Relatos breves de una vida
De mano en mano4/2/2021 Así va, de dueño en dueño, de seda en seda, de carne en carne, de sangre en sangre. Así va, sin destino fijo, sin rumbo concertado. Es una daga pequeña de puño rugoso y frío y guarnición dorada, afilada como un viento de invierno. Es mortal como un beso envenenado, y se desliza en el tiempo cabalgando de muerte en muerte, y no distingue inocente de culpable, ni discierne señor de vasallo o ama de sirvienta, y no escoge nunca a su víctima. Así va, de mano en mano. Aúlla el lobo a la luna con dolor en mitad de una noche tramposa, aúlla el lobo mientras los pies descalzos de la mujer acarician el suelo. La daga está escondida bajo la almohada. Aúlla el lobo con angustia, con presagio, mientras la mujer oculta el arma en un pliegue del camisón. Así va, igual que una fábula, viajando de dueño en dueño, igual que una canción de cuna, igual que una herencia maldita, surcando los días, rasgando seda, abriendo carne, dejando una estela sangrienta a su paso. Es una daga pequeña de puño áspero y frío y guarnición de oro, y su filo hiere como la traición de un amante. Es letal como un fuego de infierno. El resplandor de su hoja hechiza al que la toma en sus manos, a aquel que la roba de su reposo, y conforta con su sortilegio el ánimo asesino. Así va, sin ayuda de brújula, de mano en mano. Implora el lobo a la luna que se marche, que se aleje, que se lleve con ella la noche, mientras los pies descalzos de la mujer recorren la oscuridad de la casa. Con la mujer avanza un jadeo leve y un quinqué, con ella camina una sombra deforme, con ella van la daga y la voluntad secreta de dar muerte. Implora el lobo a la luna, pero es tarde. Al final del corredor, la habitación se halla entreabierta. Hay un hombre dormido en la cama. Hay ventanas de par en par que arrebatan al cielo brillos de estrellas, hay una última súplica del lobo, que llega ya distante y sin aliento. Hay, en la estancia entreabierta, una brisa dulce y un aroma a pecado. Hay flores sobre una mesa, también dormidas. La mujer se desprende del quinqué y de la cordura y se precipita hacia la cama. El hombre despierta y la mira. El aturdimiento y la sorpresa se desvanecen pronto. Asoma una disculpa a los ojos del hombre, asoma el miedo. En los de ella no hay temor, solo rencor y entereza: no volverá a tocarla. Así es, pues, con pesar y tragedia, como va esta daga pequeña, de mano en mano, de sangre en sangre.
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Como un perro flaco3/11/2020 Ángela está enferma y no puede meterse en la cama porque tiene que trabajar. Las gripes nunca se curan de pie, decía su padre, que se creía muy listo. Por eso lo mató el alcohol, por listo, por sabio, por espabilado. Su madre, que aparentemente era más tonta, la enseñó a mirar por encima de la tormenta. Quédate en la cama, hija, le habría dicho, y mañana comerás puñetazos porque no habrá otra cosa. -Me voy, Pablo –se despide Ángela-. Si llaman, di que estoy en el bar. Luego te veo. Pablo es su gato siamés, el regalo de cumpleaños de su amiga Luisa, que también se cree muy lista. Por eso le ha engordado tanto la barriga en unos meses, por lista, por sabia, por espabilada. En la calle, que hoy es fría como un desengaño, la gente la mira dos veces. La muchacha va envuelta en un abrigo que le cae grande, con las solapas levantadas. Las manos no se le ven, tampoco los pies, y la bufanda le cubre el rostro hasta las cejas. Camina dando tumbos como una momia despistada, calle abajo, con su fiebre y sus prisas nuevas de camarera. Los semáforos se han multiplicado y le dicen dos veces que puede pasar, o que ahora no puede, o que puede pero no puede. Y los coches son más coches que otros días, y los perros han hecho dos veces lo que hacen siempre, y los dueños, que se creen muy listos, también han hecho lo de siempre. Ahí voy, hecha una momia, se dice, y se ríe, porque si llora estropea el maquillaje, y el maquillaje es muy caro. -Buenos días, Ángela. Vaya cara que traes, niña. ¿Estás con gripe? Date prisa y cámbiate, que mira cómo tengo la barra. Tómate una aspirina. La muchacha mira la barra para ver cómo la tiene, y lo que ve no le gusta demasiado, porque ve a su padre, lo ve muchas veces, a su padre junto a su padre, a su padre al lado de otros padres, todos juntos, todos el mismo, todos bebiendo de la copa y sonriendo con estupidez, todos muriéndose en la copa. Y ella, que se indigna y enseguida le trepan los demonios por el cuerpo, se acerca a todos ellos y les dice que son muy listos, que son muy sabios, que son muy espabilados, que por eso se despeñan en las barras de los bares, que si mañana comemos puñetazos es lo de menos, que para ellos lo importante es esconderse de la vida en un vaso. Y les grita que son tan cobardes como un perro flaco. -Lo siento, Rosa –se disculpa con la dueña-. Me salió del alma. Del alma le ha salido, y es bien cierto. Aunque tarde. Una brisa de otoño28/1/2020 Había una puerta abierta en el dormitorio, más allá de las sábanas deshechas, entre el hueco de las cartas vacías y la lámpara sin pantalla. Había una puerta abierta, tal y como la dejó el destino, y a través de ella, sin piedad, me llegaba la brisa de otoño, despacio, con tu mismo vestido y tu mismo carmín. Con tus mismos ojos, los de ayer, los del vértigo, los ojos de la miel derramada. Una brisa de otoño mata, igual que el filo de un puñal. Una brisa de otoño viene cargada de murmullos, de rencores, de medios recuerdos, y mata, igual que el filo de un puñal. Una brisa de otoño se desliza como una serpiente por el suelo de la habitación, y se enreda en las notas del piano, tan débil, tan vulnerable hoy, y apaga las velas del amanecer con su aliento, y enturbia los colores, y mata, igual que el filo de un puñal. Y todo por ti. Por haber caído en la trampa de tus manos. Había una herida abierta en el dormitorio, más allá de los sueños deshechos, entre el hueco de mi vida vacía y el armario sin espejos. Había una herida abierta, tal y como la dejó el destino, y a través de ella, sin clemencia, me llegaba el llanto del otoño envuelto en una brisa, envuelto en los ecos marchitos de tu risa, despacio, con tu mismo perfume y tu mismo revuelo de pestañas. Con tus mismos ojos, los de ayer, los del miedo en la noche oscura, los ojos pintados de ocaso. Había una calle abierta en mitad de la ciudad, una calle rota que sangraba. Y una brisa de otoño cubriéndola de tormento. Y yo no tengo ungüento ni melodías con que aliviar el dolor. Porque una brisa de otoño mata, igual que el filo de un puñal, igual que tú. Archivos
Marzo 2024
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