nata y crema, pide nueces. Pide un sueño, un sueño corto. En los sueños hay sabores, ¿te acuerdas? En los sueños la miel sabe a miel. Y los abrazos parecen de verdad. Y los besos. Pero ¿acaso es cierto que la gente no duerme en las ciudades? Con este viento que corta, qué locura, y con este frío. Mira toda esa gente. Están esperando a que saltes. Quieren verte caer para irse luego a la cama con el espanto grabado en los ojos, quieren contar a los suyos que la vida son dos días. Fingen alarma pero es mentira. No hagas caso. Te observan con preocupación, pero es mentira. Como si eso importara, Javier, ¿eh? Ve con ella, hijo. De todos modos, ya no quedan más noches. La noche y mi mentira16/1/2020 Si estuvieras cerca, te regalaría un cuento. Ya sé que es poco, pero es cuanto tengo. Si estuvieras cerca, te haría dueña de mi historia. Ya sé que es poca, pero es cuanto tengo. Te descolgaría una nube pequeña para que la usaras como almohadón, si estuvieras cerca, para que pudieras escucharme sin que se agotaran los músculos de tu sonrisa. Robaría tres hojas al olmo para acariciarte las mejillas, si estuvieras cerca, para que pudieras escucharme sin que se desvanecieran tus pupilas. Ya sé que es poco, pero es cuanto tengo. Si estuvieras cerca, fingiría estar perdido para poder hallar refugio en tu regazo. Fingiría haber llorado, si estuvieras cerca, para poder hallar consuelo en tu murmullo de seda. Pero la noche, que es de piedra y penumbra, me desbarata el ánimo y me recuerda que tu cercanía no es más que una mentira del corazón. Una mentira más. Pero la noche, que tiene ojos de hielo y sombra, me desfigura el ánimo y me recuerda que tu visita no es más que una mentira del corazón. Una mentira más. Y ya son muchas. Si estuvieras cerca, te regalaría los pétalos de un tulipán. Ya sé que es poco, pero es cuanto tengo. Si estuvieras cerca, te haría dueña de mi aventura. Ya sé que es poca, pero es cuanto tengo. Arrastraría hasta ti la ola que rompe en la playa, si estuvieras cerca, para que tus pies se desnudaran con la espuma. Robaría tres notas al piano y te arroparía con ellas, si estuvieras cerca, para que el terciopelo de una melodía te adornara el cabello. Ya sé que es poco, pero es cuanto tengo. Si estuvieras cerca, fingiría estar enfermo para poder hurtar un mimo a tus manos. Fingiría haber enloquecido, si estuvieras cerca, para poder hurtar un beso a tu cordura. Pero la noche, que es de hiel y acero afilado, me descompone el ánimo y me recuerda que tu presencia no es más que una mentira del corazón. Una mentira más. Y ya son muchas. Y es cuanto tengo. Historia de un eco15/1/2020 Invisible como el aliento de un copo de nieve, triste como un maltrecho desenamorado, diminuto como el pestañeo de una hormiga, perdido entre las copas de cristal de una mesa vacía, entre envoltorios de caramelos, entre migas de pan, desunido de la gente, de sus voces, de sus manos, de sus sonrisas, de sus promesas vacías, escurridizo como el aroma de una margarita en primavera, repentino, flotando en el aire a un centímetro de esta Navidad, tan diferente, tan ajena a esa otra Navidad de infancia, murmurando un villancico roto, una canción desnuda de melodía, tropezando con las huellas de amor viciado que quedaron sobre la mesa, y acunado en su propio llanto, que de tan débil apenas le humedece las mejillas, así es este eco pequeño, así deambula este eco pequeño, que de tan frágil apenas se sostiene erguido. Ayer, se encaramó de pronto al árbol del vestíbulo y comenzó a columpiarse, lánguidamente, en uno de los regalos postizos. Y sin pedírselo, y sin preverlo, sin desear que lo hiciera, me recordó que esta misma Navidad, una vez, había sido distinta. Imitando las voces desteñidas del pasado, imitando la tuya, me recordó que esta misma Navidad, una vez, había sido distinta. Es un eco pequeño que ronda mi ventana, invisible como el suspiro desmayado de un acordeón, triste como el dueño de un corazón arruinado. Es un eco pequeño que, abrazado a los rayos tibios de sol, se desliza en mi casa con el mediodía, diminuto como el lunar de una mariquita, y se pierde entre los cubiertos y el mantel de la mesa vacía, entre las páginas de un periódico vacío, entre migas de pan. Es un eco pequeño que tropieza sin querer con las huellas de amor malogrado, un eco pequeño que se acuna y adormece en su propio llanto. Ayer, se encaramó de pronto al árbol del vestíbulo y comenzó a columpiarse, despacio, en la estrella que adorna su copa. Y sin pedírselo, y sin preverlo, sin desear que lo hiciera, me recordó que esta misma Navidad, una vez, había sido hermosa. Y pintando con un carboncillo gastado las voces fingidas de otra vida, dibujándome la tuya, me recordó que esta misma Navidad, una vez, había sido hermosa. Anhelo28/8/2019 Estimada nostalgia: Te escribo estas líneas porque albergo la esperanza de que, al hacerlo, lograré desprenderme de esta abrumadora melancolía. En cada rincón de la casa, hay una fracción de su presencia. En cada estancia, hay una nueva esencia que reconozco como suya. He sido muy feliz. Mi querida nostalgia, debo confesarte que he sido muy feliz. Pero, ahora, el amargo tormento que provoca la distancia insalvable me debilita el ánimo. Mis pasos perdieron la firmeza de ayer, mis pensamientos extraviaron su aplomo. Si pudieras ayudarme a vencer esta niebla espesa e impenetrable, si pudieras tenderme una mano y librarme de mi tortura... El tiempo se aferra a las paredes, hendiendo en ellas sus garras. Las horas del reloj han quebrantado la esfera y, después, han huido. Lejos, a algún lugar desconocido. Te escribo estas líneas, mi estimada nostalgia, porque aliento la certeza de que, al hacerlo, conseguiré despojarme de esta opresora tristeza. En cada rincón de mi cordura, hay una fracción de su presencia. En cada uno de mis gestos, hay una nueva añoranza. He disfrutado de una dicha que no merecía. Mi caprichosa nostalgia, debo confesarte que he sentido una dicha que, de tan ingente, llegué a considerar injusta. Pero hoy se ha desvanecido. Mi traviesa nostalgia, debo confesarte que he experimentado una felicidad que, de tan inmensa, llegué a creer obscena. Pero hoy se ha disipado. Si pudieras ayudarme a doblegar esta calma frenética que ahoga mi juicio... Si pudieras tenderme una mano y librarme del remordimiento… Es tanto el anhelo, es tanto, es todo, es sólo eso, es anhelo, es cuanto tengo, es sólo cuanto tengo, anhelo, cuanto tengo, y el tiempo se aferra a las paredes, hiriéndolas con sus garras. El pirata y su palo por pata3/7/2019 Siguió las huellas del corazón, que eran como nubecillas rojas en la arena. Tropezó, tosió y se sentó a comer un coco y un melón. Después, desempolvando su pena, con la panza hinchada y las mejillas coloradas, el pirata y su palo por pata prosiguieron buscando el corazón, que era, para él, como un enorme tesoro, como un cofre repleto de oro, como su vida entera. La princesa, que antes fuera duquesa y alegre vendedora de fresas, en aquel mercado olvidado de aquel pueblecillo precioso y aislado, había negado el amor al pirata, y también a su palo por pata. Él la quiso con locura, con amarga entrega y dulzura, y, aunque prometió en rica seda envolverle la luna, la princesa, ensimismada, por un rico marqués embelesada, negó su amor al pirata. A él y a su palo por pata. "Sueño con tu mirada, princesa mía, con tus ojos grandes y tristones, y me embarco en ellos, cada noche, atravieso mares oscuros de aguas heladas, defiendo tu honor ante bandidos y bribones, y exhausto al final del viaje y la dura jornada, me adormezco en los brazos de tu recuerdo, mi princesa amada". En aquella isla desierta y desterrada, entre rocas, traviesos cangrejos y ensenadas, el pirata y su palo por pata seguían las huellas y buscaban, con cada nuevo amanecer, el corazón de su princesa deseada. A él, que nunca le importó que antes fuera duquesa y alegre vendedora de fresas, que jamás había enarbolado un reproche a su desordenada procedencia y cuna, le bastaba una mínima pista en la arena para desvanecer su tristeza y su pena y reanudar con ahínco su amorosa pesquisa. Y cuando florecía la noche, y sus cabellos canos alborotaba la brisa, tres flacos gusanos tomaba por cena, tres gusanos y el recuerdo de su cristalina risa. "Sueño contigo, princesa mía, a la tenue luz de esta luna, sueño con tener la fortuna, un día, de que tu vida y la mía sean sólo una." Duendecillo del alba1/7/2019
No hay madrugada, no hay lienzo de estrellas dormidas, no hay sol de ojos entornados que bostece entre nubes cobrizas, ni nubes cobrizas, no hay amanecer, ni aromas de café primerizos, no hay leves reproches de niños perezosos, ni conductor de autobús, ni caprichos densos de chocolate. No hay luz, ni esperanza, ni deseo. Sin ti, duendecillo del alba, no hay nuevo día. El muchacho enamorado camina sin rumbo, atrapado en la noche, en la noche larga y oscura que apenas consuela y alienta el latido vacilante de su corazón, camina sin brújula en la mirada, enfermos los vaivenes de su cordura, apoyado débilmente en la baranda de bruma y espuma que le tienden sus recuerdos. El muchacho enamorado guarda con celo sus lágrimas, las protege con tenaz coraje, las custodia ante el miedo y la duda, las aparta, desazonado, de las afiladas garras de la sospecha. Ay, duendecillo del alba, ven, acércate, pues sin ti no hay nuevo día. El muchacho enamorado deambula sin paso entre callejones solitarios y estrechos, encaramado a su burbuja de aflicción, flotando en la noche larga y oscura, su ánimo menoscabado, febriles los vaivenes de su anhelo, aferrado a la estela desvanecida de su memoria. Empuña, desafiante, imaginarias espadas en alto con las que reta al tiempo, a esa noche, larga y oscura, que, terca, porfiada, se resiste a marchar. Porque sin ti, duendecillo del alba, no hay madrugada, no hay lienzo de azules terciopelos, ni estrellas dormidas, no hay sol de ojos entornados que bostece entre nubes púrpuras, ni nubes púrpuras, no hay amanecer, ni aromas tempranos de café. Sin ti, duendecillo del alba, no hay nuevo día, y, sin nuevo día, no hay nada. Ven entonces, duendecillo, y disipa la noche, y permite al muchacho enamorado extinguir el temor y la angustia, al fin, entre sus brazos. Cambio de aires26/6/2019 Amalia se despidió de la familia, de los amigos, de sus vecinos, de los tenderos del barrio y del cartero que jamás le trajo la carta que esperaba. Se despidió de todo el mundo, y después se metió en la cama y se marchó. Cada uno tenía su hora, bien lo había sabido ella hasta hoy. A cada uno le tocaba cuando le tenía que tocar, y no había verdad más grande. Su padre decía que a unos les tocaba antes de que lo esperasen y que, a otros, les tocaba antes de que lo merecieran, pero que la vieja de la guadaña siempre estaba ahí, que siempre aparecía sin avisar y sin pedir permiso. Cuando a uno le llegaba el premio, no había puertas cerradas. Decía que la vida podía o no parecer injusta, que los había con suerte y evitaban a la vieja hasta muy tarde, y que los había desgraciados a los que atrapaba en la primera curva, pero que la vida era lo que era, y que no había más leña que la que ardía. Aunque otra verdad muy distinta, y bien lo había sabido Amalia, era que la vieja la esquivara a una sin motivo. Aguardó la carta de Ignacio después de que él se marchara al extranjero. Despertó cada una de las mañanas que formaron su ausencia con una sonrisa en el alma y un suspiro en la garganta, y bajó al buzón de puntillas cada una de las tardes que poco a poco formarían su infierno. Al cabo de tres años, la carta que llegó no era de Ignacio, sino de un desconocido que le informaba de su muerte. Pero ella se negó a creerlo y, testaruda y obcecada como una niña, se convenció de que sólo era una coincidencia desagradable. Y aguardó todavía la carta de Ignacio, y despertó cada mañana con la sonrisa en el alma, y bajó cada tarde al buzón tan esperanzada como siempre. Y la pretendieron hombres, y se enamoró de ella el atardecer, y la luna le recitó versos las noches de verano, pero nada logró apartarla del recuerdo. Amalia miraba las cosas por encima de su significado y, aunque fingía ser coherente en su diálogo con los demás, hasta el último de los gorriones que la visitaron en su ventana supo de su pena y de su vacío interno, y de la locura en forma de serpiente que la rondaba en sus sueños. Por eso, cuando se despidió de todo el mundo y uno de sus sobrinos le preguntó si había pensado en hacer un viaje a alguna parte, ella sonrió con la sonrisa que guardaba en el pecho y dijo que no, que sólo era un cambio de aires. La ciudad sin ti21/6/2019 Las hojas abiertas de una puerta desmesurada, antigua madera herida, antiguas noches secretas en amarga vela; el sol tardío de un verano moribundo que deslumbra la calle; las huellas invisibles, borradas por la gruesa lluvia, de un mundo vacilante y taciturno que cruza incansable de un lado a otro, asfalto hoy, adoquín ayer, barro y polvo anteayer; la brisa con su remendado disfraz de vendaval; escaparates luminosos, muñecos sin rostro, sin alma; el estruendo gris en cada esquina; las ventanas de oscuros cristales que vomitan drama y miseria; individuos con premura y sin rostro, sin alma; el niño que desgarra su llanto, que castiga su juguete; el carmín desencajado de una prostituta; el pan despedazado en las manos de un hombre; un perro sin dueño, sin collar, sin ladrido; escaleras de piedra, latidos agudos de afilados zapatos que arañan la esfera de un reloj; la cúpula vertiginosa que desdibuja el vientre de una nube huérfana; los destellos rojos, los reflejos verdes; el estúpido estruendo en cada esquina. He salido a buscarte. Pero la esquiva ciudad, con astucia y crueldad exquisitas, oculta hoy el debilitado rastro de tu áspero y fugaz pasado. Y así ayer, y así mañana. Archivos
Abril 2024
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