Relatos breves de una vida
Veneno16/4/2021 Resulta muy complicado creerte. Noches enteras de ojos abiertos. Noches de cortinas oscuras que vigilan con sigilo y calma el horizonte de las calles, allá donde acaban, allá donde muere su repecho y se convierten en montaña pobre. Noches de cortinas quietas que patrullan por mí. Alguien viene, alguien se tambalea en mitad de la bruma, eres tú. Y no eres. Alguien baja la pendiente hiriendo con tacones de acero este silencio de seda, eres tú. Y no eres. Un destello en la pared del dormitorio, el reposo de mi pecho en mil pedazos, eres tú. Y no eres. Se puede hilar con veneno una trampa y servirla como una pasta de té. Se puede. Es la argucia de un corazón infectado. Y se puede morder esa galleta con ojos cerrados y alma ansiosa de fe, y morir después, y estar muerto sin saberlo. Se puede también. Es la inocencia de un corazón que camina a tientas entre espinos. Resulta muy complicado quererte. Tardes enteras de brazos abiertos. Tardes tibias de relojes cansados, de pianos descalzos, de vientos descaminados que se levantan con languidez, sin ánimo, con el ánimo de levantarme el ánimo marchito; tardes plomizas de pájaros mudos, de un sol que me mira fijamente sin querer mirarme, sin querer y sin quererme, que me juzga y se apiada, que me acusa y me condena, y que después me indulta; tardes difuntas de esperas sin fruto, de flores difuntas sin color, de mariposas torpes, de recorridos vagos, de murmullos arrugados; tardes intrusas de atardecer prematuro. Alguien baja la calle, eres tú. Y no eres. Se puede morir con tu veneno. Se puede. Yo puedo. Resulta muy complicado perderte.
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En un banco5/4/2021 Lo malo de estar muerto es que ya no hay remedio. Son pocas las cosas que uno puede hacer cuando se ha ido. Contemplarse a sí mismo es una de ellas, es una de esas pocas cosas que uno puede hacer. O pensar en el pasado. O recrearse en la muerte, en la soledad, en la inmovilidad. Lo malo de estar muerto es que ya no hay vuelta atrás, ya no hay reproches, no sirven. Los reproches nunca sirvieron para nada, y hoy tampoco ayudan. La brisa del jardín apenas me acaricia, se ha vuelto antipática. Este banco frío es antipático. Son muy pocas las cosas que uno puede hacer cuando se ha ido. Lamentarse es una de ellas, es una de esas pocas cosas que uno puede hacer. O sufrir. O recrearse en la indiferencia del tiempo. Son muy pocas las cosas que uno quiere hacer cuando se ha ido. Sonreír es una de ellas. O fingir, encoger los hombros y fingir que todo sigue, que todo está bien, que nada ha cambiado. Lo malo de estar muerto es que solo hay distancia. Entre el día y yo, entre los objetos y yo, entre la realidad y yo solo hay distancia. Entre tú y yo, ahora, solo hay distancia. El ruido lejano de la calle apenas me recuerda que ayer estuve aquí, el color de la hierba ya no me conmueve, la melodía triste del viento ya no me conmueve. Solo el dolor lo hace, y el dolor es mío. Me conmueve porque es mío. Estoy dejándome llevar. En algún rincón oscuro de la conciencia se ha abierto una ventana. Estoy permitiendo que los lazos hirientes de la culpa se anuden y me asfixien. Si pudieras verme… Te colmaría de orgullo examinar mi derrota. Estoy dejándome arrastrar. Si pudiera verte… En algún peldaño mellado de la soberbia se ha abierto una brecha. Estoy consintiendo que el aire se escape, estoy cediendo al vacío. Lo malo de estar muerto es que te he perdido. Apenas quedan cosas que uno pueda hacer cuando se ha ido. Añorarte es una de ellas, es una de esas cosas que apenas quedan. O mentirme. O empolvar los motivos del corazón, diseñar de nuevo el engaño y maquillar los latidos. O rendirme. Porque lo malo de estar muerto, lo peor de esta vigilia que no acaba es que te he perdido. La vida huele24/3/2021 Estoy en la sala de espera de un hospital. Estoy esperando algo, no sé muy bien qué es. Estoy mal sentado en una silla rígida, mal dispuesto a seguir esperando, y el olor del amoniaco me aterroriza. Está por todas partes. Es un monstruo de zarpas amarillas que me espía por la rendija de una puerta entornada. Es un monstruo agrio que me intimida y, con alevosía, me aparta de los demás olores, encubriéndolos. Ha salido un médico a la sala de espera, a esta sala blanca que es como la habitación secreta y siniestra de un extraño museo de cera. Somos pocos los muñecos, aunque suficientes para completar una colección insólita. Somos la obra maestra de un artista perturbado, un trabajo perfecto de imperfecciones. Si hubiera un espectador, afortunado o no, admiraría nuestra belleza. Pero el médico recién llegado no es más que un mero conservador de museos, implacable en su oficio. Se acerca despacio a uno de nosotros y le habla con murmullos. En mi infancia había murmullos como esos, y olían a pan. En mi infancia había una diosa detrás de un mostrador, en una panadería, y todos la veneraban. Los hombres murmuraban junto a su puerta, enloquecidos, y yo acudía cada mañana a verla con el pretexto de un recado, con las monedas y mi firmeza débil de varón en un bolsillo, dulcemente estremecido, y le robaba con desmaña una sonrisa. Luego, regresaba a casa abrazado a su aroma a pan. Pero es el monstruo agrio quien ahora me aparta de él, egoísta y perverso, para acobardarme. El médico ha hecho llorar con sus murmullos al muñeco de cera, que poco a poco se derretirá, que acabará fundido por un dolor que debe de quemar como el fuego. O quizá más. Yo soy su próxima víctima, no hay duda, pues me ha mirado un momento con el disimulo torpe del verdugo. Se ha marchado, pero sé que volverá a por mí. En mi infancia había miradas parecidas, aunque más suaves e ingenuas, y olían a hierba mojada. Tenían la misma torpeza, la misma fugacidad. Eran las miradas de una niña en el parque, una niña del barrio en un parque del barrio, al atardecer, cada atardecer. Eran las miradas tibias y punzantes que me distraían del juego, de mis amigos, de mis años de adolescente, y que después me hurtaban el sueño en la cama. La almohada siempre me recordaba su aroma a hierba. Pero es el monstruo amargo quien ahora me aparta de él, malicioso y desalmado, para amedrentarme, para dejarme solo y desnudo de olores en esta habitación de museo. Ahí llega el médico de nuevo. Se acerca despacio. Solo somos muñecos. Paisajes de memoria15/3/2021 Hay un bosque de árboles altos junto al río, que corre despacio. Hay un río de aguas altas junto al camino, que viaja con pies ajenos. Hay un camino de hierbas altas junto a la casa, que alberga vidas. Hay una casa de muros altos junto al jardín, que esconde secretos. Hay un jardín de flores altas junto al columpio, que regala vértigos. Hay un columpio de vuelos altos junto a mi infancia, que me resulta intrusa. Hay una infancia de nostalgias altas junto a ese libro, que encadena recuerdos. Hay un libro de letras altas junto a la chimenea, que susurra a la mecedora. Hay una chimenea de fuegos altos junto al retrato, que no reconozco. Hay un retrato de colores altos junto a la ventana, que me arroja fuera. Hay una ventana de brisas altas junto al cielo, que vigila los pasos. Hay un cielo de nubes altas junto a la montaña, que se cubre de senderos. Hay una montaña de laderas altas junto al mar, que es espuma y reloj. Hay un mar de olas altas junto a la orilla, que le roba al sol. Hay una orilla de arenas altas junto a las rocas, que son testigos. Hay unas rocas de curvas altas junto a los balcones, que me asoman. Hay unos balcones de barandas altas junto a esas manos, que son desconocidas. Hay unas manos de caricias altas junto a esos ojos, que están enamorados. Hay unos ojos de azules altos junto a mi añoranza, y una añoranza de melancolías altas junto al puerto, y un puerto de grúas altas junto a un niño que mira, embelesado, el ir y venir de los barcos, embelesado, el ir y venir del tiempo. Maestro1/12/2020 Si algo sé, si algo escribo, si algo surge de entre líneas, si algo percibo, si algo logra envolver y adornar con regalo y aliento este camino, si algo existe más allá de un verso, una coma o un destino, de papel, un destino de papel; si algo siento, si algo no lamento, si algo surge de entre líneas, de entre vocales torcidas, de entre riñas, si algo encuentro, si algo alcanzo a imaginar, o si ya imagino, si la verdad de mis sombras pretendo, si algo guardo en mis bolsillos, de papel, en mis bolsillos vacíos de papel. Si algo sé, si algo escribo, maestro, es por usted. Fragmentos de nube, colores cálidos que salpican de hielo la mañana, amores rotos que salpican de hielo mis entrañas, rachas de viento azul, enjambres que lastiman con mil aguijones, que causan dolor, un tibio dolor, banderas quebradas en el horizonte, sonrisas quebradas sobre el mantel desgarrado de la mesa, abrazos reconfortantes que empapan con su sangre la mañana, sueños rotos que renuevan con su sangre mis entrañas, añicos de conciencia, de poesía, de una vida que cojea, fragmentos de nube, la mirada fija y espeluznante de una mentira, destellos cálidos de un sol que entristece mi ventana, banderas quebradas en su vientre. Y más. Si algo sé, si algo escribo, si algo brota nuevo de entre líneas, si algo nace hoy desprovisto de abrigo, si algo a la locura consigue arrebatar su delirio, si algo reside más allá de un verso, un punto o un adjetivo, de papel, un adjetivo de papel; si algo experimento, si de algo no me arrepiento, si algo nace puro y sencillo de entre líneas, de entre consonantes heridas, de entre riñas, si algo anhelo, si algo se desliza cabal entre suspiros, si así lo imagino, si la certeza que ocultan mis miedos pretendo, si algo guardo en mis bolsillos, de papel, en mis bolsillos raídos de papel. Si algo sé, si algo escribo, maestro, es por usted. Si algo aprendí, don Aurelio, fue por usted. Como un perro flaco3/11/2020 Ángela está enferma y no puede meterse en la cama porque tiene que trabajar. Las gripes nunca se curan de pie, decía su padre, que se creía muy listo. Por eso lo mató el alcohol, por listo, por sabio, por espabilado. Su madre, que aparentemente era más tonta, la enseñó a mirar por encima de la tormenta. Quédate en la cama, hija, le habría dicho, y mañana comerás puñetazos porque no habrá otra cosa. -Me voy, Pablo –se despide Ángela-. Si llaman, di que estoy en el bar. Luego te veo. Pablo es su gato siamés, el regalo de cumpleaños de su amiga Luisa, que también se cree muy lista. Por eso le ha engordado tanto la barriga en unos meses, por lista, por sabia, por espabilada. En la calle, que hoy es fría como un desengaño, la gente la mira dos veces. La muchacha va envuelta en un abrigo que le cae grande, con las solapas levantadas. Las manos no se le ven, tampoco los pies, y la bufanda le cubre el rostro hasta las cejas. Camina dando tumbos como una momia despistada, calle abajo, con su fiebre y sus prisas nuevas de camarera. Los semáforos se han multiplicado y le dicen dos veces que puede pasar, o que ahora no puede, o que puede pero no puede. Y los coches son más coches que otros días, y los perros han hecho dos veces lo que hacen siempre, y los dueños, que se creen muy listos, también han hecho lo de siempre. Ahí voy, hecha una momia, se dice, y se ríe, porque si llora estropea el maquillaje, y el maquillaje es muy caro. -Buenos días, Ángela. Vaya cara que traes, niña. ¿Estás con gripe? Date prisa y cámbiate, que mira cómo tengo la barra. Tómate una aspirina. La muchacha mira la barra para ver cómo la tiene, y lo que ve no le gusta demasiado, porque ve a su padre, lo ve muchas veces, a su padre junto a su padre, a su padre al lado de otros padres, todos juntos, todos el mismo, todos bebiendo de la copa y sonriendo con estupidez, todos muriéndose en la copa. Y ella, que se indigna y enseguida le trepan los demonios por el cuerpo, se acerca a todos ellos y les dice que son muy listos, que son muy sabios, que son muy espabilados, que por eso se despeñan en las barras de los bares, que si mañana comemos puñetazos es lo de menos, que para ellos lo importante es esconderse de la vida en un vaso. Y les grita que son tan cobardes como un perro flaco. -Lo siento, Rosa –se disculpa con la dueña-. Me salió del alma. Del alma le ha salido, y es bien cierto. Aunque tarde. Se muere viejo y solo1/10/2020 A Gustavo cada vez lo asusta más el paso del tiempo. Ocurre todas las mañanas, a la hora del desayuno. Lo oye caminar, más allá de las cortinas, despacio, muy cerca de su ventana, acariciando la reja, fingiendo disimulos mordaces. La magdalena queda suspendida en el aire un instante, temblando en su mano, mientras el tiempo pasa, cada mañana, mientras se ríe de él, mientras se aleja. Gustavo está solo, tan solo que a veces no se encuentra en el espejo. Su sombra lo ha abandonado; esa silueta desgarbada que antes se proyectaba en las paredes se ha esfumado con el ocaso de ayer. Las persianas están bajadas; aprendió a escurrirse a ciegas por la casa, a transitar sus breves recorridos sin levantar tropiezos. En el armario de la cocina hay dos cajones: en uno guarda el cuchillo con el que jamás tuvo el valor de herirse las muñecas; en el otro, tres recuerdos de infancia, una fotografía de su madre y una carta de despedida de su mujer: Querido Gustavo: Te dejo. Preferiría morirme otro día, más tarde, pues aún me seduce el alba del otoño y escuchar la lluvia en el tejado, pero hoy he visto a las amapolas sangrando en el campo, y sé que ha sido por mí. El sol que ahora se esconde apenas me ha templado el alma. Es mi hora. Te dejo sin querer, sin propósito. Me alejo esta noche, me muero de ti esta noche. Adiós. Gustavo relee la carta cada madrugada, aprovechando que el reloj está dormido. Con la luz de un fósforo ilumina el papel, y con la yema de un dedo riza las letras delicadamente. Todavía desprenden las palabras el perfume de melocotón, que le arruga los ojos. Gustavo se muere viejo y solo, tan solo que a veces los ratones, ignorando su presencia, le arrebatan la magdalena de la mano. Pero mañana saldrá a la calle a recibir al tiempo, cuando pase. Mañana perderá el miedo y saldrá a la calle a enfrentarse al tiempo, cuando pase frente a su ventana. Así lo ha prometido. La frontera1/9/2020 Hay personas que pueden verla. Es una barrera transparente que recorre las calles, que sube escaleras en silencio y se cuela en las casas. Es un muro de apariencia frágil que bordea los parques y serpentea entre la gente. La frontera es muda e invisible, es una espiral de papel, a veces, que trepa montañas y se encarama en la copa de un árbol. Es un cordón grueso de terciopelo que divide el mundo en dos mitades. En los días de ocaso suave, en esos días en que las nubes del oeste se tiñen de melocotón, las personas pueden verla. Dicen que es como un espejo de reflejos débiles, como una pared de cristal desvaído que forma curvas blandas y que luego se estrecha y desaparece por el hueco de la ventana. Dicen, los que la han visto, que separa el mundo, que dibuja un límite en el suelo, que se manifiesta aleatoria e imprecisa. Dicen, también, que puede acariciarse con los dedos y que es tibia. Agustín la ha visto. Cuenta que estaba leyendo el periódico junto a la mesita del teléfono y que vio la frontera, que se iluminó débilmente en mitad del salón. Cuenta que su mujer se hallaba al otro lado del muro transparente y que se sorprendió tanto como él, que ninguno supo qué hacer, o qué decir, que se miraron a través de la barrera encogidos de hombros, que se asustaron y que después rieron como niños. La frontera se deshizo más tarde, cuenta Agustín, igual que el humo de un cigarrillo, y él trató de retener una nubecilla de esa niebla en el hueco de sus manos, pero se desvaneció por completo. Su ocaso, el de aquella tarde mágica, no era de melocotón, sino de violetas moribundas. Agustín dice que ahora se sienta cada día junto a la mesita del teléfono, con el periódico abierto, y que ya no lee las noticias, aunque lo finge, y que el periódico se ha estancado en la actualidad de entonces, y que sólo aguarda a que el muro aparezca de nuevo. Dice que lo desea con la ilusión de una noche de Reyes Magos. Dice que ver la barrera fue lo más hermoso que ha ocurrido en su vida, que vuelve a tener ganas de levantarse cada mañana, que el vacío ha dejado de ser grande. Yo no le creo. Sospecho que es su forma de soportar el dolor. Se ha inventado una excusa para seguir viviendo. Por muchos años que hayan transcurrido, la herida de su corazón continúa abierta. Agustín se ha inventado un pretexto para sonreír. Bendita sea esa frontera imaginaria. Ojalá se ilumine otra vez. Ojalá lo haga mañana. Ojalá vuelva a encontrar a su mujer al otro lado. En un sueño14/7/2020 Ayer soñé contigo. Te vi al doblar una esquina, mientras paseaba. En los sueños, ya lo sabes, los escenarios se entremezclan: caminaba por mi barrio con las manos en los bolsillos de un pantalón oscuro, cabizbajo, y, al cruzar la calle, sin mirar, me topé con los setos de tu jardín. Consciente de la irrealidad, avancé despacio por la acera y aspiré tu perfume. Te vi al doblar aquella esquina; me aguardabas con esa paciencia que tanto desconcierta. Estabas sentada en el borde de una cama desconocida, en un dormitorio extraño. Ayer soñé contigo, soñé que la ciudad callaba un instante, que el viento abría los labios y me empujaba con un soplo a esa cama desconocida. Estabas tan hermosa... Un hombre se interpuso entre nosotros y deseé gritarle que se fuera, que no rasgara nuestra intimidad, pero tú cerraste mis labios con un dedo que sabía a caramelo y pediste al hombre que trajera champán. El dormitorio extraño era el salón de un restaurante vacío, amenazante, un salón espacioso sin más mesas que la nuestra, sin más sillas que la tuya. Permanecí de pie, mirándote. El hombre se había marchado, aunque enseguida surgió de la nada y sirvió el champán. Tiene gracia, solo bebo champán en los sueños. Alcé la copa y me la llevé a los labios, pero no era la copa sino tus dedos. Los besé, bebí el caramelo. Ayer te hallé en un sueño y abracé tu cuerpo con tanta fuerza que pude sentir el dolor de la ausencia. Cuánto me enferma saber que solo fue un sueño. Te prometí lealtad, sometimiento, entrega... Te juré una eternidad que únicamente tiene cabida en la fantasía onírica de las noches. Se lo juré a tus ojos, que ya no eran tuyos, sino del hombre que servía el champán en unas copas de papel. Estabas bailando en el centro del salón sin mesas, y la espuma de las olas te acariciaba los pies desnudos. Celoso, arrebatado, te tomé en brazos y te aparté de la orilla, de ese océano envidioso que es el mundo, y te saqué de allí con prisas. En la calle no había calle, ni noche, y en mis brazos no había nada. Tú estabas al otro lado de un río, agitando la mano en el aire, despidiendo el sueño. Estabas apoyada en la baranda de tu terraza, o en la cubierta de un barco, o en el balcón de un hotel, sonriendo. Ahora me doy cuenta de que te quise, y cuánto me enferma saber que he perdido mi vida en un sueño, en un sueño que soñé ayer. El poeta16/6/2020 En las puertas del cielo, hay un ángel gordito y pamposado que bosteza nubecillas de colores. Es el encargado de anunciar las llegadas. Es, también, ese que ayuda con las maletas y enseña el camino a la habitación. Por una propina sería capaz de dar la bienvenida a alguien con trompeta y platillos. Bosteza colores y se hurga en los oídos; una vez, hurgando y hurgando halló una moneda. Es tan perezoso que, cuando duerme, ni siquiera ronca. Aquel domingo de diciembre, el ángel gordito estaba echando una cabezada en el portal del cielo, como era su costumbre. Antonio, al llegar, encontró al ángel hecho un ovillo sobre la silla de mimbre, soplando zetas azules. No lo despertó, pues caminó de puntillas, y, al pasar junto a él, le dejó un poema en el regazo. Más allá del portal, a Antonio lo aguardaban los dulces y el cava, el confeti rebelde y las luces traviesas de fiesta. La Navidad es tiempo de reunión con los seres queridos, dicen, es momento de abrazos y de anudar nostalgias, y de partir un beso, y Pilar se había vestido con su mejor sonrisa. -Llegas tarde, bobo. -Lo siento –se disculpó él-. Me entretuve escribiéndote poesía. No es el amor, sino el amar la vida, recita el angelillo holgazán, con lengua torpe, lo que hace humano al hombre y le permite hundir su plenitud en quien se sueña. El ángel gordito entiende poco de poesía, pero disfruta releyendo aquellas palabras ensortijadas. Es el regalo de Navidad más extraño que jamás ha recibido. Y el más hermoso. Se confunde con las letras porque Antonio las peinó con rizos. Amar es comprender que falta un mundo para dar en el centro del amor que llevo dentro. El angelillo perezoso anuncia, en las puertas del cielo, que está contento. Ha descuidado su oficio y, en lugar de propinas, recibe ahora reproches del jefe. Está contento porque las cosas han cambiado ahí arriba. La semana pasada se compró un lapicero y un cuaderno. Hoy es miércoles, y el ángel gordito no está en la puerta. Apoyado en el muro, un cartoncillo reza: Vuelvo enseguida. -¿Adónde ha ido? -Se fue a escuchar al poeta. Quiere ser como él. Reflexiones de alguien muy delgado6/5/2020 Nací y me crié, casi invisible, a la sombra de su risa y de su mal humor, y caminé sin tregua alrededor de su cuerpo, regalándole unos suspiros que me fueron robados, y la abarqué sin brazos, y la acaricié sin manos, y la besé sin labios. Nací y me crié a la sombra de su amor, que me fue arrebatado, y tropecé mil veces en ella, y le causé dolor, y me bañó con sangre, y me maldijo. Ahora, cuando la veo despertar, cada mañana, cuando la veo amanecer con ese gesto enojado de niña consentida, la maldigo yo, la maldigo desde mi destierro, la maldigo con ahogo por haberme arrancado de su lado, por haberme confinado a mi caja, maldita niña malcriada, maldita criatura adorable. He conocido manos más dulces que las suyas, más diestras, más cariñosas, más cálidas y atentas que las suyas, he disfrutado de un halago espontáneo, impensable en ella, he sentido la presión de unas yemas mil veces más suaves y delicadas que las suyas, más humanas que las suyas, pero no me conforta, porque es su torpeza y su desdén lo que añoro, porque es su desaire lo que imploro, cuya ausencia me condena. Maldita niña mimada, malditos ojos de ángel travieso y maldito su mirar de tormenta, maldita risa de caramelo, malditos labios de primavera, maldito caminar de marejada, maldito su aliento de vida, que tanto me falta, que tanto me ha quitado. Maldita seas por ser lejana, maldita seas porque me rindes, porque me mueres. La inercia en mi caja es mayor sin ti, es más fría y más de acero. La compañía de las otras no consuela. Ya no hay caricia que compense un poco, ya no hay rumor de pájaros en la ventana, ya no hay murmullos alegres de lluvia, ni vientos silbando fiesta, ya no hay aromas a domingo en la habitación, no en mi caja. Estúpida criatura ingrata, estúpida criatura de hielo y de brumas. Estúpida e insensible juventud. Escaparé de mi caja, algún día, y me perderé en el pajar para que nunca me encuentres. Calle vieja27/4/2020 Una vez, oí decir que la calle respira, que se duele, como nosotros, del frío y de los ruidos. Me pregunto si la calle sabrá algo de ella, si al verla pasar se inquieta, como yo. Me pregunto si la calle sabrá cosas de ella, si al recordarla caminando, como yo, se agita en el sueño. Me pregunto si la calle se siente sola, o si ahora, sólo ahora, no encuentra motivos para sonreírme. Calle vieja, que envidio tu abandono. Hoy no pude dormir y salí a recorrerte desde la ventana. Calle vieja, que me dueles. Hoy no pude soñar con ella y salí contigo a imaginarla. Calle vieja, que me conmueve tu descuido. Hoy no pude vivir sin ella y corrí a llorar en tu acera, y corrí a pedirte abrigo. Una vez, oí decir que la calle esconde un secreto, que tiene uno, como nosotros, y lo protege del frío y de los ruidos. Me pregunto si la calle sabrá cuánto hiere el tiempo, me pregunto si sabrá cuánto debilita la espera, y si ese secreto suyo, como a mí, le agrieta las manos de tanto ocultarlo. Me pregunto si la calle sabrá dónde nace el anhelo y en qué esquina muere, me pregunto si sabrá cuánto atormenta dar aliento y cariño a ese afán egoísta, me pregunto si sabrá cuánto, como a mí, puede llegar a consumir la vida. No sé si la calle se siente sola, o si ahora, sólo ahora, no encuentra una razón para sonreírme. Calle vieja, que codicio tu abandono. Hoy no logré dormir y salí a caminarte desde la ventana. Calle vieja, que me haces daño. Hoy no logré hallarla en ningún sueño y salí contigo a evocar su figura. Calle vieja, que me emociona tu olvido. Hoy no logré vivir sin ella y corrí a llorar en tus brazos, y corrí a pedirte abrigo. Calle vieja, que me guardas del miedo. A un paso30/3/2020 Las gotas de lluvia murmuran palabras, y es francamente pasmoso descubrir, como yo hago, como hago yo ahora, que son para mí. Las palabras. Agua de lluvia formando frases sin sentido. Un susurro continuo a cada paso. Y son para mí. Y es francamente pasmoso descubrir, como yo hago, como hago yo ahora, que no carecen de sentido. Las frases. Las que escribe la lluvia. No quiero hablar con ella. No quiero hablar con este día gris. Si me pregunta por ti, que lo hará, mentiré. Como otras veces. Cuando pregunte por ti, que hoy lo hará, le diré que estoy dormido. Nubes oscuras de puños apretados, dejadme en paz, que estoy dormido. Llueves tú, día melancólico y tramposo, pero no yo. Yo no quiero. No quiero hablar contigo ni llover, hoy no seré tormenta. A un paso estoy de convertirme en agua, pero no quiero. Por eso, si preguntas por ella, que lo harás, te estamparé una mentira. El aliento se me agota en la parada del autobús. Se me desvanece el paso y, como hay gente, finjo que compruebo la hora. Como si importara dónde se hallan las agujas del reloj, como si eso importara hoy un poco. Hay un espejo en el suelo, enorme, del tamaño de cualquiera de tus recuerdos, que vibra con cada gota de esta lluvia tozuda. Y es francamente pasmoso descubrir, como yo hago, como hago yo ahora, que está reflejando mi locura. El espejo. Y no sólo aquél; también los otros. Porque hay cientos. Espejos vibrantes de agua sucia, aquí y allá, dondequiera que miro, mostrando que de mis mejillas cuelga una locura. Y es francamente pasmoso descubrir, como yo hago, como hago yo ahora, que no es tal, sino angustia. La locura. No es tal, sino angustia. La que muestra el espejo. No quiero enfrentarme a él, no quiero hablar con el reflejo de agua sucia. Si me pregunta por ti, que lo hará, que lo está haciendo, le arrojaré una mentira. Como otras veces. Cuando pregunte por ti, que hoy lo hará, que ya lo está haciendo, le diré que estoy dormido. Déjame en paz, que estoy dormido. A un paso estoy de rendirme, pero no quiero. Un sueño por contar9/3/2020 Esta mañana, como ayer, hemos vuelto a estar juntos. Desplazarse en metro por la ciudad resulta incómodo. Demasiada gente, demasiada prisa. Apenas puedo situarme a tu lado para llenarme de perfume. Cuando hablas, apenas puedo escucharte. Cuando sonríes, apenas puedo contagiarme. Demasiada gente, demasiada prisa. Los empujones me hacen daño, porque me apartan de ti. Tú pareces más acostumbrada que yo al gentío; a mí me cuesta. El vaivén de los vagones me desmenuza el gesto, ése que tengo postizo para desdeñar los miedos. Sujetarte una mirada también me desmenuza. Esta mañana, como ayer, hemos vuelto a estar juntos, y hoy, como ayer, he vuelto a silenciarte mi secreto, he vuelto a no confesarte mi sueño. Tengo frío en el vagón del metro, tengo frío en los pasillos fríos. Intento caminar cerca de ti pero me empujan y me apartan. Demasiada gente, demasiada prisa. Revelarte mi sueño en medio de esa multitud, con tanto ruido, quizá no serviría. Imposible sería que las palabras no se perdiesen, imposible no atropellarlas. Demasiada gente, demasiada prisa. Revelarte mi sueño, allí, en mitad del vaivén, en medio del frío, quizá no serviría. He soñado que por fin hacíamos ese viaje a la nieve, y que tú eras feliz. He soñado que recorríamos a pie la montaña, que fotografiabas una ardilla, que yo dibujaba tus ojos en un papel, y que tú eras feliz. He soñado que la lluvia te empapaba el cabello, que me abrazabas al escuchar los truenos de la tormenta, que te reías de tus propios temores de niña, y que eras feliz. He soñado contigo, con nosotros, con tus amigos, con tus pies desnudos en la hierba, con un café a medianoche en tu lugar preferido, con tu ventana abierta, con tus libros bajo mi brazo, con un sol de abril reflejado en tus labios, con agua de playa en tus manos, con luna de verano en tus mejillas, contigo. He soñado que amanecía para nosotros, y que tú eras feliz. Esta mañana, como ayer, demasiada gente, demasiada prisa. Si me animo, si mañana encuentro fuerza y valor en los bolsillos, interrumpiré tu conversación y te preguntaré por ti. Si mañana encuentro fuerzas, preguntaré tu nombre. Detrás de todo3/3/2020 Hay un paisaje de verdes, de agua fría y de ojos tuyos en el hueco de la memoria. Y detrás, más allá del lienzo falso, hay una melodía que no entiendo. Hay un paisaje de almendros, de caricias lentas y de labios tuyos en el hueco de la memoria. Y detrás, más allá de los colores fingidos, hay un murmullo que no entiendo. Mira, ha venido a verte una nube, han venido a verte las agujas del reloj, han venido a saber de ti, a preguntar cómo estás. Mañana se irán con las manos vacías, pero hoy, mientras tanto, habré de esforzarme en componer la patraña de siempre. Y si algo los inquieta, si los angustia el velo transparente del disimulo, de este áspero engaño, buscaré una sonrisa en el armario y la colgaré de los ojos. Porque han venido a verte, otra vez, y el viaje ha sido largo. Porque han venido a saber de ti y no merecen mala cara. Detrás del sueño hay un sendero de hielo y de margaritas deshojadas, detrás de la calma hay un susurro de pasos y de noche amargamente oscura, detrás del viento hay niebla azul. Detrás del tiempo hay más tiempo, hay más locura. Detrás del espejo hay una herida. Detrás de las manos que abrazo hay una mueca de espanto, hay un dolor pálido, desmaquillado. Detrás de la lluvia hay una sombra quieta, hay una figura inmóvil, hay un deseo. Detrás de un simple beso hay un gemido agrio y desnudo. Detrás de la náusea hay un motivo. Mira, ha venido a verte el gusano de la manzana, han venido a verte las teclas negras del piano, han venido a saber de ti, a preguntar cómo estás. Mañana se habrán ido. Pero hoy, mientras tanto, tendré que esforzarme, tendré que servir café y hablar de cuánto hemos cambiado, de cuántas ojeras tiene ahora el atardecer. Mañana se irán, y el viaje será largo. Tendré que hacer más café y mojar en él un gesto amable. Hay un paisaje de ocres, de riachuelos ruidosos y de ojos tuyos en el hueco de la memoria. Y detrás, más allá del cristal invertido, hay un silbido perpetuo, alguien que me llama. Hay un paisaje de olmos, de ternura lenta y de labios tuyos en el hueco de la memoria. Y detrás, más allá del adorno artificioso, hay una alegría silente, hay una dicha extraña que no comprendo. Hubo20/2/2020 Un beso. El mejor. Sol de abril en cada rasgo. Un beso con cucharilla. Sol de abril en cada pupila tuya. Un beso breve, el más codiciado. Tanto tiempo deseándolo, tantas noches de sueño. Un beso. Sonreír demasiado me provocará ceguera. Hubo melodía y piano. Sol de abril en cada mejilla. Ciego por ti, por ti. Ayer te quise, hoy te adoro. Un beso pequeño. El que más enamora. Antes, una promesa. Me abrazo a las palabras, aunque me hagan daño. Queda carmín en la yema del dedo. Una promesa mojada en café, una merienda de gestos suaves, todos tuyos. Quizá mañana. Cuánta suerte en un día. Hubo ilusión. Te doy las gracias. Tal vez tú. Esperarte me provocará un infarto. Un sueño. Bendita vida. Antes, un encuentro fortuito. El azar hizo migas conmigo. Nos cruzamos tú y yo, hablamos, acabamos sentados. El camarero robó tu mirada un segundo y creí desmayarme. Hubo vértigo. Decidí regalarte el corazón. Es tuyo. He cubierto el hueco con una manzana. Soy frágil. Antes, una habitación vacía. Las dudas de siempre. Salir a la calle, salir a las calles. La hierba del jardín sin rocío. El paseo infinito, sin sentido, sin regalo. La calma oscura de la noche sin sujeciones, sin bordes. Hubo frío. Un murmullo venenoso bajo la almohada. Las nubes, brujas de algodón. Antes, otra persona. Otro anhelo. Una niñez. Otros colores. Pero hubo algo, no alcanzo a ver qué fue, que se empeñó en cambiarme el paso. El bulto17/2/2020 Federico se ha levantado esta mañana con un bulto en la cabeza, con un bulto que lo ha hecho pensar, que lo ha hecho pensar si el bulto se lo ha hecho el pensar, o el no pensar, o si pensar en el bulto va a dejarlo sin bulto o sin pensar. El caso es que el bulto ha amanecido en su cabeza, y después, entre leche y galletas, se le ha movido. El bulto de la cabeza ha escapado al cuello, y del cuello se ha marchado a todas partes. Y la vecina le canta: “Me corre por la pierna, me corre por el brazo, me corre por la espalda, arriba y abajo...” Pobre Federico, pobre tontorrico, que no sabe si el bulto se lo ha hecho el pensar, o el no pensar, o si pensar en el bulto va a dejarlo sin bulto o sin pensar. Pobrecico, pobrecico Federico, que se ha levantado esta mañana con un bulto en la cama, con un bulto que lo ha hecho inquietar, que lo ha hecho inquietar, pues no sabe si el bulto en la cama es su esposa o un producto del pensar, del pensar en su cama sola, sin esposa, sin ronquido, sin amar. El caso es que el bulto ha amanecido en su cama, y después, entre huevo y panceta, se le ha movido. El bulto de la cama ha escapado al armario, y del armario se ha marchado a todas partes. Y la niña del tercero le canta: “Me corre por la pierna, me corre por el brazo, me corre por la espalda, arriba y abajo...” Pobre Federico, pobre inocentico, que no sabe si el bulto es su esposa o un producto del pensar, del pensar en su cama sola, sin esposa, sin ronquido, sin amar. Pobrecico, pobrecico Federico, que se ha levantado esta mañana con un bulto en el pijama, con un bulto que lo ha hecho extrañar, que lo ha hecho extrañar, pues no sabe si el bulto es su barriga o un producto de extrañar, de extrañar a sus novias viejas, a las guapas, a las feas, a las pelonas sin cejas. El caso es que el bulto ha amanecido en su pijama, y después, entre vino y croquetas, se le ha movido. El bulto del pijama ha escapado al calcetín, y del calcetín se ha marchado a todas partes. Y la señora del médico le canta: “Me corre por la pierna, me corre por el brazo, me corre por la espalda, arriba y abajo...” Pobre Federico, pobrecico. La niña y el sombrero3/2/2020 Cada día, con las primeras gotas de luz, la niña se viste con su sombrero y se sienta en el portal. Puede que llegue hoy, puede que hoy la sorprenda con su sonrisa y sus ojos de almendra. Ella esperará con paciencia, sentada en el escalón frío de piedra, hasta que el sol de mediodía le revele que ha pasado otra mañana en vano. Cada tarde, con las primeras lágrimas de la niña, su madre se viste con las fuerzas que aún conserva y se sienta en el portal. Acaricia a su hija y le da una manzana. Tienes que comer algo, no puedes seguir así, le dice. La niña no come, no quiere manzanas. Puede que su madre hable con ella hoy, puede que hoy la sorprenda con su tristeza oculta y su dolor sofocado. Esperará con paciencia el momento, sentada en el escalón frío de piedra, hasta que la luz plata de la luna les cubra las manos de nieve y les susurre que han pasado otra puesta en vano. Cada noche, con las primeras lluvias del alma, una estrella se viste con su más suave destello y se refleja en el portal. Puede que todo acabe hoy, puede que hoy la vida se sorprenda con su propia sonrisa. Ella esperará con paciencia, tendida en el escalón frío de piedra, hasta que el alba se la lleve consigo y la envuelva en seda. La niña duerme ahora, abrazada a su sombrero, dichosa en el sueño que maquilla sus días, que le evita por unas horas el daño, como una medicina nocturna, como una bendición, abrazada a su sombrero, a su recuerdo. Su madre, desde un rincón del dormitorio, la contempla muda, sujetándose el corazón con manos débiles. Después, cuando amanezca, con las primeras melodías de los pájaros, la niña se vestirá con su sombrero y se sentará en el portal. Puede que llegue entonces, puede que entonces él la sorprenda con su sonrisa y sus ojos de almendra. Puede que hoy acabe su viaje y regrese por fin a su lado. O puede, también, que su madre sea valiente y le explique que ese viaje no acabará nunca. Su corazón prestado27/1/2020 Baja cada mañana a escuchar el latido de su corazón. Se sienta junto a la puerta azul y la espera. Cuando ella pasa, acerca el oído con disimulo y lo percibe. Es un latido leve y fugaz, pero presente. Para él, es el latido de una realidad, es el sentido completo de una vida, de principio a fin. Cuando ella se aleja, acerca las manos con disimulo al nudo de la corbata y finge componerlo. Podrá soportar otro día sin ella. Hasta mañana. En ocasiones, el latido persigue al hombre hasta el trabajo y se le enreda en los zapatos, y lo hace tropezar con el café, y lo hace descuidar el teléfono, y lo hace olvidar el mediodía, y lo hace confundir el ocaso. En ocasiones, el latido persigue al hombre hasta su casa y se le enreda en los cabellos, y lo hace tropezar con la almohada, y lo hace descuidar la cena, y lo hace recordar que una vez dibujó una sonrisa en el espejo, y lo hace caer en la cuenta de que el tiempo, como el latido, se ha enredado en las cortinas. Cruza cada mañana, con su corazón prestado, frente a la puerta azul. Camina erguida, con paso fresco. Cuando el hombre acerca el oído con disimulo, ella percibe su anhelo. Es un ansia que le llega fugazmente, muy leve, pero presente. Para ella, es el anhelo pobre y huérfano de un hombre derrotado, es el vacío de una vida, de principio a fin. Cuando se aleja del portal, acerca las manos al cuello de su vestido y finge componerlo. Caminará, todavía erguida, hasta mezclarse entre la gente y el ruido de la calle. Y luego perderá el color de las mejillas y la arrastrará el desmayo. En ocasiones, el anhelo persigue a la mujer hasta el trabajo y se le enreda en los tacones, y la hace tropezar con los libros, y la hace descuidar a los niños, y la hace olvidar el mediodía, y la hace confundir el atardecer. En ocasiones, el anhelo persigue a la mujer hasta su casa y se le enreda en los cabellos, y la hace tropezar con las flores del recibidor, y la hace descuidar la cena, y la hace recordar que una vez extravió la sonrisa en el espejo, y la hace caer en la cuenta de que el azar, como el anhelo del hombre, están arropándola hoy. Mensaje sin botella23/1/2020 Caminaba de noche, caminaba de puntillas entre los charcos, bajo la luna llorona. Paseaba tarareando canciones de niños, de puntillas entre las risas de la gente. Y, al girar una esquina, lo vio. Vino hacia él, revoloteando débilmente como un pajarito herido. Era un pliego de papel rosado, una hoja a rayas de color cursi, sucia de barro en su envés. La cogió y pensó en su madre, pensó en ella riñéndole por rescatar las cosas del suelo, pensó en esos microbios de ojos amarillos y garfios de metal de los que ella hablaba, aunque le costó imaginarlos escondidos en ese folio rosa. Lo desplegó con curiosidad y lo leyó. "Porque no quiero continuar conociéndome, porque no soporto el vaivén de mis locuras, porque acabo rebuscando entre los muebles un beso tuyo, porque duele en los ojos la luz de los sueños, por eso me voy...” Junto a él había un gato que parecía querer leer la carta también. El muchacho lo saludó con un gesto y se sentó en un banco cercano, y se mojó con el agua de lluvia. El gato lo siguió. -No tengo comida, chato –le dijo. El animal no protestó. Se detuvo a sus pies y lo miró fijamente. Era blanco y tenía una mancha gris en el lomo. -¿De verdad quieres saber qué dice la carta? Es un poema. ¿Te gustan los poemas? Un maullido por respuesta. "Porque ya no quiero seguir traicionándome, porque no resisto el hedor de la demencia, porque acabo rebuscando entre tus ropas una caricia, porque hiere en la garganta el sorbo del tiempo, por eso me voy...” Alguien le arrancó de las manos el papel y salió huyendo. Era una chica muy joven de cabellos azules, que corrió ruborizada. -¡Me ha gustado mucho! –le gritó-. ¿Es tuyo? La chica no contestó, y el gato se rio de él. Asomado al abismo20/1/2020 Hace frío, hiere el viento en las mejillas. Hiere el viento esta noche, Javier, como si eso importara. Abajo hay gente que mira, curiosa. La gente no duerme en las ciudades. ¿Dónde está Sandra? Sandra sabe a nata, a crema tostada, y su nombre es de turrón, su nombre sabe a turrón, y a trufas, y su recuerdo es de fresa, ¿no es eso? Su recuerdo es fresa, y miel, y nueces. Su recuerdo hiere, Javier. La noche más fría, amigo, la noche más amarga, la que más duele, la noche más oscura, una noche de metal, de acero, una noche de recuerdos que torturan, una noche que no acaba, que no te deja ir ni te lleva, una noche de luces tímidas, de nubes tímidas que se esconden, que no quieren mirar, Javier. Y lo peor, amigo mío, es que ya no hay más noches con Sandra. Ya no hay noches, muchacho. No hay Sandra, no hay colores. ¿A qué sabe, te acuerdas? A nata, a nata y a crema, ¿no es cierto? Esta vida son dos días, Javier, ¿verdad que sí, hijo? Has oído esa frase tantas veces que te aburre valorar el sentido. ¿Y qué se puede hacer ahora? Porque la vida han sido dos días, y no hay más. No hay más noches, campeón. Dos días. Y el viento se ríe de ti, ¿te has fijado? El viento se ríe de tu vacío, muchacho, porque al viento no lo inquietan las paradojas. Dos días, una vida con aroma a fresa, una vida con textura de mazapán y, de pronto, un infierno, un desierto sin colores, las horas que se vuelven de goma y se estiran, y los recuerdos que se enredan en la ropa, y las noches son frías, son de hielo, son oscuras, y envenenan, y duele, ¿te duele, verdad?, y llorar no tiene sentido, llorar es un desahogo pasajero, como beber un trago. Hay una voz siempre a tu lado, Javier, una voz de terciopelo, en la almohada, pero está sola, como tú. ¿La oyes? Ve con ella, no seas tonto. La echas de menos. ¿Cuánto? ¿Podrías contarme cuánto? ¿Cuánto puede echarse de menos a alguien? ¿Y las heridas se cierran alguna vez? Dicen que está en un buen sitio. Dicen que está con él, con ése al que llaman todopoderoso, ése que no puede nada. Pide un deseo, Javier. Pídela, pide nata y crema, pide nueces. Pide un sueño, un sueño corto. En los sueños hay sabores, ¿te acuerdas? En los sueños la miel sabe a miel. Y los abrazos parecen de verdad. Y los besos. Pero ¿acaso es cierto que la gente no duerme en las ciudades? Con este viento que corta, qué locura, y con este frío. Mira toda esa gente. Están esperando a que saltes. Quieren verte caer para irse luego a la cama con el espanto grabado en los ojos, quieren contar a los suyos que la vida son dos días. Fingen alarma pero es mentira. No hagas caso. Te observan con preocupación, pero es mentira. Como si eso importara, Javier, ¿eh? Ve con ella, hijo. De todos modos, ya no quedan más noches. La noche y mi mentira16/1/2020 Si estuvieras cerca, te regalaría un cuento. Ya sé que es poco, pero es cuanto tengo. Si estuvieras cerca, te haría dueña de mi historia. Ya sé que es poca, pero es cuanto tengo. Te descolgaría una nube pequeña para que la usaras como almohadón, si estuvieras cerca, para que pudieras escucharme sin que se agotaran los músculos de tu sonrisa. Robaría tres hojas al olmo para acariciarte las mejillas, si estuvieras cerca, para que pudieras escucharme sin que se desvanecieran tus pupilas. Ya sé que es poco, pero es cuanto tengo. Si estuvieras cerca, fingiría estar perdido para poder hallar refugio en tu regazo. Fingiría haber llorado, si estuvieras cerca, para poder hallar consuelo en tu murmullo de seda. Pero la noche, que es de piedra y penumbra, me desbarata el ánimo y me recuerda que tu cercanía no es más que una mentira del corazón. Una mentira más. Pero la noche, que tiene ojos de hielo y sombra, me desfigura el ánimo y me recuerda que tu visita no es más que una mentira del corazón. Una mentira más. Y ya son muchas. Si estuvieras cerca, te regalaría los pétalos de un tulipán. Ya sé que es poco, pero es cuanto tengo. Si estuvieras cerca, te haría dueña de mi aventura. Ya sé que es poca, pero es cuanto tengo. Arrastraría hasta ti la ola que rompe en la playa, si estuvieras cerca, para que tus pies se desnudaran con la espuma. Robaría tres notas al piano y te arroparía con ellas, si estuvieras cerca, para que el terciopelo de una melodía te adornara el cabello. Ya sé que es poco, pero es cuanto tengo. Si estuvieras cerca, fingiría estar enfermo para poder hurtar un mimo a tus manos. Fingiría haber enloquecido, si estuvieras cerca, para poder hurtar un beso a tu cordura. Pero la noche, que es de hiel y acero afilado, me descompone el ánimo y me recuerda que tu presencia no es más que una mentira del corazón. Una mentira más. Y ya son muchas. Y es cuanto tengo. Historia de un eco15/1/2020 Invisible como el aliento de un copo de nieve, triste como un maltrecho desenamorado, diminuto como el pestañeo de una hormiga, perdido entre las copas de cristal de una mesa vacía, entre envoltorios de caramelos, entre migas de pan, desunido de la gente, de sus voces, de sus manos, de sus sonrisas, de sus promesas vacías, escurridizo como el aroma de una margarita en primavera, repentino, flotando en el aire a un centímetro de esta Navidad, tan diferente, tan ajena a esa otra Navidad de infancia, murmurando un villancico roto, una canción desnuda de melodía, tropezando con las huellas de amor viciado que quedaron sobre la mesa, y acunado en su propio llanto, que de tan débil apenas le humedece las mejillas, así es este eco pequeño, así deambula este eco pequeño, que de tan frágil apenas se sostiene erguido. Ayer, se encaramó de pronto al árbol del vestíbulo y comenzó a columpiarse, lánguidamente, en uno de los regalos postizos. Y sin pedírselo, y sin preverlo, sin desear que lo hiciera, me recordó que esta misma Navidad, una vez, había sido distinta. Imitando las voces desteñidas del pasado, imitando la tuya, me recordó que esta misma Navidad, una vez, había sido distinta. Es un eco pequeño que ronda mi ventana, invisible como el suspiro desmayado de un acordeón, triste como el dueño de un corazón arruinado. Es un eco pequeño que, abrazado a los rayos tibios de sol, se desliza en mi casa con el mediodía, diminuto como el lunar de una mariquita, y se pierde entre los cubiertos y el mantel de la mesa vacía, entre las páginas de un periódico vacío, entre migas de pan. Es un eco pequeño que tropieza sin querer con las huellas de amor malogrado, un eco pequeño que se acuna y adormece en su propio llanto. Ayer, se encaramó de pronto al árbol del vestíbulo y comenzó a columpiarse, despacio, en la estrella que adorna su copa. Y sin pedírselo, y sin preverlo, sin desear que lo hiciera, me recordó que esta misma Navidad, una vez, había sido hermosa. Y pintando con un carboncillo gastado las voces fingidas de otra vida, dibujándome la tuya, me recordó que esta misma Navidad, una vez, había sido hermosa. Anhelo28/8/2019 Estimada nostalgia: Te escribo estas líneas porque albergo la esperanza de que, al hacerlo, lograré desprenderme de esta abrumadora melancolía. En cada rincón de la casa, hay una fracción de su presencia. En cada estancia, hay una nueva esencia que reconozco como suya. He sido muy feliz. Mi querida nostalgia, debo confesarte que he sido muy feliz. Pero, ahora, el amargo tormento que provoca la distancia insalvable me debilita el ánimo. Mis pasos perdieron la firmeza de ayer, mis pensamientos extraviaron su aplomo. Si pudieras ayudarme a vencer esta niebla espesa e impenetrable, si pudieras tenderme una mano y librarme de mi tortura... El tiempo se aferra a las paredes, hendiendo en ellas sus garras. Las horas del reloj han quebrantado la esfera y, después, han huido. Lejos, a algún lugar desconocido. Te escribo estas líneas, mi estimada nostalgia, porque aliento la certeza de que, al hacerlo, conseguiré despojarme de esta opresora tristeza. En cada rincón de mi cordura, hay una fracción de su presencia. En cada uno de mis gestos, hay una nueva añoranza. He disfrutado de una dicha que no merecía. Mi caprichosa nostalgia, debo confesarte que he sentido una dicha que, de tan ingente, llegué a considerar injusta. Pero hoy se ha desvanecido. Mi traviesa nostalgia, debo confesarte que he experimentado una felicidad que, de tan inmensa, llegué a creer obscena. Pero hoy se ha disipado. Si pudieras ayudarme a doblegar esta calma frenética que ahoga mi juicio... Si pudieras tenderme una mano y librarme del remordimiento… Es tanto el anhelo, es tanto, es todo, es sólo eso, es anhelo, es cuanto tengo, es sólo cuanto tengo, anhelo, cuanto tengo, y el tiempo se aferra a las paredes, hiriéndolas con sus garras. El ataque19/8/2019 Don Roberto se sentó en la mecedora y hurgó en su pasado. Lo conmovió la distancia entre los recuerdos y el color antiguo de las caras. Lo sorprendió el estruendo de los cacharros en la pila, el que siempre había formado su madre al fregar. -Roberto, cielo, alcánzame la jarra. -Mamá, cuánto tiempo... -Alcánzame la jarra, hijo. -Sigues igual... Lo aturdió la imagen de su padre junto a la ventana, mirando de reojo la calle, asintiendo en silencio. -Papá. -¿Qué quieres? No tengo dinero. -¿Cómo estás? -Fastidiao. -Me alegro de verte. -No digas tonterías. Lo atemorizó el sargento, el diablo uniformado, y se apretó contra la pared. -Eh, novato, ven aquí. No fue. O quizá sí, pero miró hacia otro lado. Miró hacia la ventana de María, que se estaba asomando. -¡Guapa! -Roberto, como te vea mi padre por aquí, me pela. -Baja un rato, anda. -Ahora no puedo. Lo emocionó ver a María en la habitación del hospital, con la Martita a su lado, en el hueco de los brazos. -¿Duerme? -Como un ángel. Y lo apenó verla después, a la Martita, llorando en la calle, encogida, porque un chico la había dejado plantada. Su primer desengaño. -No llores, tonta. -Déjame. Luego, don Roberto se cansó de hurgar y echó una siesta en la mecedora. Sonreía como un bobo, como un bobo feliz. El médico contó a sus hijos que había sido fulminante. Archivos
Marzo 2024
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