Relatos breves de una vida
La auténtica Navidad30/12/2021 La mujer no descansará hasta que vea el reflejo de las luces allá a lo lejos, en la revuelta del camino. Son las nueve de la noche. En el campo siempre hace más frío que en la ciudad. Fuera, en el jardín, un vientecillo traidor está agitando los árboles y estremeciendo al pobre perro guardián, que no encuentra refugio ni consuelo en la caseta. El salón más grande de la casa está atestado de gente que parlotea sin cesar. Los niños más traviesos están deshojando el arbolito; casi lo han dejado desnudo de adornos. Ahora, las bolas rojas corretean por el pasillo igual que un torpe ejército de ratones, rebotando contra el zócalo con esos sonidos huecos e inquietantes que tan nerviosa están poniendo a la mujer. -Estaos quietos, por favor -dice ella, pero los niños se empeñan en jugar. Los padres de los pequeños charlan animadamente sin prestar atención al alboroto. Las nueve, piensa la mujer con un suspiro, y aún no llega. El cristal de la ventana se empaña con su aliento. Qué sufrimiento, qué agonía silenciosa. Ser madre significa no disponer de un momento de calma verdadera. Ser madre supone imaginar a cada instante que la garra monstruosa de la fatalidad acaricia a sus hijos en cada una de las curvas del trayecto. Una vez, no hace mucho, despertó de madrugada envuelta en sudor, fugitiva de un sueño tenebroso en el que su hijo perdía la vida al volante de su automóvil. Cuando recobró el aliento y se cobijó en la dulzura cálida de una manzanilla, trató de imaginar cómo sería el después, el día a día de una existencia sin él, la jornada siguiente a su pérdida... y casi enloqueció. Las nueve y media, noche cerrada. La mesa está repleta de embutido y botellas de buen vino. Hay queso, unos mejillones en escabeche muy barrigones, almejas, espárragos de aspecto suculento, un cuenco rebosante de aceitunas, pescaditos rebozados... En la cocina hay varios platos de turrón y mazapanes, más botellas de vino y otras tantas de cava, un pastel jugoso de fresa y yema tostada en el frigorífico, una botella de licor de avellana bien fría... La mujer no tiene apetito. Uno de los niños se ha acercado hasta ella y le ha deseado feliz Navidad entre titubeos y una graciosa media lengua. Ella le sonríe y le revuelve el cabello. -Hala, ve a jugar, cariño... Una luz destella a lo lejos, en la curva. Es un coche azul. Es... ¿es él? Sí, gracias a Dios. Ha llegado, es su hijo. La mujer respira satisfecha. Ya es Navidad.
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Sin nombre3/12/2021 Calle abajo, calle va, este hombre sin nombre, sin señas, sin más abrigo que una mueca, sin otro equipaje que su alma hueca. Noche abajo, noche va, este hombre sin nombre, sin huella, sin más alivio que un retal de brisa en la nuca, sin otra luna a cuestas que su luna vieja y gastada, sobre él inclinada, vértigo entre azoteas, chiquilla antigua, coqueta, sabia locura de plata, locura inquieta, abrazo de pólvora y hojalata, amor noctámbulo, imposible, lágrima lenta, lágrima quieta, lágrima presa, su luna usada y arrugada, poesía de lluvia, hambre y madrugada, niña anciana de baile primitivo, señora de antojos, capricho de sangre. Vida abajo, vida va, este hombre sin nombre, sin identidad, sin más consuelo que su muerte prometida, bálsamo cercano, ansiado, sin otro pecado que soñar, sin otra culpa que enamorar, vagabundo entre fervores, inocente de aceros, insensato corazón, estudiante de ardor ligero, puñal de barro entre las manos, pañuelos de seda oscura, de dolor, alba perezosa, somnolienta, que enreda su deseo con arte buena, sin maldad, a tientas, que anuda en su cuello un lazo de pobre aliento, de escaso aliento. Arroja un beso al viento, hombre sin nombre, arroja un beso al viento, y muere, hombre sin nombre, que ya nadie te quiere. Archivos
Abril 2024
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