Relatos breves de una vida
El cine musical15/4/2024 El cine es ese campo vasto y abierto, sembrado de terciopelo azul, en el que uno se aventura con el propósito de retornar a la infancia. Las historias que encontramos en cada una de esas incontables películas forman los preciosos fragmentos con que reconstruir las fantasías incompletas de nuestro pasado. No hay sendero más bello que aquel que se transita de puntillas entre argumentos fabulosos, entre los decorados que acaricia una luz cobriza o un destello sonrosado, entre escenarios de misteriosa penumbra. Si leer un libro es viajar, el cine es sumergirse en una vida nueva, en una infancia nueva. Es iluminar otra vez los paisajes crepusculares de nuestra juventud con relucientes y desempolvadas estrellas. El musical, en el cine, es un paso más allá. No es solo un retorno a la infancia, es un regreso a la infancia feliz. En un musical nada puede salir mal, nada puede traicionar los deseos, nada puede defraudarnos. En un musical no hay heridas que permanezcan sin curar, no hay sueños que no se logre alcanzar. Es la visión más armónica y perfecta de la alegría. Encaramado al elefante parisino, de donde no quisiera nunca descender, me dejo arrebatar, a la luz de esa luna risueña, por el más inofensivo y hermoso canto de sirena, el del cine musical, y desde lo más profundo de su ensueño aspiro de nuevo el aroma de las flores del camino, de aquel camino blando y sinuoso que recorría las tardes de mi niñez.
0 Comentarios
La nube11/3/2024 Con la primera luz que el día me regala, con ilusión temerosa y quebradiza siempre, camino de puntillas sobre el aliento de la mañana, sobre el aroma a fresa de los besos de anoche, sobre los bostezos del panadero, y me encaramo a la nube, a mi nube, a la nube que aguarda cada día en mi ventana, y paseo en ella despreocupado, desenfadado, desmalhumorado, y saludo al sol, que aún tirita, y sonrío a la envidia del pájaro; y me adormilo en la nube, en mi nube, en la nube que envuelve mis sueños cada día, la que me hace sentir arropado, desenojado, desdisgustado, la que espera cada día a que la noche se deshaga, la que aguarda sumisa mi amanecer, la que me lleva, la que me susurra un cuento, la que acaricia mi recuerdo y refresca tu momento, la que regresa el caramelo de tus besos, y viajo en ella contigo, cada mañana gris, cada mañana hermosa, desdesalentado, desextraviado, aun con ilusión quebradiza y temerosa. Desnuda tú9/2/2024 Tañen campanas de amor, ya se aproxima el instante de la cita. Tiemblan mis manos al colarme en tu alcoba. Tiembla mi corazón, me asfixia la pajarita. Pardiez. Oh, vislumbro, entre vértigos, tu soñada desnudez, contemplando tu vestido al trasluz. Desnudo me quedé yo con la última factura de la luz. En un arrebato de impudor, te escribí ayer estos versos elegíacos; navegar como barquito por tu vientre, para mí, son tres paros cardíacos. Pasar ansío la noche entre tus brazos, yacer, ansío, dormido sobre el volcán de tu pecho desnudo, siempre ardiente. No quiera Dios que tanta pasión me pierda. ¿Qué es ese rumor? Amor, ¿qué es ese ruido? Ese ruido es mi marido. Mierda. No puedo escapar de esta amorosa alcoba. De qué me sirven tus piernas abiertas, ventanas abiertas quiero yo. O dos pistolas. O mis pantalones, puñetas, para que no me sorprenda en bolas. Rompo los cristales, sangran mis manos, y también mi honor, mi dignidad. Un séptimo piso... Ya es mala suerte. Maldita la hora en que decidí quererte. Maldita mi voluntad. Adiós, desnuda tú, ninfa voluptuosa, adiós, mundo dulce, mundo amargo. La caída será espantosa. Mil veces debí preferir, de mis bienes, el embargo. Del diario de otra farola16/1/2024 Esta madrugada he vuelto a ver al anciano de los medios resuellos. Se le ha caído otra vez un recuerdo, en un descuido, y la calma se le ha quebrado como si fuera cristal. Estuvo un buen rato apoyado en la persiana de Julio, el de la imprenta, desempolvando nostalgias sin querer, hurgándose en las heridas secas. Luego, levantó la cabeza y arrastró los pies calle arriba. Dejó un rastro de pena, un rastro de caracol melancólico y derrotado, una estela suave que me duele. Javier continúa visitando a escondidas a Margarita. Sus hijos lo saben y se burlan de él, se burlan de su prudencia. Porque Margarita es viuda, como él, y no hay necesidad de esconderse de nadie. Pero ellos se ven cada puesta de sol en la esquina, frente al estanco, uno fingiendo que lee el periódico y la otra fingiendo que riega las macetas, sin agua, con alegrías de veinte años. A veces se hace tarde y Margarita le presta una rebeca para que no coja frío, y entonces, creyendo que nadie los mira, se rozan los dedos. Hoy he visto a la niña de los ojos grandes, la de las trenzas, la de las gafas grandes. Pobrecita, se ha caído jugando y se ha hecho un corte en la rodilla. Sus compañeros de clase la llaman el buzo, porque dicen que uno puede sumergirse en el agua con sus gafas. Pero hoy nadie se mete con ella porque va luciendo una venda en la rodilla, y la sangre siempre espanta las bromas de los niños. En su lugar, le han ofrecido un caramelo. El hermano de Félix se ha comprado un coche. Lo ha estrenado esta tarde. Se le notaba ansioso por mostrárselo a Adela, la de la tienda de frutos secos. Ha dado vueltas y vueltas a la manzana con el coche hasta que quedó libre un hueco cerca de su tienda, y la ha esperado más de una hora, abrazado a un cigarrillo. A Adela le ha gustado mucho el coche. Pero a Bruno no le ha gustado nada. Porque Bruno es un muchacho que, por ver a Adela cada día, se ha puesto gordo de comer cacahuetes. Ahora maldice su suerte y, cuando cree que nadie lo mira, llora dentro de un pañuelo. Esta noche, la luna me mira distinta. Como si no me conociera. Yo creo que está mayor, igual que el anciano de los medios resuellos. Son demasiados años. Girando y girando, sin descansar un minuto. Yo creo que se nos muere cualquier día, que hace viudo al sol una mañana, sin avisar. Porque son ya muchos años trazando estelas sobre nosotros. Porque tiene el corazón roto, igual que Bruno. Porque extravió su ilusión de luna joven hace tiempo y ya no le quedan sonrisas. Como tú25/7/2023 Al final de cada cucharada, hay una huella tuya. Detrás de cada puerta que se abre, hay una huella tuya. Al pasar las hojas de un libro, te encuentro. Al caminar por el sendero transparente, me topo con tus manos. Pero el aroma del chocolate se desvanece entonces, como tú, y la página del diario se vacía de letras. Pero el blanco de las nubes se oscurece entonces, como tú, y la fotografía que todavía guardo se vacía de colores. Echo de menos quererte. Echo de menos desearte. Me han enseñado que las heridas se curan mejor con caramelo. He aprendido que una simple caricia es el mejor ungüento. Y que enredarse en un recuerdo que duele, como tú, no ayuda mucho a apartar la locura. Echo de menos los vuelcos de corazón que provocaban tus ojos grandes. Echo de menos sonreír cuando nadie mira. Pero el tiempo me ha enseñado que estancarme en un pasado que hiere, como tú, no ayuda mucho a estar vivo. Al final de cada sorbo, hay un reflejo tuyo. Detrás de cada canción, hay un reflejo tuyo. Al pasar las hojas del calendario, te sorprendo. Al deambular por la calle transparente, tropiezo con tus ganas de crecer. Pero la fábula de mis duendes se desvanece entonces, como tú, y el dormitorio se vacía de sueños. Pero el cristal de mi cordura se empaña entonces, como tú, y la alegría de tus gestos, que todavía guardo, se vacía de sentido. Echo de menos tenerte. Echo de menos pensarte. Me han enseñado que las tristezas se curan mejor con nuevas mieles. He aprendido que un sencillo mimo es el mejor remedio. Y que abrazarse a la memoria que lastima, como tú, no ayuda mucho. Echo de menos el desmayo que provocaba tu voz en el teléfono. Echo de menos ser feliz, aunque nadie mire. Pero el tiempo me ha enseñado que arruinar el alba en un pasado que lacera, como tú, no ayuda mucho. Al final de cada risa, estás tú. Detrás de cada llanto, estás tú. Y yo echo de menos tener un rumbo, echo de menos estar perdido. Acerca de una cita22/2/2023 ÉL: Señorita, por favor, ¿tiene usted hora? ELLA: Sí. ¿Por qué lo pregunta? ÉL: ¿Le importaría decírmela? Creo que llego tarde a una reunión... ELLA: ¿Es importante? ÉL: Mucho. Nos jugamos todo, nos jugamos el ser o no ser en la empresa... ELLA: Le pregunto si es importante saber que llega tarde. ÉL: Por supuesto. Imagínese, a lo mejor ya pasa media hora... ELLA: No, no puedo imaginarlo, lo siento. Jamás me fijo en los horarios. (Pausa) ÉL: ¿Usted nunca ha tenido una cita? ELLA: No. ¿Usted sí? ÉL: ¿Yo, dice? Buf, cada día. Todos los días tengo citas pendientes a las que acudir. ELLA: Qué espanto. ¿Y acude a todas? ÉL: ¿Que si acudo? Usted dirá... La mayoría de ellas son con mi jefe. ELLA: Eso no es una cita. Eso es una reunión laboral. ÉL: Llámelo como quiera. ELLA: No, como quiero no; lo llamo por su nombre. ÉL: Oiga, ¿me va usted a decir la hora o no? ELLA: ¿Cuándo es la reunión? ÉL: ¿Y eso qué importa? ELLA: A usted sí parece importarle, desde luego. ÉL: A las cinco. ELLA: ¿Muy lejos de aquí? ÉL: A diez minutos. ELLA: ¿Va a coger un taxi o acudirá andando? ÉL: En realidad, no creo que eso tenga mucho que ver. ELLA: ¿Quiere usted que le diga la hora o no? ÉL: Sí, sí quiero. ELLA: ¿En taxi o caminando? ÉL: Caminando, supongo. ELLA: ¿A qué ritmo camina usted? ÉL: Oiga, señorita... Agradezco su interés pero... ELLA: Si me responde, acabaremos antes. ÉL: Camino bastante ligero, esa es la verdad. ELLA: ¿Se detiene a ver los escaparates? ÉL: Cuando llevo prisa no. ELLA: ¿Tiene costumbre de comprar tabaco antes de acudir a una reunión? ÉL: No fumo. ELLA: ¿Caramelos? ÉL: No me gustan. ELLA: ¿Dulces, chucherías?... ÉL: No, señorita. Ni dulces, ni chucherías, ni tabaco... Nada. ELLA: De acuerdo. (Pausa) ÉL: Bien, ¿va a decirme entonces qué hora es? ELLA: ¿Para qué quiere saberlo? De todos modos, llega tarde. Viejos amigos23/12/2022 Llegó de madrugada. Entró en la casa sin avisar, sin llamar antes por teléfono para decir que venía. Apareció por las buenas, apareció vestida de alba, perfumada de rosas y pan temprano. Se coló en el dormitorio de Carlos y lo encontró dormido. La última vez que se vieron, Carlos era algunos años más joven. Había sido más joven y más fuerte, y su sentido del humor y de la vida, entonces, había sido firme e invulnerable. Pero, hoy, su vieja amiga lo halló tristemente envejecido y deshecho. Asómate a la ventana, Carlos --murmuraba el viento en sus oídos, mientras él dormía y se abrazaba a su almohada descosida--. Asómate a la ventana y saluda a los pájaros, Carlos, y diles cuánto te gusta despertar cada mañana con su música. Asómate y saluda al gato de Cristina, y prométele una caricia, y dirige ese tráfico intenso de nubes con tus ademanes de cómico antiguo, y ordena los bostezos de la gente, y sonríenos al mundo, como otras veces, como otras mañanas. Asómate, Carlos, que ya aprieta el sol. Asómate y derríteme con tus ojos de pícaro. Carlos se agitó un poco en la cama. Su vieja amiga no quería despertarlo. Le palpó la frente y comprobó que tenía algo de fiebre. ¿Quién es, Carlos? --le preguntó el viento--. ¿Quién es ella? ¿A qué ha venido? ¿Por qué te toca? ¿Por qué se interpone? ¿Qué quiere? Dime, Carlos, ¿quién es y por qué ha venido? Asómate y cuéntame por qué ha venido. Asómate a la ventana y regálame un gesto, regálame una risa, y cuéntame quién es y por qué se entremete. Asómate y háblame, que el sol ya aprieta. Ven y dime por qué tienes fiebre y por qué ella te toca. Ven, Carlos, que las nubes se amontonan, que se mezclan y embrollan, que son torpes, que no tienen quien las dirija. Ven y cuéntamelo. Carlos abrió los ojos, aún dormido; contempló un instante la ventana entornada y volvió a cerrarlos. Su vieja amiga se mordió los labios. --Carlos --lo llamó. ¿Quién es? ¿Por qué te llama?, le preguntó el viento. --Carlos, despierta. ¿Qué quiere? ¿Por qué te llama? --Soy yo, despierta. El hombre reconoció la voz y se giró hacia ella, y le dio la sonrisa que el viento aguardaba, y le dio el abrazo que el viento aguardaba, y le dijo que la había esperado, que sabía que tarde o temprano regresaría, y que era verdad, que se sentía envejecido y deshecho, y que estaba preparado. Y su vieja amiga, su vieja enfermedad, se lo llevó esa mañana. Epistolares (IV) - Abismo10/10/2022 Estimada mía: Apenas alcanzo a respirar. Me aprietan las cadenas, me ciñen con desmedida fuerza a la cama. He intentado pedir auxilio, y el solo esbozo del gemido me provocó un leve desmayo. Apenas alcanzo a respirar. El rumor lejano de mis propios latidos me atormenta y asfixia, como una letanía envenenada que suspende la coherencia del pensamiento y lo enturbia, y que acaba tensando aún más las cadenas. Me ahogo, estimada mía. Me ahogo, y es por mi bien. A ambos lados de la cama se extiende un abismo. He mirado en su interior y no he encontrado nada. No hay rastro de sufrimiento, ni de consuelo. No hay dolor ni arrumacos. No he divisado locura, tampoco sensatez. Solo abismo. Ni luz cegadora ni oscuridad tenebrosa; solo abismo. Insalvable y profundo, mudo, cercano y tentador, a un lado y a otro de la cama. Me ahogo, y sé que es por mi bien. Te escribiré. Un burro que vuela17/9/2022
Me ha despertado con sus coces. Me ha roto el cristal de la ventana. Porque burro va, porque burro viene, porque un burro volando conmigo se entretiene. Me ha roto el cristal de la mañana. Me ha despertado con sus voces. Yo que dormía, yo que soñaba, yo que viajaba entre nubes de lana, yo que pensaba que no había en la iglesia campanas, que no había más ruido en la calle que el que imaginaba, y, mira por dónde, me equivocaba. Porque burro va, porque burro viene, porque un burro volando conmigo se entretiene. Me ha roto el cristal, qué estrépito, de la ventana, con sus coces, con sus voces, con lo que le dio la gana. Me ha roto el sueño y el cristal de la mañana. Desayuno con desgana, los demás no creen lo que les cuento. Me miran extrañados, pensando que lo invento, pensando que de locura reviento, cuando les digo, cuando les juro que es cierto, que no miento, que burro va, que burro viene, que un burro volando conmigo se entretiene, que un burro que volaba el cristal de la ventana me rompió. El cristal de la ventana, insisto yo, un burro que volaba lo rompió. Yo que dormía, yo que soñaba, yo que viajaba entre manzanos y manzanas, yo que pensaba que no estaba mi cabeza enajenada, que no había más ruido en el mundo que el subir y bajar de tu persiana, y, mira por dónde, me equivocaba. ¿Será por eso? ¿Será por ti? ¿Será que un burro vuela porque me encontró pensando en ti? ¿Será que no? ¿Será que sí? Ahora me despierta cada noche. Ahora me rompe el cristal cada mañana. Porque burro va, porque burro viene, porque un burro volando conmigo se entretiene. Ahora, qué pesado, no me deja en pie las madrugadas. Dando coces, dando voces, me persigue hasta la cama, su acoso no acaba. No me deja en paz ni a buenas ni a malas. Yo que deseaba dormir, yo que deseaba soñar, yo que deseaba viajar a lomos de una rana, yo que pensaba que no había secretos en la almohada, que no había más ruido entre nosotros que el de una sencilla mirada, y, mira por dónde, me equivocaba. ¿Será por eso? ¿Será por ti? ¿Será que un burro vuela porque robaste mis ganas de dormir? ¿Será que no? ¿Será que sí? Porque burro va, porque burro viene, porque un burro volando conmigo se entretiene. ¿Será por eso? ¿Será por ti? ¿Será que no? ¿Será que sí? Si lo sabes, dímelo. Si es por eso, di que sí. Un ángel23/8/2022 Un andén al mediodía, gente que va y viene, gente con prisa, transeúntes con cara de pocos amigos y algún despistado que no sabe muy bien adónde le llevará el próximo tren. Ella aparece de pronto, entre el tumulto, y yo dejo de lado el pensamiento. Lo normal, en estos casos, es contemplarla un momento, muy breve, y luego desviar la mirada para guardar las formas y conservar la entereza. Lo normal, digo, pero no lo que deseo. Lo que deseo es observar cómo camina entre los demás, sorteando de uno en uno a los desconocidos, flotando sobre sus pies con la suavidad de una pluma. A lo mejor es un ángel, o quizá he perdido la cordura. Tal vez, entre la gente, no hay nada, sino un hueco casual, el hueco que ella ocupa en mi imaginación. Me levanto y doy un paso al frente. Quiero cruzarme en su camino. Aspiro a rozar el aire que desplaza, si es que existe, si no es cosa de mi mente embotada. Aspiro, si no es mucho pedir, a deleitarme con su perfume, cualquiera que sea. Me coloco casi al borde del andén y allí espero a que ella tropiece conmigo. Pero no tropieza, ni cruza cerca siquiera. Ya no está. Ha vuelto a su lugar entre las musas. El tren, con su estruendo, irrumpe en la estación y todos nos empujamos por hacernos un hueco en el vagón. Mira tú por dónde, hoy encuentro un sitio libre en que sentarme. Estoy cansado y celebro interiormente haber tenido fortuna. Todo el día de un lado para otro, aquí y allá, venga a caminar y caminar... A mi lado, una joven abre un libro y se dispone a leer. La gente tiene mucha costumbre de leer en el transporte público porque... Es ella. Jesús, vaya susto. Y yo con las ideas en voz alta, qué vergüenza. Me está mirando. Bueno, a mí no, está mirando el gorro que me he puesto. Hoy hace mucho frío. Está sonriendo. Creo que le gusta el muñequito del dibujo. Ya no, ya no mira. Es prudente, no como yo. Y tan bonita... Podría decirle algo, lo que fuera. Claro, que todo el mundo lo escucharía. ¿Y si no me hace caso? ¿Y si la gente murmura? ¿Y si me saca la lengua? No es posible, el tren nunca llega tan pronto a la siguiente estación. Ha cerrado el libro, se baja en ésta. ¿Ya? ¿No volveré a verla? Debería despedirme. Debería decirle... --¿Cómo te llamas? No me ha oído. Tengo que alcanzarla. La bufanda, voy a cogerla por la bufanda para que no escape... Ese niño se está riendo, su madre lo ha reprendido. Se ríe porque me ha visto jugar con una mano en el aire. Epistolares (III) - Mercado5/8/2022 Estimada mía: Hoy salí a conocer la ciudad. Salí a caminarla, a respirar el aire de sus calles nuevas. Me detuve en el mercado, y allí me detuve. Fue el aroma amable de la fruta en los puestos, fue el atropello dulce de las conversaciones, la risa de un niño descamisado, el baile apresurado del tendero, de sus manos, el ir y venir de mis recuerdos desleídos entre las cajas de madera. Me atrapó el pasado, y allí quedé atrapado. Imagino, estimada mía, que tan solo transcurrió un minuto, que mi delirio no fue más que una brevedad melancólica, una broma fugaz de mi mente enredada, pero alguien atisbó mi naufragio y me arrojó un cabo, pero alguien, a pesar de mi tímida y fugitiva locura, atisbó el naufragio y me arrojó un cabo. Me arrojó una sonrisa, y a ella me aferré, y abrazado a ella quedé flotando en mitad del océano. Alcancé la orilla poco después. Desembarqué de mi fantasía. Regresé al hotel, a la habitación desnuda. Te escribiré. Del diario de una farola15/7/2022 Esta mañana he vuelto a ver a la anciana loca que barre la calle. Se ha escapado otra vez, en un descuido de su hija. Estuvo un buen rato quitando el polvo a los coches aparcados y recogiendo colillas. Hasta que su hija la echó en falta y bajó a buscarla. La anciana se resistió, como siempre. Le dijo que la calle estaba hecha un asco, que la niña de Eduardo no hacía nada, que dejaba todo por en medio. Su hija llora cuando sale de casa temprano, cuando entra en el coche y cree que nadie la mira. Jesús sigue acudiendo al bar de Santiago. Ya no viene acompañado como antes. Solían ser siete u ocho amigos, y hablaban de fútbol, de las cosas malas del gobierno, del frío que pasaron en las viñas, siendo chavales… Hace solo algunos meses, bebía un par de vinos con los demás. Ahora viene cuando no hay nadie, para que no le hagan preguntas. Desde que falta María, bebe más vino. Y la persigue después calle arriba, medio borracho, hasta que descubre que no es ella, sino una desconocida. Hoy he visto al crío de las orejas grandes. Pobrecito, vaya cruz que soporta. Sus compañeros de clase lo llaman el paraguas, porque dicen que uno puede refugiarse bajo sus orejas en plena tormenta y no mojarse. Pero hoy estaba contento porque su madre le ha comprado unas zapatillas nuevas. Lo he visto sentado en la acera, frotando las zapatillas con la mano; lucían impecables, como su sonrisa. La hija del mecánico se ha echado un novio. Es un chico guapetón de greñas rubias que camina a medio paso y que estrenó puesto de empleo el mes pasado. Al mecánico se lo ve dichoso; ha contado ya a todo el mundo que tiene un yerno trabajando en Correos. A quien no ha gustado la noticia es a Mario, el panadero, que siempre lleva el coche al taller antes de tiempo por ver a la hija. Ahora maldice su suerte y se da golpes contra la bandeja de los bollos. Y, cuando cree que nadie lo mira, llora detrás de un pañuelo. Esta noche, la luna me mira distinta. Como si no me conociera. Yo creo que está mayor, igual que la anciana loca que barre la calle. Son demasiados años. Girando y girando, sin descansar un minuto. Yo creo que se nos muere cualquier día, que se nos apaga una mañana sin avisar, igual que María. Porque son ya muchos años persiguiendo al sol calle arriba, sin alcanzarlo nunca. Porque tiene el corazón roto, igual que Mario. Porque extravió su ilusión de luna joven hace tiempo, y ya no le quedan sonrisas. Inventarme la vida3/7/2022 No es fácil, pero me empeño. He aprendido a comprar el pan y a no comerlo. He aprendido a mirar el espejo y a no juzgarlo. Me duelen los senderos del jardín, me aprietan los pies. Por las tardes, el sol se me destiñe. Pobre sol, que antes fue tuyo y ahora no tiene a nadie que lo saque a pasear, a nadie que le preste un mimo. No es fácil, pero me empeño. Me empeño en inventarme una vida que hoy parece prestada. Me empeño, me insisto, pero no es fácil. Me duelen los colores, me aprietan el aire. Por las noches, la brisa se desnuda en mi ventana y borra tus huellas. He aprendido a no mirar tus pisadas, a sortearlas de puntillas. He aprendido a olvidarme contigo. Ya no quiero que nadie me desordene el gesto. Que nadie venga, que nadie quiera. He aprendido a no juzgarme, a no mirarme. Estoy inventándome una vida repleta de medias noches, escasa de luces. Me empeño, ya sabes cómo me empeño frunciendo caprichos. Aunque no sea fácil. He aprendido a correr el agua en las manos y a no beberla. He aprendido a soñar las madrugadas, a pintarlas de fresa, de la fresa que fue tu boca en aquel teatro. Que nadie venga, que nadie añore, que he comenzado a inventarme una vida sin ti. Que nadie moleste ahora. Ahí va la niña de azul, calle abajo, con lazo y caramelo. Ahí van sus ojos de muñeca, con pestaña y caramelo, mirando el mundo dos veces. Me sonríe, no sabe quién soy pero sonríe. Le sonrío. Alguien le ha traído un beso esta tarde; lo lleva sujeto con un cordel, apretando fuerte los dedos para que no se le vuele. Ahí va, calle abajo, niña hermosa de azul, niña de lazo, pestaña y caramelo, ojos grandes, de abismo inmenso, labios de vértigo suave y seda roja, mejillas de rubor nocturno. Ahí va, niña azul, caminando para mí, caminando conmigo, y yo, enredado en los destellos de su pelo, caminando con ella, acunado en su inocencia. Niña azul de versos rizados, niña de cristal y primavera temprana. Yo contigo, si tú quieres. Que nadie moleste ahora, que nadie venga. Que me dejen en paz la pena y el invierno, que se vayan, que no me añoren. Que estoy inventándome la vida. Testigo24/6/2022 No entiende de amor, pero siempre es testigo impertérrito. Ha presenciado, desde que el primer rayo de luz le cegó los ojos hasta hoy, la declaración del amante más artero y el suspiro más carente de cautela de una amada; ha presenciado el lamento moribundo del amante malherido y la súplica a destiempo de la amada, tan amada; ha presenciado la ofrenda del amante ofuscado y el menosprecio ostensible de la amada, que no se sintió amada. A sus pies, hombres enteros se han deshecho en llanto. Ha visto a mujeres consumirse de dolor por un desengaño. Ha visto a las niñas tirar de los pétalos de una margarita, las ha visto reír con arrobo y con recato de menta y primavera; ha visto al muchacho que quiebra su juventud limpiando el rastrojo, jurar su vida por los labios de una joven no primeriza, y lo ha visto luego, el día que siguió a la conquista, jurar su nombre al cielo y rubricarlo con sangre. Ha visto morir al hombre que acarició sin licencia un cabello; ha visto a una mujer de ojos perdidos regalar su vida al viento después de que un alba fría se llevara en brazos a su marido; ha visto crecer una sonrisa en el rostro blanco de un niño con el paso ligero de una muchacha, y ha visto a esa muchacha, vestida de domingo y caramelo, devorar la risa del niño y saciarse con ella, y caminar así con más firmeza. -Soy testigo de un amor que no entiendo –murmura-. Soy testigo, a veces, de un sufrimiento que no entiendo. Con el atardecer, una pareja se refugia en su falda. Hay arrumacos de seda y manos entretejidas, hay silencios que pesan como el plomo, hay lluvia en la mejilla de la chica, hay besos amargos que flotan entre los labios y cabecean como barquitos de papel, hay un columpio de miradas marchitas. El de esta pareja es un amor imposible, es un amor no consentido por los demás. Hoy dicen adiós al mundo, lo dicen juntos, lo dicen ligando un abrazo. Se marchan juntos para burlarse de la censura, para que nadie vuelva a alzar una voz hiriente, para reírse por fin del miedo, para bailar mil noches entre hogueras de prejuicios, para que aquellos que no aprobaron sus deseos acepten por la fuerza sus destinos. Se marchan juntos, viajan en la carroza del ocaso. Y él es testigo. A la luz clara del día, que amanece entre temores, los cuerpos de los amantes semejan muñecos de cera. Están tumbados a los pies de un olmo centenario que parece intentar, con sus ramas densas, protegerlos tardíamente del mundo. De sus hojas se desprenden con lentitud las gotas menudas del rocío. El rumor temprano e inquieto de los pájaros revela al pueblo la tragedia. No hay sorpresa, sino pena. Cuenta un niño que estuvo allí que las gotitas de rocío cayeron todo el día de las hojas del olmo. Dice que lloraba. Gotas de agua17/6/2022 Nacieron, primero, en tus ojos, pequeñas y temerosas, diminutas como brotes de un poema, y luego se escurrieron por tus mejillas calientes, por tu rostro caliente. Nacieron, primero, en la caricia que son tus ojos, y luego las robé de tus labios y las conduje en brazos hasta los míos, y las besé, gotas de agua diminutas como brotes de una melodía, gotas diminutas de tinta en mi pecho, que, por ti, es hoy un pentagrama. Durante días, he guardado esas lágrimas tuyas bajo la almohada, he jugado con ellas cada noche, les he confesado mis temores, mis sueños, mis secretos, y esta mañana, con la primera luz, las arrojé al viento, las arrojé desde mi ventana al viento, como un regalo, como una promesa. Las vi resbalar, pequeñas y temerosas, por las mejillas del amanecer; las vi sembrarse en el suelo, diminutas como brotes de una tormenta, gotas de agua limpia y triste, semillas de agua enamorada. Durante días, las guardé bajo mi almohada, esas lágrimas tuyas, diminutas como brotes de melancolía, esas lágrimas tuyas, y las besé, gotas de agua enamorada, y con ellas humedecí los labios y el alma. Las arrojé esta mañana al viento, las arrojé desde mi ventana al viento, gotas de agua enamorada, simiente de amor que duele, y las vi resbalar, pequeñas y temerosas, por las mejillas del tiempo, por las mejillas del alba. Las vi resbalar, más allá de mis fuerzas. Nacieron, primero, en tus ojos, y luego las robé de tus labios. Surgieron, después, de las entrañas de una nube blanca, y las robé del cristal de mi ventana, creyéndolas tuyas. Amargo y estrecho es el día sin tu dibujo, amarga y estrecha es también la espera. He mendigado un consuelo en la calle, he buscado tus lágrimas por todas partes, he llegado a confundir el espanto con deseo. La lluvia solo es un remedo, la lluvia solo es burla. La gota de agua de un grifo mal cerrado me recuerda a ti, y su tintineo me estrangula. Gotas de agua enamorada, esas lágrimas tuyas, que guardé bajo mi almohada durante días, durante horas huérfanas de ocaso, gotas de agua enamorada, esas lágrimas tuyas, pequeñas y temerosas, gotas de agua diminutas como brotes de primavera, gotas diminutas de aliento en mi pecho, que, por ti, es hoy un manantial de vida. La llave10/6/2022
Mario se ha dejado abiertas las puertas del corazón, y la corriente está enfriándole los pies. Si sigue así, cogerá un resfriado. Hoy tiene una cita a las seis. Su chaqueta azul, la que se pone los sábados para ir al cine, está plegada sobre el sofá, aguardándolo. La chica es bonita. Se han conocido en el trabajo. Es amable con él. Está preocupado porque no quiere estropear el encuentro. Cuando la vea, ha de sonreír. Una sonrisa es un regalo, es como una bandejita de pasteles. Para ella, pasteles para ella. Lleva sonriendo desde la semana pasada, pero no se ha dado cuenta. Desde que fijaron la cita. Ha dedicado una hora a planchar la camisa y otra a recortarse la barba. Está satisfecho. Los zapatos se han quedado algo viejos, pero aún lucen elegantes. Si tuviese la llave, cerraría las puertas y evitaría esa corriente, pero no la tiene. El resfriado es un riesgo que vale la pena asumir. Solo hay una nube en el cielo, detrás de la iglesia. Parece una postal de primavera. Cuando la vea, se lo dirá. Le dirá que hoy el cielo parece una postal de primavera. A las mujeres les gusta escuchar esas cosas, y a él le gusta decirlas. En el trabajo no puede hablar con ella. Lo tienen prohibido. Únicamente en la sala del café, pero apenas hay tiempo. Abordarla en la salida fue un gesto muy valiente. Se siente orgulloso. Se siente muy bien. Está tarareando algo. La chica es bonita. Cuando la vea, le dirá que hoy el cielo, con ella y con la nube en la iglesia, parece una postal de primavera. Se ha echado unas gotas del frasco verde, del perfume que usó en la boda de Alberto. Es un frasco tan pequeño y tan caro que hay que andarse con ojo. Enseguida se acaba, en un descuido. Se ha echado un poco más. Es por ella. El latido también. El color de las mejillas también. Las cinco. Una hora para verla. Un cosquilleo raro en las manos. La camisa está perfecta, Mario. Los zapatos no parecen viejos. Y él aparenta hoy algunos años menos. Se lo ha dicho el espejo antes. El espejo no miente. Ha apagado la luz y se ha marchado. Si tuviese la llave, cerraría las puertas, pero no la tiene. En la calle apenas hay ruido. Cuando la vea, le dirá que está nervioso, que no quiere estropear el encuentro. Bueno, y también le dirá que el cielo, con ella, parece una postal de primavera. Y que no es la única chica en el mundo que camina con muletas, que él la prefiere así. Y ha de sonreír, que no olvide sonreír, que es un regalo. Pasteles para ella. Y luego le preguntará si quiere ir al cine, o a dar un paseo. O si se siente con ganas de intentarlo de nuevo. Epistolares (II) - Bruma1/6/2022 Estimada mía: A mi llegada, no encontré otra cosa que gente extraña y bruma. Había anochecido profundamente, perpetuo e incómodo viaje, y en las calles desconfiadas de esta nueva ciudad no hallé un solo gesto amable; no hallé un solo gesto, en realidad. Noche, recelo ajeno y más noche. El recepcionista del hotel apenas levantó la mirada un instante de su libro enorme y deslavazado. Apenas lo alteró mi presencia; apenas me conmovió su displicencia, en realidad. Amanece ahora, más allá de las cortinas, más allá del horizonte desgarrado. Un sol enfermo se pone en pie con dificultad, desafiante, con la calma tediosa de un anciano moribundo. Empapa los tejados con su luz primeriza, irrumpe en este dormitorio roñoso y desnudo, en este ajeno y desangelado rincón, aún más horrible sin su disfraz de penumbra. Desordena y destempla mi ánimo también, luz hiriente, antipática, suspicaz. Se interpone entre mi nostalgia y mi rencor, entre la duda y el temor, entre la ansiedad y el hastío. Dormiré todo el día. Soñaré sin soñar sueño alguno. Anhelo el regreso de las sombras, de la noche dulce y fría, de su bruma. Te escribiré. Es ella20/5/2022 Tiene brillo, tiene algo en los ojos, algo en los ojos, hay color rojo en el rojo de su mirada, tiene textura de vida, tiene aliento, tiene la fuerza del tiempo, la fuerza del tiempo, en los ojos, en su vida, tiene color azul en el azul de su sonrisa, es el acorde mudo de una canción marchita, es la imagen confusa de un reflejo, la imagen del miedo, es algo que hay allí, en el lugar que ocupa, dentro y fuera del lugar que ocupa, y tiene algo de un color impreciso que imprecisa su figura, tiene color, y eso es algo que nada tiene, color y fuerza, y presencia, y aroma a chocolate, y es suave como una promesa, y brilla, y quema, y consuela, y tiene recuerdos de color verde en el verde de su risa, y camina por encima del tiempo, y le roba su fuerza, y nos llora, y tiene un llanto que quema, que no consuela, que acobarda, que duele, que se pierde en un laberinto de bobos. -¿Es ilusión? -No. Y vuelve, y trepa, y se burla del tiempo, siempre se burla del tiempo, y le roba su fuerza, es el ladrón de su fuerza, y vuela por encima del pasado, y huele a caramelo, a caramelo caliente, y tiene algo en los ojos, algo blanco, algo gris, algo de un color vago, sin color, y es el acorde silencioso de una caricia, el instrumento burdo de una orquesta sin músicos, de una orquesta sin músicos, los músicos se han ido, y queda ella, con color, con fuerza, la que le robó al tiempo, y nos mira, y se burla, y nos pierde en el laberinto de bobos, y se ríe, y su risa es verde, el color verde del cielo, de la noche, y es un reflejo irreal, no existe, pero atormenta la vida, la disuelve. -¿Es música? -No. -¿Y adónde han ido los músicos? -Están muertos. -¿Y adónde han ido? -No lo sé. Ella tiene brillo, eso sí lo sé, tiene algo en los ojos, y su estructura de vida nos confunde, y me regala el chocolate de sus labios, y ocupa un lugar allí, en el lugar que tanto ocupa, dentro y fuera, y tiene color, es azul, es roja, es verde, es blanca, y negra, y gris, y está en el laberinto de los bobos, y nos acerca de la mano, y nos escucha, cuánto alienta que nos escuche, y tiene algo en la mirada que congela el pensamiento, y es suave como la memoria, la de las cosas que añoramos, y tiene la fuerza del tiempo. -¿Es dolor? -No. -¿Qué es? -Es ella. Nos está esperando. A todos. La fortaleza de un niño12/5/2022 Aprovechando la momentánea soledad de la casa, el niño se afana en reconstruir su pequeña trinchera de almohadones. Para él, no existe en el ancho mundo tan hermoso e inexpugnable castillo. Allí se siente seguro, se siente protegido, pues es su suave fortaleza un refugio al que no podrá acceder el monstruo. Allí, entre blandos y mullidos cimientos, se siente feliz. Allí, las heridas ya no le duelen. En ocasiones, con letra demasiado rizada e ilegible, con pausados y tiernos trazos, escribe a su mamá. Son cartas que ella no recibirá nunca, porque el correo no alcanza a llegar donde está su madre. El pequeño, con encendido entusiasmo, le cuenta todo lo que aprende en el colegio, los amigos con los que juega en el recreo, y elude, para no preocuparla, cualquier referencia al monstruo. Su instinto prematuro le hace comprender, además, que es innecesario referir las numerosas jornadas que han transcurrido sin acudir a la escuela. El mejor momento del día, le confiesa, es cuando duerme, cuando sueña. A su manera, con sencillas palabras, relata a mamá esa idílica fantasía que halla en los sueños, tan distinta de su rutina, donde un abrazo sincero lo cobija, donde un beso en la mejilla colorea con vivos matices el oscuro lienzo de su existencia. El sonido de las pisadas abominables estremece su minúsculo cuerpecillo. Con qué facilidad, al desplomarse la noche, destruye papá la preciosa trinchera de almohadones, con qué facilidad captura el monstruo a ese pequeño soberano oculto en su frágil fortaleza, en su hermoso castillo. Los golpes, por reiterados, ya no lastiman al pequeño. Cuando el monstruo se aleje, olvidará el incómodo sobresalto y repondrá con urgencia la sonrisa. Un rey, bien lo sabe, debe ser valiente. Su payasito de madera, súbdito preferente en la fortaleza, está temblando en un rincón, muerto de miedo, y el niño lo toma en sus manos y lo besa, y lo convence, con efusivas muestras de amor, de que no hay razones para sentir temor. En ocasiones, con esperanzas demasiado rizadas e ilegibles, con pausados y tiernos anhelos, el niño imagina un universo luminoso. En sus sueños, lejos del monstruo y de sus golpes, el pequeño esboza un jardín donde poder jugar libremente con sus amigos, a quienes tanto añora. Fuera del alcance de la cobarde alimaña, inmerso en su poderosa e invencible fantasía, el niño recorre a grandes pasos la más bella orilla de una inmensa y soleada playa, donde su payasito de madera, a su lado, muerto de risa, le contagia una insoportable alegría. El suelo es el cielo de los viejos22/4/2022 Porque buscan recorrer una senda que todavía no han caminado, y tienen miedo de no poder hacerlo. Porque los apremia el tiempo, la asfixia del tiempo, el tictac de la sangre en el cuello, el tictac de las puestas de sol, tan turbias, tan premonitorias. Porque creen encontrar algún tipo de alivio, porque con ello aplacan las dudas, se desvanecen los vacíos, porque el cielo es firme y admite pisadas blandas, porque el cielo es firme y soporta el titubeo de la vejez, porque el cielo de los viejos no reprocha los espantos, sino que a ciegas los abraza, sin sermones, sin regaños de pobre. Porque van en busca de un sendero sin más revueltas, porque ahora los consuela el llanto de madera del bosque, porque necesitan advertir las espinas antes de que lo hagan sus pies, porque el corazón se les hiere sólo con rozarlas, porque ya no hay otra cosa que astillas. Detrás de ellos va quedando un reguero de vida y recuerdos. Hay memorias nítidas de una alegría distante, de una noche y de un mar, de unos ojos y de un mar, y hay memorias confusas de amaneceres repetidos, de atardeceres multiplicados sin color. Hay memorias que aún lastiman, que fortalecen, y otras que apenas inquietan el alma, que la estrangulan. El dolor duele, ríe y hace grande la vida, y la inercia de una armonía insustancial exaspera los deseos. Porque no les queda otro sueño que seguir caminando, porque no les queda otra prudencia que caminar. Porque compadecen su propia debilidad, porque lloran llantos secos de madera, como el bosque, porque ensombran con sus figuras corvas el atajo de tierra, porque entierran sus quimeras nuevas en esta vereda estéril de espinas, de solo astillas, y las abonan con plegarias gastadas. Porque mudan los ojos en locura cuando los besa el viento, cuando los golpea el viento, cuando zozobran por el viento. Porque su locura muda en calma cuando el tormento de los huesos remite un poco, cuando el tormento del tictac amaina un poco. El suelo es el cielo de los viejos y consiente, una a una, sus pisadas blandas, y no reprende quejidos ni temores, y no castiga incertidumbres. Porque buscan alcanzar un mañana de seda y terciopelos blancos, porque aún no quieren rendir la vida, porque no regalan culpas al futuro, porque no arrepienten faltas del pasado, ya qué importa, porque rabian deslices de fe, ahora que por fin asoma, porque el tiempo ahoga con sus dedos de alambre, porque no queda aire en el camino. El cielo es firme y aguanta la embestida humilde de los viejos. Lo que hice ayer23/3/2022 La misión que he tenido, la que con más afán he llevado a cabo, ha sido perderte. Fue una misión secreta, incluso para mí. Ha sido el trabajo más minucioso que jamás he realizado, mi mayor hazaña. Y, como siempre ocurre cuando se pone empeño en cumplir bien un propósito, el resultado fue satisfactorio. La misión fue un éxito. Te perdí, te aparté de mi vida. Una maniobra impecable. Lo que sucede es que ahora no encuentro el regocijo, no sé dónde he puesto la euforia. Por más que lo busco, no encuentro el entusiasmo que dejan las buenas obras. En los cajones del armario no hay ropa, solo trampas. He resuelto organizarme, pero sucede que ahora no encuentro el humor de ayer, no sé dónde he guardado el sarcasmo. Por más que las busco, no encuentro las bromas con que burlé entonces la madrugada. En las hojas del calendario no hay fechas, solo trampas. He resuelto organizarme, pero sucede que ahora no me encuentro, sucede que ahora todo está cambiado. En los reflejos del cristal no hay miradas fugaces, solo trampas. Debiste gritar que te dolía, o que la noche te hacía temblar, o que te daba miedo cruzar la calle sola. Debiste hablarme al oído. Debiste enseñarme a escuchar, a entender lo que decías. Debiste hacerlo. A lo que he brindado mi tiempo, a lo que más tesón he puesto en mi vida, ha sido a perderte. Fue una labor misteriosa, incluso para mí. Ha sido el trabajo más escrupuloso que jamás he realizado, mi mayor proeza. Y, como siempre ocurre cuando uno se entrega por acabar bien su tarea, el resultado fue satisfactorio. Lo que hice ayer es francamente insuperable. Ya ves, me dediqué a perderte. Dichoso marinero11/3/2022 Oculto en el amanecer ojeroso y tardío, escondido entre las páginas de un libro dormido, abrazado al murmullo de la corriente, tendido, arrastrado por los dulces vaivenes de un río, así permanece, somnoliento, ávido, afligido, mi deseo. Oculto entre las nieblas de una atormentada promesa, escondido, trémulo, entre los pliegues de tu falda, abrazado al caramelo hirviente de tu sonrisa, rosácea, malva, arrastrado por el tortuoso sendero que la estela de tus ojos dibuja en la tierra, en la hierba, en mi cabeza, en mi alma, así permanece, frágil, arrebatado, ansioso, mi deseo. Buscaré en los bolsillos de mi corazón, ay de mí, penoso aventurero, tocaré a las puertas de mi aliento, ay de mí, héroe sin acero, robaré la llave que conduce a tus sueños, ay de mí, atolondrado viajero, y treparé la doble y cálida muralla de tus piernas, ay de mí, y conquistaré el doble y tierno paraíso de tus senos, ay de mí, y navegaré, dichoso marinero, ay de mí, las aguas revueltas de tu piel, de tu más secreto anhelo, ay de mí, de tu mundo entero. Epistolares (I) - Viaje9/2/2022 Estimada mía: Hoy, por fin, abandoné la ciudad. Reuní los fragmentos de valor que nunca tuve y los guardé con recelo en un bolsillo del abrigo. Y es una de mis manos, constante y desconfiada, quien vigila su confinamiento. Locura y ansia, como sabes. No hay magia alguna en el vientre de esta serpiente rígida, ni en el vaivén, que no hay, de su torsión estremecida. No hay magia ninguna en el ocaso del día, que diviso ahora, sin lágrimas de añoranza, no a través del cristal sucio y vulgar de este vagón. Un niño, detrás, junto a las maletas, está jugando con su muñeco. Y no hay magia en sus ojos, que ahora contemplo, sin emoción siquiera; no más de la que confiere la inocencia y el ánimo de indagarlo todo. Su madre, pues debe de serlo, a su lado, junto a las maletas, parece ahogarse en un mar encrespado de apatía. No hay magia en su dolor, que no atisbo tal, sino derrota, ni nostalgia en su vacío. Ni compasión en el reparo que de ella hago. Hoy no. Esta tarde no. No en este tren. No a costa de mi tormento y mi propia desidia. Mi mano palpa el bolsillo. Siguen ahí los añicos del valor. No registra movimiento. No hay atisbo de fuga. El niño se ha dormido. Te escribiré. La auténtica Navidad30/12/2021 La mujer no descansará hasta que vea el reflejo de las luces allá a lo lejos, en la revuelta del camino. Son las nueve de la noche. En el campo siempre hace más frío que en la ciudad. Fuera, en el jardín, un vientecillo traidor está agitando los árboles y estremeciendo al pobre perro guardián, que no encuentra refugio ni consuelo en la caseta. El salón más grande de la casa está atestado de gente que parlotea sin cesar. Los niños más traviesos están deshojando el arbolito; casi lo han dejado desnudo de adornos. Ahora, las bolas rojas corretean por el pasillo igual que un torpe ejército de ratones, rebotando contra el zócalo con esos sonidos huecos e inquietantes que tan nerviosa están poniendo a la mujer. -Estaos quietos, por favor -dice ella, pero los niños se empeñan en jugar. Los padres de los pequeños charlan animadamente sin prestar atención al alboroto. Las nueve, piensa la mujer con un suspiro, y aún no llega. El cristal de la ventana se empaña con su aliento. Qué sufrimiento, qué agonía silenciosa. Ser madre significa no disponer de un momento de calma verdadera. Ser madre supone imaginar a cada instante que la garra monstruosa de la fatalidad acaricia a sus hijos en cada una de las curvas del trayecto. Una vez, no hace mucho, despertó de madrugada envuelta en sudor, fugitiva de un sueño tenebroso en el que su hijo perdía la vida al volante de su automóvil. Cuando recobró el aliento y se cobijó en la dulzura cálida de una manzanilla, trató de imaginar cómo sería el después, el día a día de una existencia sin él, la jornada siguiente a su pérdida... y casi enloqueció. Las nueve y media, noche cerrada. La mesa está repleta de embutido y botellas de buen vino. Hay queso, unos mejillones en escabeche muy barrigones, almejas, espárragos de aspecto suculento, un cuenco rebosante de aceitunas, pescaditos rebozados... En la cocina hay varios platos de turrón y mazapanes, más botellas de vino y otras tantas de cava, un pastel jugoso de fresa y yema tostada en el frigorífico, una botella de licor de avellana bien fría... La mujer no tiene apetito. Uno de los niños se ha acercado hasta ella y le ha deseado feliz Navidad entre titubeos y una graciosa media lengua. Ella le sonríe y le revuelve el cabello. -Hala, ve a jugar, cariño... Una luz destella a lo lejos, en la curva. Es un coche azul. Es... ¿es él? Sí, gracias a Dios. Ha llegado, es su hijo. La mujer respira satisfecha. Ya es Navidad. Sin nombre3/12/2021 Calle abajo, calle va, este hombre sin nombre, sin señas, sin más abrigo que una mueca, sin otro equipaje que su alma hueca. Noche abajo, noche va, este hombre sin nombre, sin huella, sin más alivio que un retal de brisa en la nuca, sin otra luna a cuestas que su luna vieja y gastada, sobre él inclinada, vértigo entre azoteas, chiquilla antigua, coqueta, sabia locura de plata, locura inquieta, abrazo de pólvora y hojalata, amor noctámbulo, imposible, lágrima lenta, lágrima quieta, lágrima presa, su luna usada y arrugada, poesía de lluvia, hambre y madrugada, niña anciana de baile primitivo, señora de antojos, capricho de sangre. Vida abajo, vida va, este hombre sin nombre, sin identidad, sin más consuelo que su muerte prometida, bálsamo cercano, ansiado, sin otro pecado que soñar, sin otra culpa que enamorar, vagabundo entre fervores, inocente de aceros, insensato corazón, estudiante de ardor ligero, puñal de barro entre las manos, pañuelos de seda oscura, de dolor, alba perezosa, somnolienta, que enreda su deseo con arte buena, sin maldad, a tientas, que anuda en su cuello un lazo de pobre aliento, de escaso aliento. Arroja un beso al viento, hombre sin nombre, arroja un beso al viento, y muere, hombre sin nombre, que ya nadie te quiere. Archivos
Abril 2024
Categorías
Todos
|