Israel de la Rosa

Relatos breves de una vida

Historias que ruedan

23/2/2021

 

           Como la de Ernesto, que baja solitaria por las calles, con la madrugada, serpenteando entre la niebla, humedeciéndose con el rocío de la noche viuda, con el otoño pálido, solitaria por las calles, encogida de frío, depositando una lágrima en cada portal, en cada saliente de ladrillo, una lágrima de agua herida, acariciando el cristal de las ventanas con un dedo descarnado, murmurando un nombre de mujer, murmurando una vida, dibujando un rastro de ahogo y nostalgia en el suelo, derramando sin cuidado su pena azul, su pena.
       O como la de María, que gira empeñada alrededor de sus zapatos, arrastrándose igual que una maldición cenicienta, recordándole, al compás del corazón, que fue traviesa, que no hizo bien. Que gira alrededor de su sombra y se arrastra igual que un pecado encubierto, recordándole, al compás de sus pisadas, que fue egoísta. Que gira una y otra vez en torno a sus recelos, igual que un remordimiento amargo, siendo remordimiento amargo, que gira sin alivio, una y otra vez, alrededor de sus ojos inquietos, igual que la certeza incómoda de haber errado, siendo certeza incómoda, recordándole, al compás de su propio suspiro, que fue perversa. Maldito suspiro que delatas su tragedia, maldito escrúpulo, maldita culpa. Maldita, tú, maldita.
         O como la historia de Alberto, que llueve encaprichada y se arremolina bajo sus manos, que forma charcos espesos de envidia, que le arrebata la calma con su melodía impaciente, que le encadena las prisas y le enreda la cordura. Que llueve, testaruda, y se arremolina en los huecos de su conciencia, que forma barrizales de angustia, que le desvela el juicio con su chapoteo de infierno.
         Historias sencillas, historias que ruedan, como la de Alberto, que es la historia de un hombre que robó el amor de una mujer, María, y desvalijó el alma de Ernesto.
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En un sueño

14/7/2020

 

 ​         Ayer soñé contigo. Te vi al doblar una esquina, mientras paseaba. En los sueños, ya lo sabes, los escenarios se entremezclan: caminaba por mi barrio con las manos en los bolsillos de un pantalón oscuro, cabizbajo, y, al cruzar la calle, sin mirar, me topé con los setos de tu jardín.
        Consciente de la irrealidad, avancé despacio por la acera y aspiré tu perfume. Te vi al doblar aquella esquina; me aguardabas con esa paciencia que tanto desconcierta. Estabas sentada en el borde de una cama desconocida, en un dormitorio extraño.
           Ayer soñé contigo, soñé que la ciudad callaba un instante, que el viento abría los labios y me empujaba con un soplo a esa cama desconocida. Estabas tan hermosa...
         Un hombre se interpuso entre nosotros y deseé gritarle que se fuera, que no rasgara nuestra intimidad, pero tú cerraste mis labios con un dedo que sabía a caramelo y pediste al hombre que trajera champán. El dormitorio extraño era el salón de un restaurante vacío, amenazante, un salón espacioso sin más mesas que la nuestra, sin más sillas que la tuya.
         Permanecí de pie, mirándote. El hombre se había marchado, aunque enseguida surgió de la nada y sirvió el champán. Tiene gracia, solo bebo champán en los sueños. Alcé la copa y me la llevé a los labios, pero no era la copa sino tus dedos. Los besé, bebí el caramelo.
           Ayer te hallé en un sueño y abracé tu cuerpo con tanta fuerza que pude sentir el dolor de la ausencia. Cuánto me enferma saber que solo fue un sueño. Te prometí lealtad, sometimiento, entrega... Te juré una eternidad que únicamente tiene cabida en la fantasía onírica de las noches. Se lo juré a tus ojos, que ya no eran tuyos, sino del hombre que servía el champán en unas copas de papel. Estabas bailando en el centro del salón sin mesas, y la espuma de las olas te acariciaba los pies desnudos. Celoso, arrebatado, te tomé en brazos y te aparté de la orilla, de ese océano envidioso que es el mundo, y te saqué de allí con prisas. En la calle no había calle, ni noche, y en mis brazos no había nada. Tú estabas al otro lado de un río, agitando la mano en el aire, despidiendo el sueño. Estabas apoyada en la baranda de tu terraza, o en la cubierta de un barco, o en el balcón de un hotel, sonriendo.
         Ahora me doy cuenta de que te quise, y cuánto me enferma saber que he perdido mi vida en un sueño, en un sueño que soñé ayer.


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Reflexiones de alguien muy delgado

6/5/2020

 

​            Nací y me crié, casi invisible, a la sombra de su risa y de su mal humor, y caminé sin tregua alrededor de su cuerpo, regalándole unos suspiros que me fueron robados, y la abarqué sin brazos, y la acaricié sin manos, y la besé sin labios. Nací y me crié a la sombra de su amor, que me fue arrebatado, y tropecé mil veces en ella, y le causé dolor, y me bañó con sangre, y me maldijo.
           Ahora, cuando la veo despertar, cada mañana, cuando la veo amanecer con ese gesto enojado de niña consentida, la maldigo yo, la maldigo desde mi destierro, la maldigo con ahogo por haberme arrancado de su lado, por haberme confinado a mi caja, maldita niña malcriada, maldita criatura adorable.
       He conocido manos más dulces que las suyas, más diestras, más cariñosas, más cálidas y atentas que las suyas, he disfrutado de un halago espontáneo, impensable en ella, he sentido la presión de unas yemas mil veces más suaves y delicadas que las suyas, más humanas que las suyas, pero no me conforta, porque es su torpeza y su desdén lo que añoro, porque es su desaire lo que imploro, cuya ausencia me condena.
          Maldita niña mimada, malditos ojos de ángel travieso y maldito su mirar de tormenta, maldita risa de caramelo, malditos labios de primavera, maldito caminar de marejada, maldito su aliento de vida, que tanto me falta, que tanto me ha quitado. Maldita seas por ser lejana, maldita seas porque me rindes, porque me mueres.
           La inercia en mi caja es mayor sin ti, es más fría y más de acero. La compañía de las otras no consuela. Ya no hay caricia que compense un poco, ya no hay rumor de pájaros en la ventana, ya no hay murmullos alegres de lluvia, ni vientos silbando fiesta, ya no hay aromas a domingo en la habitación, no en mi caja.
       Estúpida criatura ingrata, estúpida criatura de hielo y de brumas. Estúpida e insensible juventud. Escaparé de mi caja, algún día, y me perderé en el pajar para que nunca me encuentres.


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Calle vieja

27/4/2020

 

​         Una vez, oí decir que la calle respira, que se duele, como nosotros, del frío y de los ruidos. Me pregunto si la calle sabrá algo de ella, si al verla pasar se inquieta, como yo. Me pregunto si la calle sabrá cosas de ella, si al recordarla caminando, como yo, se agita en el sueño. Me pregunto si la calle se siente sola, o si ahora, sólo ahora, no encuentra motivos para sonreírme.
      Calle vieja, que envidio tu abandono. Hoy no pude dormir y salí a recorrerte desde la ventana. Calle vieja, que me dueles. Hoy no pude soñar con ella y salí contigo a imaginarla. Calle vieja, que me conmueve tu descuido. Hoy no pude vivir sin ella y corrí a llorar en tu acera, y corrí a pedirte abrigo.
          Una vez, oí decir que la calle esconde un secreto, que tiene uno, como nosotros, y lo protege del frío y de los ruidos. Me pregunto si la calle sabrá cuánto hiere el tiempo, me pregunto si sabrá cuánto debilita la espera, y si ese secreto suyo, como a mí, le agrieta las manos de tanto ocultarlo. Me pregunto si la calle sabrá dónde nace el anhelo y en qué esquina muere, me pregunto si sabrá cuánto atormenta dar aliento y cariño a ese afán egoísta, me pregunto si sabrá cuánto, como a mí, puede llegar a consumir la vida. No sé si la calle se siente sola, o si ahora, sólo ahora, no encuentra una razón para sonreírme.
      Calle vieja, que codicio tu abandono. Hoy no logré dormir y salí a caminarte desde la ventana. Calle vieja, que me haces daño. Hoy no logré hallarla en ningún sueño y salí contigo a evocar su figura. Calle vieja, que me emociona tu olvido. Hoy no logré vivir sin ella y corrí a llorar en tus brazos, y corrí a pedirte abrigo. Calle vieja, que me guardas del miedo.


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A un paso

30/3/2020

 

​         Las gotas de lluvia murmuran palabras, y es francamente pasmoso descubrir, como yo hago, como hago yo ahora, que son para mí. Las palabras. Agua de lluvia formando frases sin sentido. Un susurro continuo a cada paso. Y son para mí. Y es francamente pasmoso descubrir, como yo hago, como hago yo ahora, que no carecen de sentido. Las frases. Las que escribe la lluvia.
         No quiero hablar con ella. No quiero hablar con este día gris. Si me pregunta por ti, que lo hará, mentiré. Como otras veces. Cuando pregunte por ti, que hoy lo hará, le diré que estoy dormido. Nubes oscuras de puños apretados, dejadme en paz, que estoy dormido. Llueves tú, día melancólico y tramposo, pero no yo. Yo no quiero. No quiero hablar contigo ni llover, hoy no seré tormenta. A un paso estoy de convertirme en agua, pero no quiero. Por eso, si preguntas por ella, que lo harás, te estamparé una mentira.
           El aliento se me agota en la parada del autobús. Se me desvanece el paso y, como hay gente, finjo que compruebo la hora. Como si importara dónde se hallan las agujas del reloj, como si eso importara hoy un poco. Hay un espejo en el suelo, enorme, del tamaño de cualquiera de tus recuerdos, que vibra con cada gota de esta lluvia tozuda. Y es francamente pasmoso descubrir, como yo hago, como hago yo ahora, que está reflejando mi locura. El espejo. Y no sólo aquél; también los otros. Porque hay cientos. Espejos vibrantes de agua sucia, aquí y allá, dondequiera que miro, mostrando que de mis mejillas cuelga una locura. Y es francamente pasmoso descubrir, como yo hago, como hago yo ahora, que no es tal, sino angustia. La locura. No es tal, sino angustia. La que muestra el espejo.
         No quiero enfrentarme a él, no quiero hablar con el reflejo de agua sucia. Si me pregunta por ti, que lo hará, que lo está haciendo, le arrojaré una mentira. Como otras veces. Cuando pregunte por ti, que hoy lo hará, que ya lo está haciendo, le diré que estoy dormido. Déjame en paz, que estoy dormido. A un paso estoy de rendirme, pero no quiero.

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Los motivos de Margarita

12/2/2020

 

​         Margarita mató a su marido porque estaba aburrida. Lo mató siguiendo las instrucciones y el consejo de un personaje de novela. Lo mató porque no deseaba seguir siendo una mujer triste y apática.
         -¿Qué tiene que alegar en su defensa? –le pregunta el juez.
         -Nada.
        El juez es pequeñito y redondo, y se parece mucho a la pelota de golf de su marido. Se parece muchísimo, en realidad.
         -¿Admite los hechos?
         -Sí.
         Se la llevan después dos policías, sujetándola con fuerza por el cuello y por las muñecas. La arrastran escaleras abajo y luego le dan una patada en el culo y la meten en un coche azul. El coche se parece mucho a su carrito de la compra; en realidad, es de igual tamaño y huele del mismo modo. En la calle, su vecina Rosa la recibe con un aplauso entusiasmado; le grita que es la mejor, que la admira, y a los policías les dice que son feos y brutos, y que deberían patear también el culo de sus mamás. Uno de los agentes le muestra un dedo y ella enseña los dientes.
         -Admito los hechos –murmura Margarita-. El juez me ha preguntado y yo le he dicho que sí. Lo que no le he dicho es que se parece mucho a la pelota de mi marido.
         Dentro del coche, el otro agente se afana en cubrir la boca de Margarita con esparadrapo, pero ella le muerde los dedos.
          -Ay.
         Ahora que se fija, Margarita percibe el parecido existente entre el policía y el flamenco de chapa que adorna su salón, ese que está junto a la puerta. En realidad, el parecido es asombroso.
        -Lo malo de matar a un marido –le dijo el personaje de novela varios días atrás- es que siempre subsiste en las manos el hedor de la culpabilidad. Esto no ocurre, por ejemplo, cuando se mata a una suegra.
         -Pero yo admito los hechos –insiste Margarita-. No importa.
         El agente del esparadrapo mitiga el dolor de los dedos con un lametón.
         -Tienes buenos dientes, cachorrillo –le dice, muy serio.
         -Admito los hechos.
         -¿Por qué lo mataste?
         -Porque era mío.
       Más tarde, la patada en el culo la impulsa al interior de una celda que, insólitamente, se parece muchísimo a su cocina. En realidad, es idéntica: el fregadero es el mismo, los azulejos también, y el reloj de la pared, y los trapos...
         -¿Tan tediosa era tu vida, Margarita? –le pregunta su marido muerto.
         -Tanto.


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Una brisa de otoño

28/1/2020

 

​         Había una puerta abierta en el dormitorio, más allá de las sábanas deshechas, entre el hueco de las cartas vacías y la lámpara sin pantalla. Había una puerta abierta, tal y como la dejó el destino, y a través de ella, sin piedad, me llegaba la brisa de otoño, despacio, con tu mismo vestido y tu mismo carmín. Con tus mismos ojos, los de ayer, los del vértigo, los ojos de la miel derramada.
          Una brisa de otoño mata, igual que el filo de un puñal. Una brisa de otoño viene cargada de murmullos, de rencores, de medios recuerdos, y mata, igual que el filo de un puñal. Una brisa de otoño se desliza como una serpiente por el suelo de la habitación, y se enreda en las notas del piano, tan débil, tan vulnerable hoy, y apaga las velas del amanecer con su aliento, y enturbia los colores, y mata, igual que el filo de un puñal.
              Y todo por ti. Por haber caído en la trampa de tus manos.
        Había una herida abierta en el dormitorio, más allá de los sueños deshechos, entre el hueco de mi vida vacía y el armario sin espejos. Había una herida abierta, tal y como la dejó el destino, y a través de ella, sin clemencia, me llegaba el llanto del otoño envuelto en una brisa, envuelto en los ecos marchitos de tu risa, despacio, con tu mismo perfume y tu mismo revuelo de pestañas. Con tus mismos ojos, los de ayer, los del miedo en la noche oscura, los ojos pintados de ocaso.
        Había una calle abierta en mitad de la ciudad, una calle rota que sangraba. Y una brisa de otoño cubriéndola de tormento. Y yo no tengo ungüento ni melodías con que aliviar el dolor. Porque una brisa de otoño mata, igual que el filo de un puñal, igual que tú.

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La noche y mi mentira

16/1/2020

 

​         Si estuvieras cerca, te regalaría un cuento. Ya sé que es poco, pero es cuanto tengo. Si estuvieras cerca, te haría dueña de mi historia. Ya sé que es poca, pero es cuanto tengo. Te descolgaría una nube pequeña para que la usaras como almohadón, si estuvieras cerca, para que pudieras escucharme sin que se agotaran los músculos de tu sonrisa. Robaría tres hojas al olmo para acariciarte las mejillas, si estuvieras cerca, para que pudieras escucharme sin que se desvanecieran tus pupilas. Ya sé que es poco, pero es cuanto tengo. Si estuvieras cerca, fingiría estar perdido para poder hallar refugio en tu regazo. Fingiría haber llorado, si estuvieras cerca, para poder hallar consuelo en tu murmullo de seda.
          Pero la noche, que es de piedra y penumbra, me desbarata el ánimo y me recuerda que tu cercanía no es más que una mentira del corazón. Una mentira más. Pero la noche, que tiene ojos de hielo y sombra, me desfigura el ánimo y me recuerda que tu visita no es más que una mentira del corazón. Una mentira más. Y ya son muchas.
          Si estuvieras cerca, te regalaría los pétalos de un tulipán. Ya sé que es poco, pero es cuanto tengo. Si estuvieras cerca, te haría dueña de mi aventura. Ya sé que es poca, pero es cuanto tengo. Arrastraría hasta ti la ola que rompe en la playa, si estuvieras cerca, para que tus pies se desnudaran con la espuma. Robaría tres notas al piano y te arroparía con ellas, si estuvieras cerca, para que el terciopelo de una melodía te adornara el cabello. Ya sé que es poco, pero es cuanto tengo. Si estuvieras cerca, fingiría estar enfermo para poder hurtar un mimo a tus manos. Fingiría haber enloquecido, si estuvieras cerca, para poder hurtar un beso a tu cordura.
          Pero la noche, que es de hiel y acero afilado, me descompone el ánimo y me recuerda que tu presencia no es más que una mentira del corazón. Una mentira más. Y ya son muchas. Y es cuanto tengo.


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La niña triste y el niño tonto

23/7/2019

 

​         Ella estaba triste, y él enamorado. A ella, la luz que con el alba acariciaba los tejados le trenzaba lágrimas en las mejillas; a él le inspiraba un poema. A ella, las notas quebradas de un piano le debilitaban el paso; a él le arrancaban un suspiro. La niña estaba triste, y él enamorado.
                La noche, que sabía de su tristeza, se posaba con sigilo después del atardecer. Cuando dormía, la niña olvidaba que no era feliz. Y la noche la acunaba con mimo para no desvelar su sueño.
                Ay, niño enamorado, niño tonto. Si ella supiera, si tú le contaras.

             Ella estaba triste, y él enamorado. A ella, la luz que con el alba teñía de caramelo los jardines le trenzaba lágrimas en las mejillas; a él le inspiraba un verso. A ella, las notas quebradas de un ruiseñor le ahogaban el alma; a él le arrancaban una sonrisa. La niña estaba triste, y él enamorado.
             La noche, que conocía su tristeza, se posaba con dulzura después del atardecer. Cuando dormía, la niña olvidaba que no era feliz. Y la noche la besaba en la frente, despacio, para no desvelar su sueño.
              Ay, niño enamorado, niño tonto. Si ella supiera, si tú le contaras.


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Duendecillo del alba

1/7/2019

 
​
​         No hay madrugada, no hay lienzo de estrellas dormidas, no hay sol de ojos entornados que bostece entre nubes cobrizas, ni nubes cobrizas, no hay amanecer, ni aromas de café primerizos, no hay leves reproches de niños perezosos, ni conductor de autobús, ni caprichos densos de chocolate. No hay luz, ni esperanza, ni deseo.
          Sin ti, duendecillo del alba, no hay nuevo día.
          El muchacho enamorado camina sin rumbo, atrapado en la noche, en la noche larga y oscura que apenas consuela y alienta el latido vacilante de su corazón, camina sin brújula en la mirada, enfermos los vaivenes de su cordura, apoyado débilmente en la baranda de bruma y espuma que le tienden sus recuerdos. El muchacho enamorado guarda con celo sus lágrimas, las protege con tenaz coraje, las custodia ante el miedo y la duda, las aparta, desazonado, de las afiladas garras de la sospecha.
           Ay, duendecillo del alba, ven, acércate, pues sin ti no hay nuevo día.
         El muchacho enamorado deambula sin paso entre callejones solitarios y estrechos, encaramado a su burbuja de aflicción, flotando en la noche larga y oscura, su ánimo menoscabado, febriles los vaivenes de su anhelo, aferrado a la estela desvanecida de su memoria. Empuña, desafiante, imaginarias espadas en alto con las que reta al tiempo, a esa noche, larga y oscura, que, terca, porfiada, se resiste a marchar.
        Porque sin ti, duendecillo del alba, no hay madrugada, no hay lienzo de azules terciopelos, ni estrellas dormidas, no hay sol de ojos entornados que bostece entre nubes púrpuras, ni nubes púrpuras, no hay amanecer, ni aromas tempranos de café. Sin ti, duendecillo del alba, no hay nuevo día, y, sin nuevo día, no hay nada.
      Ven entonces, duendecillo, y disipa la noche, y permite al muchacho enamorado extinguir el temor y la angustia, al fin, entre sus brazos.


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En un pozo

10/6/2019

 

​Soy el minero más pobre, el que excava
sin tino en tu corazón de diamante.
Bajo cada día al pozo más turbio
que existe, al infierno negro que acaba,
que marchita la llama de una vida,
la mía.

Soy el minero más triste, el que vaga
por el túnel frío de tu desprecio.
Sueño cada noche con enfrentarme al
destino, al azar, la suerte que apaga,
que debilita el brillo de unos ojos,
los míos.

Soy el minero más loco, el que amaga
sonrisas mientras golpea la piedra
de tu alma, el que te disculpa en secreto.
Vuelvo cada día al pozo, mañana, al
pozo enlutado que alienta una vida,
la mía.


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