Relatos breves de una vida
En un banco5/4/2021 Lo malo de estar muerto es que ya no hay remedio. Son pocas las cosas que uno puede hacer cuando se ha ido. Contemplarse a sí mismo es una de ellas, es una de esas pocas cosas que uno puede hacer. O pensar en el pasado. O recrearse en la muerte, en la soledad, en la inmovilidad. Lo malo de estar muerto es que ya no hay vuelta atrás, ya no hay reproches, no sirven. Los reproches nunca sirvieron para nada, y hoy tampoco ayudan. La brisa del jardín apenas me acaricia, se ha vuelto antipática. Este banco frío es antipático. Son muy pocas las cosas que uno puede hacer cuando se ha ido. Lamentarse es una de ellas, es una de esas pocas cosas que uno puede hacer. O sufrir. O recrearse en la indiferencia del tiempo. Son muy pocas las cosas que uno quiere hacer cuando se ha ido. Sonreír es una de ellas. O fingir, encoger los hombros y fingir que todo sigue, que todo está bien, que nada ha cambiado. Lo malo de estar muerto es que solo hay distancia. Entre el día y yo, entre los objetos y yo, entre la realidad y yo solo hay distancia. Entre tú y yo, ahora, solo hay distancia. El ruido lejano de la calle apenas me recuerda que ayer estuve aquí, el color de la hierba ya no me conmueve, la melodía triste del viento ya no me conmueve. Solo el dolor lo hace, y el dolor es mío. Me conmueve porque es mío. Estoy dejándome llevar. En algún rincón oscuro de la conciencia se ha abierto una ventana. Estoy permitiendo que los lazos hirientes de la culpa se anuden y me asfixien. Si pudieras verme… Te colmaría de orgullo examinar mi derrota. Estoy dejándome arrastrar. Si pudiera verte… En algún peldaño mellado de la soberbia se ha abierto una brecha. Estoy consintiendo que el aire se escape, estoy cediendo al vacío. Lo malo de estar muerto es que te he perdido. Apenas quedan cosas que uno pueda hacer cuando se ha ido. Añorarte es una de ellas, es una de esas cosas que apenas quedan. O mentirme. O empolvar los motivos del corazón, diseñar de nuevo el engaño y maquillar los latidos. O rendirme. Porque lo malo de estar muerto, lo peor de esta vigilia que no acaba es que te he perdido.
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Como un perro flaco3/11/2020 Ángela está enferma y no puede meterse en la cama porque tiene que trabajar. Las gripes nunca se curan de pie, decía su padre, que se creía muy listo. Por eso lo mató el alcohol, por listo, por sabio, por espabilado. Su madre, que aparentemente era más tonta, la enseñó a mirar por encima de la tormenta. Quédate en la cama, hija, le habría dicho, y mañana comerás puñetazos porque no habrá otra cosa. -Me voy, Pablo –se despide Ángela-. Si llaman, di que estoy en el bar. Luego te veo. Pablo es su gato siamés, el regalo de cumpleaños de su amiga Luisa, que también se cree muy lista. Por eso le ha engordado tanto la barriga en unos meses, por lista, por sabia, por espabilada. En la calle, que hoy es fría como un desengaño, la gente la mira dos veces. La muchacha va envuelta en un abrigo que le cae grande, con las solapas levantadas. Las manos no se le ven, tampoco los pies, y la bufanda le cubre el rostro hasta las cejas. Camina dando tumbos como una momia despistada, calle abajo, con su fiebre y sus prisas nuevas de camarera. Los semáforos se han multiplicado y le dicen dos veces que puede pasar, o que ahora no puede, o que puede pero no puede. Y los coches son más coches que otros días, y los perros han hecho dos veces lo que hacen siempre, y los dueños, que se creen muy listos, también han hecho lo de siempre. Ahí voy, hecha una momia, se dice, y se ríe, porque si llora estropea el maquillaje, y el maquillaje es muy caro. -Buenos días, Ángela. Vaya cara que traes, niña. ¿Estás con gripe? Date prisa y cámbiate, que mira cómo tengo la barra. Tómate una aspirina. La muchacha mira la barra para ver cómo la tiene, y lo que ve no le gusta demasiado, porque ve a su padre, lo ve muchas veces, a su padre junto a su padre, a su padre al lado de otros padres, todos juntos, todos el mismo, todos bebiendo de la copa y sonriendo con estupidez, todos muriéndose en la copa. Y ella, que se indigna y enseguida le trepan los demonios por el cuerpo, se acerca a todos ellos y les dice que son muy listos, que son muy sabios, que son muy espabilados, que por eso se despeñan en las barras de los bares, que si mañana comemos puñetazos es lo de menos, que para ellos lo importante es esconderse de la vida en un vaso. Y les grita que son tan cobardes como un perro flaco. -Lo siento, Rosa –se disculpa con la dueña-. Me salió del alma. Del alma le ha salido, y es bien cierto. Aunque tarde. Se muere viejo y solo1/10/2020 A Gustavo cada vez lo asusta más el paso del tiempo. Ocurre todas las mañanas, a la hora del desayuno. Lo oye caminar, más allá de las cortinas, despacio, muy cerca de su ventana, acariciando la reja, fingiendo disimulos mordaces. La magdalena queda suspendida en el aire un instante, temblando en su mano, mientras el tiempo pasa, cada mañana, mientras se ríe de él, mientras se aleja. Gustavo está solo, tan solo que a veces no se encuentra en el espejo. Su sombra lo ha abandonado; esa silueta desgarbada que antes se proyectaba en las paredes se ha esfumado con el ocaso de ayer. Las persianas están bajadas; aprendió a escurrirse a ciegas por la casa, a transitar sus breves recorridos sin levantar tropiezos. En el armario de la cocina hay dos cajones: en uno guarda el cuchillo con el que jamás tuvo el valor de herirse las muñecas; en el otro, tres recuerdos de infancia, una fotografía de su madre y una carta de despedida de su mujer: Querido Gustavo: Te dejo. Preferiría morirme otro día, más tarde, pues aún me seduce el alba del otoño y escuchar la lluvia en el tejado, pero hoy he visto a las amapolas sangrando en el campo, y sé que ha sido por mí. El sol que ahora se esconde apenas me ha templado el alma. Es mi hora. Te dejo sin querer, sin propósito. Me alejo esta noche, me muero de ti esta noche. Adiós. Gustavo relee la carta cada madrugada, aprovechando que el reloj está dormido. Con la luz de un fósforo ilumina el papel, y con la yema de un dedo riza las letras delicadamente. Todavía desprenden las palabras el perfume de melocotón, que le arruga los ojos. Gustavo se muere viejo y solo, tan solo que a veces los ratones, ignorando su presencia, le arrebatan la magdalena de la mano. Pero mañana saldrá a la calle a recibir al tiempo, cuando pase. Mañana perderá el miedo y saldrá a la calle a enfrentarse al tiempo, cuando pase frente a su ventana. Así lo ha prometido. Muñeco abandonado28/5/2020 Dos ojos saltones, redondos como lunas llenas, y una nariz roja en el centro de su cara, o de su cuerpo, pues no es más que una bola azul de pelo suave del tamaño de una nuez. Está solo, está abandonado en la calle. Se ha visto reflejado en un fragmento de cristal, y su propia imagen borrosa lo ha hecho sentir aún más abandonado y solo. Qué cosas: siempre había deseado volar, había anhelado ser pájaro por un día, o mariposa, o simplemente un mosquito, porque fue incapaz entonces de imaginar qué sensación extraña y maravillosa podría experimentarse al surcar los aires, y hoy, sin esperarlo, ha volado como una gaviota desde la ventanilla de un coche hasta la acera. Del coche de su dueña protectora a la acera sucia de un mundo grande y desconocido. Desechado como un pañuelo de papel. Confinado al olvido, menospreciado. Tal vez haya hecho algo mal, tal vez haya estropeado uno de esos momentos de paz que su dueña disfrutaba con tanto celo. Tal vez, con su presencia, haya quebrado el clima frágil del dormitorio. No lo sabe. Se encuentra angustiado y muy confundido. Si supiera, lloraría. Es un muñeco abandonado en la calle, sólo eso. De ojitos saltones y redondos, azul, de nariz roja y chata. Sólo es un muñeco asustado sin dueño. Está él, están los coches mudos, están los gorriones en la baranda del parque, están los charcos de la lluvia reciente, están los envoltorios de golosinas, que son juguetes del viento, están los semáforos parpadeantes, está el ruido de la Navidad en las casas, y están las casas, están los edificios altos, que suben al cielo, y están las nubes, que también son juguetes del viento, y está la nieve esperando, y está el frío, y la luna, que saldrá luego, y mil estrellas, que son luciérnagas de vida eterna, y mil estrellas más, y mil más. El muñeco es sólo un punto azul en este paisaje urbano de diciembre, un punto azul que tiembla. Lo he visto, por casualidad, al agacharme a recoger una moneda, escondido detrás de un cartón. Tiene miedo en los ojos. Si pudiera, correría. Me he ofrecido a él como dueño. No sé si le gusta la idea, o si tenía otros planes, o si prefiere a otro. El caso es que no se ha quejado cuando lo he cogido. No ha dicho nada. Quizá porque sólo es un muñeco. Noche fría9/4/2020 Con lo que sobró de un beso se ha hecho un sombrero, y con él pasea por la calle, tan orgulloso como el día en que su madre le regaló su primera bicicleta. Tiene un tigre en la tripa que ruge con impaciencia, pidiendo pan, y un oso en el jersey que mira de soslayo a los viandantes. Con lo que sobró de una cena, cena él. En los cubos de basura encuentra cosas que jamás habría imaginado. En América, las tapaderas de los cubos son como los platillos de una orquesta; lo ha visto en las películas. Pero en lo que queda de su España grande y libre, los cubos de basura tienen tapadera articulada, igual que los retretes. Y el mismo olor. Y en ellos encuentra cosas muy valiosas: una bolsa de viaje, un melocotón, un lapicero, un periódico… Al tigre de su tripa le basta con morder el melocotón. Al oso del jersey le basta el lapicero. Y a él, a nuestro vagabundo, le basta con que a ellos les baste. Donde hay dos sonrisas, puede haber tres. Frío, niebla de invierno somnoliento y sonrisas, tres sonrisas, que son más que dos y menos que mañana, o algo así. Con lo que sobró de una tertulia callejera se ha hecho una bufanda. Ya no le corta el viento la cara, menos mal. Menuda noche destemplada. Mira, ahí está Eva, la hija del peluquero. Cada vez que sale a la calle, la ciudad se embellece. Es como un adorno de navidad, como un farolillo de verbena. Al oso de su jersey se le encienden los ojos de rubor. Y a él también, pero los gira hacia arriba y los esconde. Ahí se acerca la muchacha. Que viene, que viene. -Buenas noches, guapa –le dice. Nada, ella no escucha. -Abrígate, Eva, que hace frío. Ella no habla con indigentes. Ni siquiera los ve. Camina con la arrogancia que otorga el estómago lleno. Lleva prisa. Ha quedado. Tiene un novio en la esquina, aguardando. El novio tiene coche y medio, y ganas de verla, como cualquiera. La recibe con brazos abiertos y ojos encendidos de rubor, igual que el osito del jersey del vagabundo, y la muchacha se cuela entre los brazos como un regalo. Se van. Se han ido. Abrígate, niña, que no es noche de andar destapada. Con lo que sobró del abrazo, se abriga él. Duerme el tigre de la tripa, está roncando. Es hora de mullir los cartones. Mañana será otro día. Mañana habrá nieve; lo ha visto en la tele del escaparate. Al vagabundo le gusta la nieve porque no hace daño, porque cae despacio, igual que los besos de una madre. Se adormece, suspira. Con lo que sobra de los recuerdos de una vida, vive él. A un paso30/3/2020 Las gotas de lluvia murmuran palabras, y es francamente pasmoso descubrir, como yo hago, como hago yo ahora, que son para mí. Las palabras. Agua de lluvia formando frases sin sentido. Un susurro continuo a cada paso. Y son para mí. Y es francamente pasmoso descubrir, como yo hago, como hago yo ahora, que no carecen de sentido. Las frases. Las que escribe la lluvia. No quiero hablar con ella. No quiero hablar con este día gris. Si me pregunta por ti, que lo hará, mentiré. Como otras veces. Cuando pregunte por ti, que hoy lo hará, le diré que estoy dormido. Nubes oscuras de puños apretados, dejadme en paz, que estoy dormido. Llueves tú, día melancólico y tramposo, pero no yo. Yo no quiero. No quiero hablar contigo ni llover, hoy no seré tormenta. A un paso estoy de convertirme en agua, pero no quiero. Por eso, si preguntas por ella, que lo harás, te estamparé una mentira. El aliento se me agota en la parada del autobús. Se me desvanece el paso y, como hay gente, finjo que compruebo la hora. Como si importara dónde se hallan las agujas del reloj, como si eso importara hoy un poco. Hay un espejo en el suelo, enorme, del tamaño de cualquiera de tus recuerdos, que vibra con cada gota de esta lluvia tozuda. Y es francamente pasmoso descubrir, como yo hago, como hago yo ahora, que está reflejando mi locura. El espejo. Y no sólo aquél; también los otros. Porque hay cientos. Espejos vibrantes de agua sucia, aquí y allá, dondequiera que miro, mostrando que de mis mejillas cuelga una locura. Y es francamente pasmoso descubrir, como yo hago, como hago yo ahora, que no es tal, sino angustia. La locura. No es tal, sino angustia. La que muestra el espejo. No quiero enfrentarme a él, no quiero hablar con el reflejo de agua sucia. Si me pregunta por ti, que lo hará, que lo está haciendo, le arrojaré una mentira. Como otras veces. Cuando pregunte por ti, que hoy lo hará, que ya lo está haciendo, le diré que estoy dormido. Déjame en paz, que estoy dormido. A un paso estoy de rendirme, pero no quiero. Un sueño por contar9/3/2020 Esta mañana, como ayer, hemos vuelto a estar juntos. Desplazarse en metro por la ciudad resulta incómodo. Demasiada gente, demasiada prisa. Apenas puedo situarme a tu lado para llenarme de perfume. Cuando hablas, apenas puedo escucharte. Cuando sonríes, apenas puedo contagiarme. Demasiada gente, demasiada prisa. Los empujones me hacen daño, porque me apartan de ti. Tú pareces más acostumbrada que yo al gentío; a mí me cuesta. El vaivén de los vagones me desmenuza el gesto, ése que tengo postizo para desdeñar los miedos. Sujetarte una mirada también me desmenuza. Esta mañana, como ayer, hemos vuelto a estar juntos, y hoy, como ayer, he vuelto a silenciarte mi secreto, he vuelto a no confesarte mi sueño. Tengo frío en el vagón del metro, tengo frío en los pasillos fríos. Intento caminar cerca de ti pero me empujan y me apartan. Demasiada gente, demasiada prisa. Revelarte mi sueño en medio de esa multitud, con tanto ruido, quizá no serviría. Imposible sería que las palabras no se perdiesen, imposible no atropellarlas. Demasiada gente, demasiada prisa. Revelarte mi sueño, allí, en mitad del vaivén, en medio del frío, quizá no serviría. He soñado que por fin hacíamos ese viaje a la nieve, y que tú eras feliz. He soñado que recorríamos a pie la montaña, que fotografiabas una ardilla, que yo dibujaba tus ojos en un papel, y que tú eras feliz. He soñado que la lluvia te empapaba el cabello, que me abrazabas al escuchar los truenos de la tormenta, que te reías de tus propios temores de niña, y que eras feliz. He soñado contigo, con nosotros, con tus amigos, con tus pies desnudos en la hierba, con un café a medianoche en tu lugar preferido, con tu ventana abierta, con tus libros bajo mi brazo, con un sol de abril reflejado en tus labios, con agua de playa en tus manos, con luna de verano en tus mejillas, contigo. He soñado que amanecía para nosotros, y que tú eras feliz. Esta mañana, como ayer, demasiada gente, demasiada prisa. Si me animo, si mañana encuentro fuerza y valor en los bolsillos, interrumpiré tu conversación y te preguntaré por ti. Si mañana encuentro fuerzas, preguntaré tu nombre. El bulto17/2/2020 Federico se ha levantado esta mañana con un bulto en la cabeza, con un bulto que lo ha hecho pensar, que lo ha hecho pensar si el bulto se lo ha hecho el pensar, o el no pensar, o si pensar en el bulto va a dejarlo sin bulto o sin pensar. El caso es que el bulto ha amanecido en su cabeza, y después, entre leche y galletas, se le ha movido. El bulto de la cabeza ha escapado al cuello, y del cuello se ha marchado a todas partes. Y la vecina le canta: “Me corre por la pierna, me corre por el brazo, me corre por la espalda, arriba y abajo...” Pobre Federico, pobre tontorrico, que no sabe si el bulto se lo ha hecho el pensar, o el no pensar, o si pensar en el bulto va a dejarlo sin bulto o sin pensar. Pobrecico, pobrecico Federico, que se ha levantado esta mañana con un bulto en la cama, con un bulto que lo ha hecho inquietar, que lo ha hecho inquietar, pues no sabe si el bulto en la cama es su esposa o un producto del pensar, del pensar en su cama sola, sin esposa, sin ronquido, sin amar. El caso es que el bulto ha amanecido en su cama, y después, entre huevo y panceta, se le ha movido. El bulto de la cama ha escapado al armario, y del armario se ha marchado a todas partes. Y la niña del tercero le canta: “Me corre por la pierna, me corre por el brazo, me corre por la espalda, arriba y abajo...” Pobre Federico, pobre inocentico, que no sabe si el bulto es su esposa o un producto del pensar, del pensar en su cama sola, sin esposa, sin ronquido, sin amar. Pobrecico, pobrecico Federico, que se ha levantado esta mañana con un bulto en el pijama, con un bulto que lo ha hecho extrañar, que lo ha hecho extrañar, pues no sabe si el bulto es su barriga o un producto de extrañar, de extrañar a sus novias viejas, a las guapas, a las feas, a las pelonas sin cejas. El caso es que el bulto ha amanecido en su pijama, y después, entre vino y croquetas, se le ha movido. El bulto del pijama ha escapado al calcetín, y del calcetín se ha marchado a todas partes. Y la señora del médico le canta: “Me corre por la pierna, me corre por el brazo, me corre por la espalda, arriba y abajo...” Pobre Federico, pobrecico. Su corazón prestado27/1/2020 Baja cada mañana a escuchar el latido de su corazón. Se sienta junto a la puerta azul y la espera. Cuando ella pasa, acerca el oído con disimulo y lo percibe. Es un latido leve y fugaz, pero presente. Para él, es el latido de una realidad, es el sentido completo de una vida, de principio a fin. Cuando ella se aleja, acerca las manos con disimulo al nudo de la corbata y finge componerlo. Podrá soportar otro día sin ella. Hasta mañana. En ocasiones, el latido persigue al hombre hasta el trabajo y se le enreda en los zapatos, y lo hace tropezar con el café, y lo hace descuidar el teléfono, y lo hace olvidar el mediodía, y lo hace confundir el ocaso. En ocasiones, el latido persigue al hombre hasta su casa y se le enreda en los cabellos, y lo hace tropezar con la almohada, y lo hace descuidar la cena, y lo hace recordar que una vez dibujó una sonrisa en el espejo, y lo hace caer en la cuenta de que el tiempo, como el latido, se ha enredado en las cortinas. Cruza cada mañana, con su corazón prestado, frente a la puerta azul. Camina erguida, con paso fresco. Cuando el hombre acerca el oído con disimulo, ella percibe su anhelo. Es un ansia que le llega fugazmente, muy leve, pero presente. Para ella, es el anhelo pobre y huérfano de un hombre derrotado, es el vacío de una vida, de principio a fin. Cuando se aleja del portal, acerca las manos al cuello de su vestido y finge componerlo. Caminará, todavía erguida, hasta mezclarse entre la gente y el ruido de la calle. Y luego perderá el color de las mejillas y la arrastrará el desmayo. En ocasiones, el anhelo persigue a la mujer hasta el trabajo y se le enreda en los tacones, y la hace tropezar con los libros, y la hace descuidar a los niños, y la hace olvidar el mediodía, y la hace confundir el atardecer. En ocasiones, el anhelo persigue a la mujer hasta su casa y se le enreda en los cabellos, y la hace tropezar con las flores del recibidor, y la hace descuidar la cena, y la hace recordar que una vez extravió la sonrisa en el espejo, y la hace caer en la cuenta de que el azar, como el anhelo del hombre, están arropándola hoy. Asomado al abismo20/1/2020 Hace frío, hiere el viento en las mejillas. Hiere el viento esta noche, Javier, como si eso importara. Abajo hay gente que mira, curiosa. La gente no duerme en las ciudades. ¿Dónde está Sandra? Sandra sabe a nata, a crema tostada, y su nombre es de turrón, su nombre sabe a turrón, y a trufas, y su recuerdo es de fresa, ¿no es eso? Su recuerdo es fresa, y miel, y nueces. Su recuerdo hiere, Javier. La noche más fría, amigo, la noche más amarga, la que más duele, la noche más oscura, una noche de metal, de acero, una noche de recuerdos que torturan, una noche que no acaba, que no te deja ir ni te lleva, una noche de luces tímidas, de nubes tímidas que se esconden, que no quieren mirar, Javier. Y lo peor, amigo mío, es que ya no hay más noches con Sandra. Ya no hay noches, muchacho. No hay Sandra, no hay colores. ¿A qué sabe, te acuerdas? A nata, a nata y a crema, ¿no es cierto? Esta vida son dos días, Javier, ¿verdad que sí, hijo? Has oído esa frase tantas veces que te aburre valorar el sentido. ¿Y qué se puede hacer ahora? Porque la vida han sido dos días, y no hay más. No hay más noches, campeón. Dos días. Y el viento se ríe de ti, ¿te has fijado? El viento se ríe de tu vacío, muchacho, porque al viento no lo inquietan las paradojas. Dos días, una vida con aroma a fresa, una vida con textura de mazapán y, de pronto, un infierno, un desierto sin colores, las horas que se vuelven de goma y se estiran, y los recuerdos que se enredan en la ropa, y las noches son frías, son de hielo, son oscuras, y envenenan, y duele, ¿te duele, verdad?, y llorar no tiene sentido, llorar es un desahogo pasajero, como beber un trago. Hay una voz siempre a tu lado, Javier, una voz de terciopelo, en la almohada, pero está sola, como tú. ¿La oyes? Ve con ella, no seas tonto. La echas de menos. ¿Cuánto? ¿Podrías contarme cuánto? ¿Cuánto puede echarse de menos a alguien? ¿Y las heridas se cierran alguna vez? Dicen que está en un buen sitio. Dicen que está con él, con ése al que llaman todopoderoso, ése que no puede nada. Pide un deseo, Javier. Pídela, pide nata y crema, pide nueces. Pide un sueño, un sueño corto. En los sueños hay sabores, ¿te acuerdas? En los sueños la miel sabe a miel. Y los abrazos parecen de verdad. Y los besos. Pero ¿acaso es cierto que la gente no duerme en las ciudades? Con este viento que corta, qué locura, y con este frío. Mira toda esa gente. Están esperando a que saltes. Quieren verte caer para irse luego a la cama con el espanto grabado en los ojos, quieren contar a los suyos que la vida son dos días. Fingen alarma pero es mentira. No hagas caso. Te observan con preocupación, pero es mentira. Como si eso importara, Javier, ¿eh? Ve con ella, hijo. De todos modos, ya no quedan más noches. La noche y mi mentira16/1/2020 Si estuvieras cerca, te regalaría un cuento. Ya sé que es poco, pero es cuanto tengo. Si estuvieras cerca, te haría dueña de mi historia. Ya sé que es poca, pero es cuanto tengo. Te descolgaría una nube pequeña para que la usaras como almohadón, si estuvieras cerca, para que pudieras escucharme sin que se agotaran los músculos de tu sonrisa. Robaría tres hojas al olmo para acariciarte las mejillas, si estuvieras cerca, para que pudieras escucharme sin que se desvanecieran tus pupilas. Ya sé que es poco, pero es cuanto tengo. Si estuvieras cerca, fingiría estar perdido para poder hallar refugio en tu regazo. Fingiría haber llorado, si estuvieras cerca, para poder hallar consuelo en tu murmullo de seda. Pero la noche, que es de piedra y penumbra, me desbarata el ánimo y me recuerda que tu cercanía no es más que una mentira del corazón. Una mentira más. Pero la noche, que tiene ojos de hielo y sombra, me desfigura el ánimo y me recuerda que tu visita no es más que una mentira del corazón. Una mentira más. Y ya son muchas. Si estuvieras cerca, te regalaría los pétalos de un tulipán. Ya sé que es poco, pero es cuanto tengo. Si estuvieras cerca, te haría dueña de mi aventura. Ya sé que es poca, pero es cuanto tengo. Arrastraría hasta ti la ola que rompe en la playa, si estuvieras cerca, para que tus pies se desnudaran con la espuma. Robaría tres notas al piano y te arroparía con ellas, si estuvieras cerca, para que el terciopelo de una melodía te adornara el cabello. Ya sé que es poco, pero es cuanto tengo. Si estuvieras cerca, fingiría estar enfermo para poder hurtar un mimo a tus manos. Fingiría haber enloquecido, si estuvieras cerca, para poder hurtar un beso a tu cordura. Pero la noche, que es de hiel y acero afilado, me descompone el ánimo y me recuerda que tu presencia no es más que una mentira del corazón. Una mentira más. Y ya son muchas. Y es cuanto tengo. En un día de vacaciones9/8/2019 Las opciones son ridículamente limitadas, pero al señor Mateo, que ostenta una imaginación tan grande como el edificio de oficinas de su empresa y un optimismo similar en tamaño a su soledad, la proximidad de su único día de vacaciones le contagia una alegría revoltosa y juguetona. Porque, en un día y proponiéndoselo con firmeza, el señor Mateo puede hacer maravillas. Lo jura por su madre, que murió el mes pasado, la pobre, que era lo mejor que podía haber sucedido, que así ya no sufre más, que era una santa, un pedazo de pan. El señor Mateo tiene pensado coger mañana el coche y devorar los kilómetros que lo separan de la playa. Cuatro horas y en la arenita fina, boca arriba, coloreándose como una gamba. Más tarde, cuando el sol de mediodía apriete y la especulación inoportuna de un cáncer epidérmico atraviese con alarma su somnolencia, el señor Mateo recogerá la toallita y la riñonera y se refugiará gustosamente en la barra del chiringuito toldero, pedirá una cerveza fresca, haga usted el favor que me estoy derritiendo, y deslizará su mirada de vigía de un bikini a otro con rostro impasible, con el rostro imperturbable de quien se maneja con soltura en el arte quimérico de no sucumbir al embrujo femenino. Y, cuando decida que una mujer es merecedora de su reparo, mejor bien provista de pechugas, que más vale que sobre que no que falte, y obviando aquella premisa incómoda que advierte de que tiran más dos tetas que dos carretas, el señor Mateo avanzará descalzo por entre las dunas de arena, o las brasas, se arrodillará junto a la dama, futuro blanco de sus más acalorados piropos, qué ojos, niña, que parecen los luceros que alumbran la Tierra en las horas en que el mundo duerme, y la invitará amablemente a tomar una cerveza fresquita en el chiringuito, o en otro sitio, a mí me da igual, donde tú quieras, tú que conoces esta zona, yo no vengo mucho, y luego comerán juntos una paellita, pago yo, niña, faltaría más, e irán de compras a... bueno, adonde va todo el mundo, mira cómo me queda este vestido, ¿te gusta, nene?, estás de capricho, reina, y es que con esa percha..., y pasearán por las calles húmedas de la capital costera, y tomarán un helado, y al señor Mateo se le formará un pellizco en el vientre al verla lamer con exagerado ahínco la bola cremosa de leche merengada, y se detendrán, cogidos de la mano, frente a los escaparates de las oficinas inmobiliarias y leerán, alternativamente y en voz alta y suave, los anuncios de los pisitos en alquiler, o en venta, y suspirarán juntos, haciendo planes, y después, por la noche... -¿Se va usted mañana a alguna parte, señor Mateo? ¿Tiene planes? -No lo sé, hijo –responde él al muchacho, que es nuevo-. No lo sé. Archivos
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