Relatos breves de una vida
El poeta16/6/2020 En las puertas del cielo, hay un ángel gordito y pamposado que bosteza nubecillas de colores. Es el encargado de anunciar las llegadas. Es, también, ese que ayuda con las maletas y enseña el camino a la habitación. Por una propina sería capaz de dar la bienvenida a alguien con trompeta y platillos. Bosteza colores y se hurga en los oídos; una vez, hurgando y hurgando halló una moneda. Es tan perezoso que, cuando duerme, ni siquiera ronca. Aquel domingo de diciembre, el ángel gordito estaba echando una cabezada en el portal del cielo, como era su costumbre. Antonio, al llegar, encontró al ángel hecho un ovillo sobre la silla de mimbre, soplando zetas azules. No lo despertó, pues caminó de puntillas, y, al pasar junto a él, le dejó un poema en el regazo. Más allá del portal, a Antonio lo aguardaban los dulces y el cava, el confeti rebelde y las luces traviesas de fiesta. La Navidad es tiempo de reunión con los seres queridos, dicen, es momento de abrazos y de anudar nostalgias, y de partir un beso, y Pilar se había vestido con su mejor sonrisa. -Llegas tarde, bobo. -Lo siento –se disculpó él-. Me entretuve escribiéndote poesía. No es el amor, sino el amar la vida, recita el angelillo holgazán, con lengua torpe, lo que hace humano al hombre y le permite hundir su plenitud en quien se sueña. El ángel gordito entiende poco de poesía, pero disfruta releyendo aquellas palabras ensortijadas. Es el regalo de Navidad más extraño que jamás ha recibido. Y el más hermoso. Se confunde con las letras porque Antonio las peinó con rizos. Amar es comprender que falta un mundo para dar en el centro del amor que llevo dentro. El angelillo perezoso anuncia, en las puertas del cielo, que está contento. Ha descuidado su oficio y, en lugar de propinas, recibe ahora reproches del jefe. Está contento porque las cosas han cambiado ahí arriba. La semana pasada se compró un lapicero y un cuaderno. Hoy es miércoles, y el ángel gordito no está en la puerta. Apoyado en el muro, un cartoncillo reza: Vuelvo enseguida. -¿Adónde ha ido? -Se fue a escuchar al poeta. Quiere ser como él.
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Mediocridad4/6/2019 En este mundo frío y ensombrecido de las letras, donde esculpir la jota sin desfallecer merece la ovación más apasionada, no ya por mérito, que nunca se tiene, sino por compensar el esfuerzo; en este mundo macabro y áspero de literatos y celadores de colegios de segunda venidos a menos, el poeta mediocre, que siempre lo ha sido y siempre lo será, esgrime ilusionado su taladro puntiagudo y castiga el papel satinado con ahínco, con triste saña, y, a contraluz, a través de los agujerillos que el poetucho va creando en el folio reciclado, la cucaracha, que no deja de frotarse la espalda en el rodapié bajo prescripción médica (maldito sarpullido), y que no logra experimentar más alivio en el lomo del que sintió esa mañana al ingerir la también prescrita gota y media de aceite de girasol –aunque no era vegetal, pobre ilusa, sino industrial-, gira la cabeza y se compadece del autorucho al leer, del revés y con maña: “Flor deslucida, flor malherida, flor desangrada, flor derribada...” Ay, tontorrón, qué suplicio leerte, se dice la cucaracha ensarpullada, y prosigue con el frote, indiferente a los sudores del otro. En este mundo helado, turbulento, apático y antipático de la poesía, o de las altas pleitesías, el autor de tercera y barata calaña no lucha cada jornada, más o menos gris, por afinar su talento desvencijado y engrasar un poco el oficio, que ya sería, de conseguirlo, como para darse con el teléfono móvil en las muelas, sino que se parte el pecho escuálido y lampiño, sencillamente, por cincelar la jota, como antes se mencionó, la jota, queridos amigos, que rima, qué cosas, con idiota, con palabrota y con señorota, y que, según los gustos o la necesidad, unos la tallan con bastón y, otros, con rabo de gato. Pero a la araña gorda del estante de los libros, donde no hay libros, sólo una llave fija del diez, le importa un pito el calvario del poetucho; a ésta le basta y le sobra con rascarse la barriga mientras lo mira de reojo. Eso sí, de reojo y sin perder movimiento ajeno y detalle, no sea que al shakespirucho se le cruce el cable y le arroje el zapato, qué inconveniencia. Y lo mismo pasa con la pulga que se balancea en el cable de la bombilla: sin oficio ni beneficio, porque se le ha muerto el perro, o, como a los del Perú, porque se ha quedado sin hogar, y tiene gracia: al perro también se lo llevaron las corrientes de agua, pero éstas eran residuales, como las ideas del poetilla. A la pulga, amigos míos, le humedece el sobaco que el artista construya la jota de jinete o la eme de mierda; a la pulga, con pe, lo que sí le preocupa, con pe, es especular con la posible aparición de otro perro en el umbral de la puerta. La mediocridad del poeta, señores, o su aptitud insustancial, por lo que a los bichos respecta, es asunto del poeta, y sólo de él. Y que lo zurzan, si es menester. Archivos
Abril 2024
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