Relatos breves de una vida
Maestro1/12/2020 Si algo sé, si algo escribo, si algo surge de entre líneas, si algo percibo, si algo logra envolver y adornar con regalo y aliento este camino, si algo existe más allá de un verso, una coma o un destino, de papel, un destino de papel; si algo siento, si algo no lamento, si algo surge de entre líneas, de entre vocales torcidas, de entre riñas, si algo encuentro, si algo alcanzo a imaginar, o si ya imagino, si la verdad de mis sombras pretendo, si algo guardo en mis bolsillos, de papel, en mis bolsillos vacíos de papel. Si algo sé, si algo escribo, maestro, es por usted. Fragmentos de nube, colores cálidos que salpican de hielo la mañana, amores rotos que salpican de hielo mis entrañas, rachas de viento azul, enjambres que lastiman con mil aguijones, que causan dolor, un tibio dolor, banderas quebradas en el horizonte, sonrisas quebradas sobre el mantel desgarrado de la mesa, abrazos reconfortantes que empapan con su sangre la mañana, sueños rotos que renuevan con su sangre mis entrañas, añicos de conciencia, de poesía, de una vida que cojea, fragmentos de nube, la mirada fija y espeluznante de una mentira, destellos cálidos de un sol que entristece mi ventana, banderas quebradas en su vientre. Y más. Si algo sé, si algo escribo, si algo brota nuevo de entre líneas, si algo nace hoy desprovisto de abrigo, si algo a la locura consigue arrebatar su delirio, si algo reside más allá de un verso, un punto o un adjetivo, de papel, un adjetivo de papel; si algo experimento, si de algo no me arrepiento, si algo nace puro y sencillo de entre líneas, de entre consonantes heridas, de entre riñas, si algo anhelo, si algo se desliza cabal entre suspiros, si así lo imagino, si la certeza que ocultan mis miedos pretendo, si algo guardo en mis bolsillos, de papel, en mis bolsillos raídos de papel. Si algo sé, si algo escribo, maestro, es por usted. Si algo aprendí, don Aurelio, fue por usted.
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Libros30/6/2020 Los tubos fluorescentes se apagan, uno a uno, como las fingidas fichas de un dominó luminoso y decadente, y el manojo de llaves, que rebota y cuelga de la cintura del librero, indica, con su cascabeleo, el camino hacia la puerta y la cercana ausencia del hombre huraño. Con el último chasquido de la llave en la cerradura, los libros se distienden y unos personajillos diminutos asoman las cabecitas con prudencia por entre las tapas de cartón. -¿Ya se fue? –pregunta una niña rubia, la del país maravilloso. -Sí, ya se fue –le responde un muchacho inquieto y travieso, un pícaro al que llaman Lazarillo-. ¿Vienes, rubita? -No, que he de escribir unas cartas. -¿A quién, a un novio tuyo? -A un coronel. El Lazarillo resopla y se aleja de la muchacha. -Tú te lo pierdes, boba. –Al chiquillo le prometieron unos hombres llevarlo con ellos hoy a un viaje fascinante, a un viaje al centro de la Tierra, y él había pensado que tal vez Alicia querría acompañarlo. Sobre uno de los mostradores de cristal, los personajes de una emblemática colmena se han reunido a escuchar los versos de un poeta que, según dice, acaba de regresar emocionado de Nueva York. Más allá, sentados en el borde de un estante, junto a un busto en madera de Jonathan Swift, un Drácula alicaído confiesa a Romeo su amor por Julieta, y el joven de Verona le sonríe y lo consuela rodeándole los hombros con un brazo. -¡Arre! –grita el revoltoso Tom Sawyer a lomos de Moby Dick, una ballena blanca convertida en el más extraño de los corceles-. ¡Arre, arre! En lo alto de la caja registradora, Robinson Crusoe comparte un té con un curioso invitado, el investigador Hércules Poirot. -Y éste es Viernes, mi criado. -Mucho gusto –dice el detective, y estrecha la mano del sirviente. Y más abajo, por entre el polvo y la ceniza acumulados al pie de la mesa, seis personajes van en busca de autor, y una niña perversa, Lolita, saca burla a un caballero maduro y arrebatado, y un ingenioso hidalgo hace frente con su lanza a la ballena blanca de Melville, y, manteniéndose en peligroso equilibrio sobre una esfera terrestre de cartón, un muchachito rubio de sempiterna bufanda al cuello riega la única planta de su mundo. Pero amanece enseguida, amanece con injusta premura, y los personajes de los libros regresan con dolor a su lugar antes de que el librero huraño los sorprenda, y ellos fingen entonces la más terrible de las farsas: no ser más que la invención de un puñado de locos. Archivos
Marzo 2024
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