Relatos breves de una vida
Libros30/6/2020 Los tubos fluorescentes se apagan, uno a uno, como las fingidas fichas de un dominó luminoso y decadente, y el manojo de llaves, que rebota y cuelga de la cintura del librero, indica, con su cascabeleo, el camino hacia la puerta y la cercana ausencia del hombre huraño. Con el último chasquido de la llave en la cerradura, los libros se distienden y unos personajillos diminutos asoman las cabecitas con prudencia por entre las tapas de cartón. -¿Ya se fue? –pregunta una niña rubia, la del país maravilloso. -Sí, ya se fue –le responde un muchacho inquieto y travieso, un pícaro al que llaman Lazarillo-. ¿Vienes, rubita? -No, que he de escribir unas cartas. -¿A quién, a un novio tuyo? -A un coronel. El Lazarillo resopla y se aleja de la muchacha. -Tú te lo pierdes, boba. –Al chiquillo le prometieron unos hombres llevarlo con ellos hoy a un viaje fascinante, a un viaje al centro de la Tierra, y él había pensado que tal vez Alicia querría acompañarlo. Sobre uno de los mostradores de cristal, los personajes de una emblemática colmena se han reunido a escuchar los versos de un poeta que, según dice, acaba de regresar emocionado de Nueva York. Más allá, sentados en el borde de un estante, junto a un busto en madera de Jonathan Swift, un Drácula alicaído confiesa a Romeo su amor por Julieta, y el joven de Verona le sonríe y lo consuela rodeándole los hombros con un brazo. -¡Arre! –grita el revoltoso Tom Sawyer a lomos de Moby Dick, una ballena blanca convertida en el más extraño de los corceles-. ¡Arre, arre! En lo alto de la caja registradora, Robinson Crusoe comparte un té con un curioso invitado, el investigador Hércules Poirot. -Y éste es Viernes, mi criado. -Mucho gusto –dice el detective, y estrecha la mano del sirviente. Y más abajo, por entre el polvo y la ceniza acumulados al pie de la mesa, seis personajes van en busca de autor, y una niña perversa, Lolita, saca burla a un caballero maduro y arrebatado, y un ingenioso hidalgo hace frente con su lanza a la ballena blanca de Melville, y, manteniéndose en peligroso equilibrio sobre una esfera terrestre de cartón, un muchachito rubio de sempiterna bufanda al cuello riega la única planta de su mundo. Pero amanece enseguida, amanece con injusta premura, y los personajes de los libros regresan con dolor a su lugar antes de que el librero huraño los sorprenda, y ellos fingen entonces la más terrible de las farsas: no ser más que la invención de un puñado de locos.
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El poeta16/6/2020 En las puertas del cielo, hay un ángel gordito y pamposado que bosteza nubecillas de colores. Es el encargado de anunciar las llegadas. Es, también, ese que ayuda con las maletas y enseña el camino a la habitación. Por una propina sería capaz de dar la bienvenida a alguien con trompeta y platillos. Bosteza colores y se hurga en los oídos; una vez, hurgando y hurgando halló una moneda. Es tan perezoso que, cuando duerme, ni siquiera ronca. Aquel domingo de diciembre, el ángel gordito estaba echando una cabezada en el portal del cielo, como era su costumbre. Antonio, al llegar, encontró al ángel hecho un ovillo sobre la silla de mimbre, soplando zetas azules. No lo despertó, pues caminó de puntillas, y, al pasar junto a él, le dejó un poema en el regazo. Más allá del portal, a Antonio lo aguardaban los dulces y el cava, el confeti rebelde y las luces traviesas de fiesta. La Navidad es tiempo de reunión con los seres queridos, dicen, es momento de abrazos y de anudar nostalgias, y de partir un beso, y Pilar se había vestido con su mejor sonrisa. -Llegas tarde, bobo. -Lo siento –se disculpó él-. Me entretuve escribiéndote poesía. No es el amor, sino el amar la vida, recita el angelillo holgazán, con lengua torpe, lo que hace humano al hombre y le permite hundir su plenitud en quien se sueña. El ángel gordito entiende poco de poesía, pero disfruta releyendo aquellas palabras ensortijadas. Es el regalo de Navidad más extraño que jamás ha recibido. Y el más hermoso. Se confunde con las letras porque Antonio las peinó con rizos. Amar es comprender que falta un mundo para dar en el centro del amor que llevo dentro. El angelillo perezoso anuncia, en las puertas del cielo, que está contento. Ha descuidado su oficio y, en lugar de propinas, recibe ahora reproches del jefe. Está contento porque las cosas han cambiado ahí arriba. La semana pasada se compró un lapicero y un cuaderno. Hoy es miércoles, y el ángel gordito no está en la puerta. Apoyado en el muro, un cartoncillo reza: Vuelvo enseguida. -¿Adónde ha ido? -Se fue a escuchar al poeta. Quiere ser como él. La Navidad que ve un copo de nieve5/6/2020 Empujado por un viento que corta en filetes la noche, el copo desciende lentamente hacia la ciudad. Por el camino, el copo se estremece y estornuda; además de vértigo, tiene frío. Una lengua invisible de aire lo atrapa, lo revuelve en una espiral y lo impulsa contra la ventana de un edificio muy alto. El copo se posa un instante en el alféizar y observa, al otro lado del cristal, a un niño pelirrojo que llora desconsolado porque no encuentra, entre un montón de paquetes, el regalo que tanto ansiaba, el juguete que había esperado con euforia. Los demás regalos no le importan, los rechaza, se ensaña a patadas con ellos. El copo tirita de frío y se desliza desde el alféizar, y desciende un poco más. El viento travieso juega con él; le tira del cabello y le araña las mejillas blancas, lo sacude a un lado y a otro, no lo deja en paz un momento. Ha vuelto a arrojarlo contra una ventana. Una niña rubia, sentada a la mesa de un saloncito estrecho y abrazada a su muñeca, se atraganta obstinada con el turrón y los dulces. Sus padres, al fondo, se gritan furiosos y hacen aspavientos, y se lanzan las botellas de sidra, y se golpean en la cabeza con las bolas del árbol de Navidad, y solo cuando la niña se vuelve morada y tose, advierten su presencia y la auxilian. El copo tirita, tirita con violencia. Qué noche tan fría, diantres. Menudo temporal. Quién tuviera una bufanda. Da un saltito y desciende de nuevo. Casi ha alcanzado la calle. El viento ha perdido su fuerza; ya sopla con desgana. El copo gira sobre sí mismo y aterriza despacio sobre unas cajas de cartón. Es injusto, ¿no? La gente se ha quedado en sus casas, abriendo paquetes, comiendo dulces, y él estornuda en la calle, y mañana se habrá deshecho, cuando salga el sol. De pronto, oye un ruido, unas voces. Anda, qué sorpresa, si hay alguien dentro de esas cajas de cartón. El copo, que es muy curioso, se asoma por un hueco y descubre a un niño y a su madre abrazados bajo una manta roja. Y, como es Navidad, ese niño también recibe unos regalos: un gorro de lana y un beso. Muñeco abandonado28/5/2020 Dos ojos saltones, redondos como lunas llenas, y una nariz roja en el centro de su cara, o de su cuerpo, pues no es más que una bola azul de pelo suave del tamaño de una nuez. Está solo, está abandonado en la calle. Se ha visto reflejado en un fragmento de cristal, y su propia imagen borrosa lo ha hecho sentir aún más abandonado y solo. Qué cosas: siempre había deseado volar, había anhelado ser pájaro por un día, o mariposa, o simplemente un mosquito, porque fue incapaz entonces de imaginar qué sensación extraña y maravillosa podría experimentarse al surcar los aires, y hoy, sin esperarlo, ha volado como una gaviota desde la ventanilla de un coche hasta la acera. Del coche de su dueña protectora a la acera sucia de un mundo grande y desconocido. Desechado como un pañuelo de papel. Confinado al olvido, menospreciado. Tal vez haya hecho algo mal, tal vez haya estropeado uno de esos momentos de paz que su dueña disfrutaba con tanto celo. Tal vez, con su presencia, haya quebrado el clima frágil del dormitorio. No lo sabe. Se encuentra angustiado y muy confundido. Si supiera, lloraría. Es un muñeco abandonado en la calle, sólo eso. De ojitos saltones y redondos, azul, de nariz roja y chata. Sólo es un muñeco asustado sin dueño. Está él, están los coches mudos, están los gorriones en la baranda del parque, están los charcos de la lluvia reciente, están los envoltorios de golosinas, que son juguetes del viento, están los semáforos parpadeantes, está el ruido de la Navidad en las casas, y están las casas, están los edificios altos, que suben al cielo, y están las nubes, que también son juguetes del viento, y está la nieve esperando, y está el frío, y la luna, que saldrá luego, y mil estrellas, que son luciérnagas de vida eterna, y mil estrellas más, y mil más. El muñeco es sólo un punto azul en este paisaje urbano de diciembre, un punto azul que tiembla. Lo he visto, por casualidad, al agacharme a recoger una moneda, escondido detrás de un cartón. Tiene miedo en los ojos. Si pudiera, correría. Me he ofrecido a él como dueño. No sé si le gusta la idea, o si tenía otros planes, o si prefiere a otro. El caso es que no se ha quejado cuando lo he cogido. No ha dicho nada. Quizá porque sólo es un muñeco. Caperu20/5/2020
Sustituyó la caperuza roja por un pañuelo blanco y la capa por un pareo floreado, pero seguía siendo ella. Se desentendió de la cestita de mimbre y ahora lucía un bolsito negro de cuero y remaches donde sólo tenía cabida el mechero y las llaves de casa, pero seguía siendo ella. Había cambiado los zapatitos rojos por unas botas que le cubrían las piernas más allá de las rodillas, pero seguía siendo ella. Y tampoco tarareaba cancioncillas silvestres, sino extrañas e irreconocibles melodías. -Si baaang, si baaang... Y, además, había abusado del carmín y del perfume de melocotón. -Si muuu, si muuu... Aunque, no nos engañemos, a los ojos del lobo seguía siendo la misma encantadora y dulce criaturilla. -Qué sorpresa –dijo el lobo, embutido en su disfraz de guarda forestal-. Tú por aquí, Caperu. ¿Y eso? -Hola. -¿A visitar a la abuela? -Te importará mucho a ti. -Qué insolente que eres, hija. La niña pasó de largo, apretando el paso. El guarda se enjugó la baba y se pellizcó la bragueta. Y echó a correr. La puerta de la casa estaba entornada. -¿Abueli? -Pasa, nena. Estoy en el dormitorio. -Te he traído tabaco. -Déjalo en la mesita, anda. -Huy, tienes los ojos mogollón de raros, abueli. -Los tengo así para... para... para ver mejor en la oscuridad. -Y tienes las uñas superlargas. -Las tengo así para... para hacerte cosquillas mejor, cariño. -Y los brazos... Mírate los brazos, abueli: llenos de pelo. -Para soportar mejor el frío, Caperu. De repente, la auténtica abuela de la niña abrió la puerta del dormitorio de una patada y apuntó con la escopeta al lobo. -¡Jobar! –se sorprendió la niña-. Si tú estás ahí, abueli, ¿quién es esta abuelita? -Un impostor pervertido –le contestó, sin dejar de apuntar al intruso-. Aparta, que le voy a meter el cartucho por donde hace caquita. -Conténgase, señora –le pidió el lobo-, que yo ya me iba. -A ti te voy a enseñar yo modales, degenerado –masculló la anciana. Y apretó el gatillo, pero la escopeta era una reliquia y no hizo pum, y el lobo aprovechó la circunstancia para morder a la abuelita en el cuello y a la niña en un pezón. Y después se marchó, silbando satisfecho. Reflexiones de alguien muy delgado6/5/2020 Nací y me crié, casi invisible, a la sombra de su risa y de su mal humor, y caminé sin tregua alrededor de su cuerpo, regalándole unos suspiros que me fueron robados, y la abarqué sin brazos, y la acaricié sin manos, y la besé sin labios. Nací y me crié a la sombra de su amor, que me fue arrebatado, y tropecé mil veces en ella, y le causé dolor, y me bañó con sangre, y me maldijo. Ahora, cuando la veo despertar, cada mañana, cuando la veo amanecer con ese gesto enojado de niña consentida, la maldigo yo, la maldigo desde mi destierro, la maldigo con ahogo por haberme arrancado de su lado, por haberme confinado a mi caja, maldita niña malcriada, maldita criatura adorable. He conocido manos más dulces que las suyas, más diestras, más cariñosas, más cálidas y atentas que las suyas, he disfrutado de un halago espontáneo, impensable en ella, he sentido la presión de unas yemas mil veces más suaves y delicadas que las suyas, más humanas que las suyas, pero no me conforta, porque es su torpeza y su desdén lo que añoro, porque es su desaire lo que imploro, cuya ausencia me condena. Maldita niña mimada, malditos ojos de ángel travieso y maldito su mirar de tormenta, maldita risa de caramelo, malditos labios de primavera, maldito caminar de marejada, maldito su aliento de vida, que tanto me falta, que tanto me ha quitado. Maldita seas por ser lejana, maldita seas porque me rindes, porque me mueres. La inercia en mi caja es mayor sin ti, es más fría y más de acero. La compañía de las otras no consuela. Ya no hay caricia que compense un poco, ya no hay rumor de pájaros en la ventana, ya no hay murmullos alegres de lluvia, ni vientos silbando fiesta, ya no hay aromas a domingo en la habitación, no en mi caja. Estúpida criatura ingrata, estúpida criatura de hielo y de brumas. Estúpida e insensible juventud. Escaparé de mi caja, algún día, y me perderé en el pajar para que nunca me encuentres. Calle vieja27/4/2020 Una vez, oí decir que la calle respira, que se duele, como nosotros, del frío y de los ruidos. Me pregunto si la calle sabrá algo de ella, si al verla pasar se inquieta, como yo. Me pregunto si la calle sabrá cosas de ella, si al recordarla caminando, como yo, se agita en el sueño. Me pregunto si la calle se siente sola, o si ahora, sólo ahora, no encuentra motivos para sonreírme. Calle vieja, que envidio tu abandono. Hoy no pude dormir y salí a recorrerte desde la ventana. Calle vieja, que me dueles. Hoy no pude soñar con ella y salí contigo a imaginarla. Calle vieja, que me conmueve tu descuido. Hoy no pude vivir sin ella y corrí a llorar en tu acera, y corrí a pedirte abrigo. Una vez, oí decir que la calle esconde un secreto, que tiene uno, como nosotros, y lo protege del frío y de los ruidos. Me pregunto si la calle sabrá cuánto hiere el tiempo, me pregunto si sabrá cuánto debilita la espera, y si ese secreto suyo, como a mí, le agrieta las manos de tanto ocultarlo. Me pregunto si la calle sabrá dónde nace el anhelo y en qué esquina muere, me pregunto si sabrá cuánto atormenta dar aliento y cariño a ese afán egoísta, me pregunto si sabrá cuánto, como a mí, puede llegar a consumir la vida. No sé si la calle se siente sola, o si ahora, sólo ahora, no encuentra una razón para sonreírme. Calle vieja, que codicio tu abandono. Hoy no logré dormir y salí a caminarte desde la ventana. Calle vieja, que me haces daño. Hoy no logré hallarla en ningún sueño y salí contigo a evocar su figura. Calle vieja, que me emociona tu olvido. Hoy no logré vivir sin ella y corrí a llorar en tus brazos, y corrí a pedirte abrigo. Calle vieja, que me guardas del miedo. Indiferencia21/4/2020 Se ríe de mí. La miro, le acaricio las mejillas con un soplo y camino sus párpados con un dedo que tiembla de miedo, y ella, entonces, se ríe de mí. Su desdén ciego es un desmayo gris que me va y viene por el cuerpo dejando un rastro de aliento pobre, un recorrido amargo y tambaleante que araña la sangre y traza un surco frío entre los huesos. Una espina verde atravesada en la garganta, un relámpago de hielo alojado en el corazón. La quiero, pero el calor de mi entusiasmo desfallece, con cada golpe de mar, en la orilla desnuda de su indiferencia. Me ahogo al toparme con sus ojos inquietos, me ahogo mil veces al toparme con el deseo de abarcar su pensamiento, tan ensortijado. Ella es terciopelo afrutado, es aroma de azúcar mudado en cristal oscuro, es un amanecer tibio en mitad del invierno, es la promesa de un beso fugaz detrás de las cortinas, es mi locura mudada en cristal oscuro. Es, si sonríe, toda una vida. Se burla de mí. Su descaro de niña impaciente está jugando con los jirones de mi calma. La divierte mi naufragio. La miro, le estremezco el cabello con un soplo y camino su pecho con un dedo que tiembla de pánico, y ella, entonces, se burla de mí. La miro, le desbarato los nudos de su vestido con un soplo y camino su vientre con un dedo que tiembla de terror, y ella, entonces, se burla de mí. La miro, y ella, que hoy lo significa todo, que a un tiempo es llanto y primavera, se ríe de mí. Y yo desfallezco, con cada golpe de mar, en la orilla desnuda de su indiferencia. María14/4/2020 Como llovía, se refugió en la marquesina de la parada. Y allí, sentada y en silencio, mientras esperaba el autobús, descubrió por azar que su vida iba a desencajarse. Porque vio pasar a su marido en un coche oscuro, sonriendo, y a una mujer, en el mismo coche, que abrazaba a su marido igual que lo había hecho ella años atrás, al conocerse. Como llovía, caminó deprisa, sorteando los charcos. Se dijo que no lloraría, se prometió que no lo haría. Quizá más tarde, pero no allí, no en la calle. Y cada paso que dio, cada golpe de tacón en el suelo, le recordó que no era, que nunca había sido una mujer fuerte. Y antes de alcanzar la esquina, las piernas le fallaron y la arrojaron al suelo. Como llovía, tenía las mejillas mojadas, y ni ella misma reparó en que había faltado a su promesa. Alguien la recogió del suelo y la condujo a un lugar seco. Le quitaron los zapatos y le prestaron una toalla limpia. Le ofrecieron un café muy caliente y un asiento junto a una ventana. María, mírame. ¿Qué ha pasado? ¿Estás enferma? ¿Ha sido él? ¿Ha sido por él? María, estoy aquí. Estoy contigo. Como llovía, le pidieron por favor que no se marchara, que aguardara a que mejorase el tiempo. Estaba en una cafetería discreta del centro, sentada junto a una ventana muy amplia. Tenía los pies descalzos y una lágrima escondida bajo el mentón. Habían sido muy amables con ella. Le preguntaron si había resbalado, y ella respondió que sí, que habían sido los zapatos. Como llovía, le dieron un paraguas. Ella no quiso aceptarlo, pero insistieron. Le dijeron que era una mujer preciosa y que no debía llorar. Se marchó, agradecida. Y caminó deprisa, sorteando los charcos. María, mírame. ¿Qué ocurre? ¿Estás enferma? ¿Ha sido él? ¿Has vuelto a verlo pasar frente a la parada? ¿Has vuelto a ver el coche oscuro? Estoy aquí, María. Estoy contigo. Estoy aquí. Noche fría9/4/2020 Con lo que sobró de un beso se ha hecho un sombrero, y con él pasea por la calle, tan orgulloso como el día en que su madre le regaló su primera bicicleta. Tiene un tigre en la tripa que ruge con impaciencia, pidiendo pan, y un oso en el jersey que mira de soslayo a los viandantes. Con lo que sobró de una cena, cena él. En los cubos de basura encuentra cosas que jamás habría imaginado. En América, las tapaderas de los cubos son como los platillos de una orquesta; lo ha visto en las películas. Pero en lo que queda de su España grande y libre, los cubos de basura tienen tapadera articulada, igual que los retretes. Y el mismo olor. Y en ellos encuentra cosas muy valiosas: una bolsa de viaje, un melocotón, un lapicero, un periódico… Al tigre de su tripa le basta con morder el melocotón. Al oso del jersey le basta el lapicero. Y a él, a nuestro vagabundo, le basta con que a ellos les baste. Donde hay dos sonrisas, puede haber tres. Frío, niebla de invierno somnoliento y sonrisas, tres sonrisas, que son más que dos y menos que mañana, o algo así. Con lo que sobró de una tertulia callejera se ha hecho una bufanda. Ya no le corta el viento la cara, menos mal. Menuda noche destemplada. Mira, ahí está Eva, la hija del peluquero. Cada vez que sale a la calle, la ciudad se embellece. Es como un adorno de navidad, como un farolillo de verbena. Al oso de su jersey se le encienden los ojos de rubor. Y a él también, pero los gira hacia arriba y los esconde. Ahí se acerca la muchacha. Que viene, que viene. -Buenas noches, guapa –le dice. Nada, ella no escucha. -Abrígate, Eva, que hace frío. Ella no habla con indigentes. Ni siquiera los ve. Camina con la arrogancia que otorga el estómago lleno. Lleva prisa. Ha quedado. Tiene un novio en la esquina, aguardando. El novio tiene coche y medio, y ganas de verla, como cualquiera. La recibe con brazos abiertos y ojos encendidos de rubor, igual que el osito del jersey del vagabundo, y la muchacha se cuela entre los brazos como un regalo. Se van. Se han ido. Abrígate, niña, que no es noche de andar destapada. Con lo que sobró del abrazo, se abriga él. Duerme el tigre de la tripa, está roncando. Es hora de mullir los cartones. Mañana será otro día. Mañana habrá nieve; lo ha visto en la tele del escaparate. Al vagabundo le gusta la nieve porque no hace daño, porque cae despacio, igual que los besos de una madre. Se adormece, suspira. Con lo que sobra de los recuerdos de una vida, vive él. A un paso30/3/2020 Las gotas de lluvia murmuran palabras, y es francamente pasmoso descubrir, como yo hago, como hago yo ahora, que son para mí. Las palabras. Agua de lluvia formando frases sin sentido. Un susurro continuo a cada paso. Y son para mí. Y es francamente pasmoso descubrir, como yo hago, como hago yo ahora, que no carecen de sentido. Las frases. Las que escribe la lluvia. No quiero hablar con ella. No quiero hablar con este día gris. Si me pregunta por ti, que lo hará, mentiré. Como otras veces. Cuando pregunte por ti, que hoy lo hará, le diré que estoy dormido. Nubes oscuras de puños apretados, dejadme en paz, que estoy dormido. Llueves tú, día melancólico y tramposo, pero no yo. Yo no quiero. No quiero hablar contigo ni llover, hoy no seré tormenta. A un paso estoy de convertirme en agua, pero no quiero. Por eso, si preguntas por ella, que lo harás, te estamparé una mentira. El aliento se me agota en la parada del autobús. Se me desvanece el paso y, como hay gente, finjo que compruebo la hora. Como si importara dónde se hallan las agujas del reloj, como si eso importara hoy un poco. Hay un espejo en el suelo, enorme, del tamaño de cualquiera de tus recuerdos, que vibra con cada gota de esta lluvia tozuda. Y es francamente pasmoso descubrir, como yo hago, como hago yo ahora, que está reflejando mi locura. El espejo. Y no sólo aquél; también los otros. Porque hay cientos. Espejos vibrantes de agua sucia, aquí y allá, dondequiera que miro, mostrando que de mis mejillas cuelga una locura. Y es francamente pasmoso descubrir, como yo hago, como hago yo ahora, que no es tal, sino angustia. La locura. No es tal, sino angustia. La que muestra el espejo. No quiero enfrentarme a él, no quiero hablar con el reflejo de agua sucia. Si me pregunta por ti, que lo hará, que lo está haciendo, le arrojaré una mentira. Como otras veces. Cuando pregunte por ti, que hoy lo hará, que ya lo está haciendo, le diré que estoy dormido. Déjame en paz, que estoy dormido. A un paso estoy de rendirme, pero no quiero. La joven de verde18/3/2020 Apareció de pronto, de entre un revuelo de risas y aromas de primavera, y cogió prestado un corazón. El mío, que ahora late de puntillas, temeroso. Apareció de pronto, de entre un revuelo de recuerdos quebrados y aromas de viejas canciones, y cogió prestado un corazón. El mío, que ahora late de puntillas por ella, muerto de miedo. Apareció, de pronto, y dibujó nubes nuevas en un cielo nuevo. Y dibujó una vida nueva. La joven de verde traza un camino en la arena. Con cada uno de sus pasos, el futuro se deshoja. La joven de verde acaricia con los dedos las agujas del reloj, las detiene y las empuja, las sumerge en el estanque y las arroja después al vacío, y el futuro se deshoja. Mi futuro, que ahora late de puntillas, temeroso. La joven de verde traza un sendero en la arena. Con cada una de sus sonrisas, el pasado se enturbia. Acaricia con los dedos el llanto de un niño, lo consuela y lo acuna, lo sumerge en su quietud y lo envuelve después con sus besos, y el pasado se enturbia. Mi pasado, que ahora languidece atrapado en una bruma densa y gris. Y yo, muerto de miedo. Si pudiera, que no puedo, correría hacia el abismo. Si pudiera, embarcaría mis sueños en el antojo de un invierno de hielo y nieves frías, pero no puedo. Si pudiera, si quisiera, pero no quiero. Apareció de repente, de entre un revuelo de esperanza y aromas de medianoche, y cogió prestado un corazón. El mío, que ahora late descalzo y de puntillas, sonrojado. Apareció de repente, de entre un revuelo de ternuras marchitas y aromas de viejos cafés, y cogió prestado un corazón. El mío, que ahora late descalzo y de puntillas por ella, muerto de miedo. Apareció, de repente, y escribió versos nuevos en un mañana nuevo. Y escribió, para mí, una vida nueva. Si pudiera, que no puedo, navegaría hacia el más terrible de los abismos. Si pudiera, embarcaría mi ilusión en el antojo de un infierno de fuego y cristales rotos, pero no puedo. Si pudiera, si quisiera, pero no quiero. La joven de verde, con cada uno de sus pasos, desgarra el lienzo viejo de otras vidas y traza un camino en mi arena. Y yo, muerto de miedo. Un sueño por contar9/3/2020 Esta mañana, como ayer, hemos vuelto a estar juntos. Desplazarse en metro por la ciudad resulta incómodo. Demasiada gente, demasiada prisa. Apenas puedo situarme a tu lado para llenarme de perfume. Cuando hablas, apenas puedo escucharte. Cuando sonríes, apenas puedo contagiarme. Demasiada gente, demasiada prisa. Los empujones me hacen daño, porque me apartan de ti. Tú pareces más acostumbrada que yo al gentío; a mí me cuesta. El vaivén de los vagones me desmenuza el gesto, ése que tengo postizo para desdeñar los miedos. Sujetarte una mirada también me desmenuza. Esta mañana, como ayer, hemos vuelto a estar juntos, y hoy, como ayer, he vuelto a silenciarte mi secreto, he vuelto a no confesarte mi sueño. Tengo frío en el vagón del metro, tengo frío en los pasillos fríos. Intento caminar cerca de ti pero me empujan y me apartan. Demasiada gente, demasiada prisa. Revelarte mi sueño en medio de esa multitud, con tanto ruido, quizá no serviría. Imposible sería que las palabras no se perdiesen, imposible no atropellarlas. Demasiada gente, demasiada prisa. Revelarte mi sueño, allí, en mitad del vaivén, en medio del frío, quizá no serviría. He soñado que por fin hacíamos ese viaje a la nieve, y que tú eras feliz. He soñado que recorríamos a pie la montaña, que fotografiabas una ardilla, que yo dibujaba tus ojos en un papel, y que tú eras feliz. He soñado que la lluvia te empapaba el cabello, que me abrazabas al escuchar los truenos de la tormenta, que te reías de tus propios temores de niña, y que eras feliz. He soñado contigo, con nosotros, con tus amigos, con tus pies desnudos en la hierba, con un café a medianoche en tu lugar preferido, con tu ventana abierta, con tus libros bajo mi brazo, con un sol de abril reflejado en tus labios, con agua de playa en tus manos, con luna de verano en tus mejillas, contigo. He soñado que amanecía para nosotros, y que tú eras feliz. Esta mañana, como ayer, demasiada gente, demasiada prisa. Si me animo, si mañana encuentro fuerza y valor en los bolsillos, interrumpiré tu conversación y te preguntaré por ti. Si mañana encuentro fuerzas, preguntaré tu nombre. Detrás de todo3/3/2020 Hay un paisaje de verdes, de agua fría y de ojos tuyos en el hueco de la memoria. Y detrás, más allá del lienzo falso, hay una melodía que no entiendo. Hay un paisaje de almendros, de caricias lentas y de labios tuyos en el hueco de la memoria. Y detrás, más allá de los colores fingidos, hay un murmullo que no entiendo. Mira, ha venido a verte una nube, han venido a verte las agujas del reloj, han venido a saber de ti, a preguntar cómo estás. Mañana se irán con las manos vacías, pero hoy, mientras tanto, habré de esforzarme en componer la patraña de siempre. Y si algo los inquieta, si los angustia el velo transparente del disimulo, de este áspero engaño, buscaré una sonrisa en el armario y la colgaré de los ojos. Porque han venido a verte, otra vez, y el viaje ha sido largo. Porque han venido a saber de ti y no merecen mala cara. Detrás del sueño hay un sendero de hielo y de margaritas deshojadas, detrás de la calma hay un susurro de pasos y de noche amargamente oscura, detrás del viento hay niebla azul. Detrás del tiempo hay más tiempo, hay más locura. Detrás del espejo hay una herida. Detrás de las manos que abrazo hay una mueca de espanto, hay un dolor pálido, desmaquillado. Detrás de la lluvia hay una sombra quieta, hay una figura inmóvil, hay un deseo. Detrás de un simple beso hay un gemido agrio y desnudo. Detrás de la náusea hay un motivo. Mira, ha venido a verte el gusano de la manzana, han venido a verte las teclas negras del piano, han venido a saber de ti, a preguntar cómo estás. Mañana se habrán ido. Pero hoy, mientras tanto, tendré que esforzarme, tendré que servir café y hablar de cuánto hemos cambiado, de cuántas ojeras tiene ahora el atardecer. Mañana se irán, y el viaje será largo. Tendré que hacer más café y mojar en él un gesto amable. Hay un paisaje de ocres, de riachuelos ruidosos y de ojos tuyos en el hueco de la memoria. Y detrás, más allá del cristal invertido, hay un silbido perpetuo, alguien que me llama. Hay un paisaje de olmos, de ternura lenta y de labios tuyos en el hueco de la memoria. Y detrás, más allá del adorno artificioso, hay una alegría silente, hay una dicha extraña que no comprendo. La hora de su salida25/2/2020 Se sienta y aguarda una tarde entera a que llegue el momento de verlo. El cielo la amenaza con lluvia, la amenaza con aguarle su fiesta breve de emociones, pero ella ignora las nubes de algodón inflado igual que ignora siempre los consejos de su abuela. Que el amor hace daño es algo que ya intuye; no necesita que nadie le repique en los oídos. También hace daño estar sola. Se sienta y aguarda una jornada entera a que llegue el instante. Se sienta en el borde de la acera, encogida, hecha un ovillo de deseos y de nervios, se sienta y dibuja en el cristal de sus ojos un beso. Y llora, qué boba. Llora porque el beso nunca llega, llora y se pone perdida de llanto. -Estás mojándote, niña –le dice un hombre-. ¿No ves que llueve? No responde, se enfurruña. Ni ve que llueve ni quiere verlo. No necesita que nadie... -...me repique en los oídos. -¿Qué dices? -Nada. Se encoge, ahora de frío, pero no se viste la chaqueta. Ella sabe que con la blusa luce más hermosa. Se lo ha dicho esa mañana el espejo. La chaqueta está en el suelo, hecha un nudo. La trajo por no escuchar a su abuela. Los mayores creen saberlo todo, que si abrígate que luego duele la garganta, que si ay si yo hubiese tenido tus oportunidades, que si el corazón se rompe sólo de mirarlo... Que se rompa. A ella le importa un pimiento. Ella lo que anhela es que llegue la noche para verlo salir del trabajo y ahogarse enamorada de pena. Se sienta cada día en la acera con ese fin, y lo demás puede esperar. Lo demás es secundario, como dice su padre. Sólo que su padre no habla de amor, sino de otras cosas. Se sienta cada día y aguarda una vida entera por verlo salir, por verlo un segundo y poder morirse en él de alegría. Cuando llega la magia, cuando la noche le regala el momento, la niña se muerde el miedo y aprieta los puños. El desmayo la tambalea mientras contempla al muchacho ajustarse el abrigo y despedirse en la calle de su jefe. Ella lo mira con fijeza, lo retiene en las pupilas con fuerza para llevárselo consigo a la almohada, cada gesto de él, cada suspiro. Si hay suerte esa noche, el chico cruzará con ella una mirada casual y la niña creerá que le arde el pecho, y la locura de una esperanza clandestina se le grabará a fuego en las mejillas. Y, si no hay suerte, si no la mira esa noche... -Si no hay suerte, se pinta –murmura la chiquilla. Es lo que siempre le repica su abuela en los oídos. Hubo20/2/2020 Un beso. El mejor. Sol de abril en cada rasgo. Un beso con cucharilla. Sol de abril en cada pupila tuya. Un beso breve, el más codiciado. Tanto tiempo deseándolo, tantas noches de sueño. Un beso. Sonreír demasiado me provocará ceguera. Hubo melodía y piano. Sol de abril en cada mejilla. Ciego por ti, por ti. Ayer te quise, hoy te adoro. Un beso pequeño. El que más enamora. Antes, una promesa. Me abrazo a las palabras, aunque me hagan daño. Queda carmín en la yema del dedo. Una promesa mojada en café, una merienda de gestos suaves, todos tuyos. Quizá mañana. Cuánta suerte en un día. Hubo ilusión. Te doy las gracias. Tal vez tú. Esperarte me provocará un infarto. Un sueño. Bendita vida. Antes, un encuentro fortuito. El azar hizo migas conmigo. Nos cruzamos tú y yo, hablamos, acabamos sentados. El camarero robó tu mirada un segundo y creí desmayarme. Hubo vértigo. Decidí regalarte el corazón. Es tuyo. He cubierto el hueco con una manzana. Soy frágil. Antes, una habitación vacía. Las dudas de siempre. Salir a la calle, salir a las calles. La hierba del jardín sin rocío. El paseo infinito, sin sentido, sin regalo. La calma oscura de la noche sin sujeciones, sin bordes. Hubo frío. Un murmullo venenoso bajo la almohada. Las nubes, brujas de algodón. Antes, otra persona. Otro anhelo. Una niñez. Otros colores. Pero hubo algo, no alcanzo a ver qué fue, que se empeñó en cambiarme el paso. El bulto17/2/2020 Federico se ha levantado esta mañana con un bulto en la cabeza, con un bulto que lo ha hecho pensar, que lo ha hecho pensar si el bulto se lo ha hecho el pensar, o el no pensar, o si pensar en el bulto va a dejarlo sin bulto o sin pensar. El caso es que el bulto ha amanecido en su cabeza, y después, entre leche y galletas, se le ha movido. El bulto de la cabeza ha escapado al cuello, y del cuello se ha marchado a todas partes. Y la vecina le canta: “Me corre por la pierna, me corre por el brazo, me corre por la espalda, arriba y abajo...” Pobre Federico, pobre tontorrico, que no sabe si el bulto se lo ha hecho el pensar, o el no pensar, o si pensar en el bulto va a dejarlo sin bulto o sin pensar. Pobrecico, pobrecico Federico, que se ha levantado esta mañana con un bulto en la cama, con un bulto que lo ha hecho inquietar, que lo ha hecho inquietar, pues no sabe si el bulto en la cama es su esposa o un producto del pensar, del pensar en su cama sola, sin esposa, sin ronquido, sin amar. El caso es que el bulto ha amanecido en su cama, y después, entre huevo y panceta, se le ha movido. El bulto de la cama ha escapado al armario, y del armario se ha marchado a todas partes. Y la niña del tercero le canta: “Me corre por la pierna, me corre por el brazo, me corre por la espalda, arriba y abajo...” Pobre Federico, pobre inocentico, que no sabe si el bulto es su esposa o un producto del pensar, del pensar en su cama sola, sin esposa, sin ronquido, sin amar. Pobrecico, pobrecico Federico, que se ha levantado esta mañana con un bulto en el pijama, con un bulto que lo ha hecho extrañar, que lo ha hecho extrañar, pues no sabe si el bulto es su barriga o un producto de extrañar, de extrañar a sus novias viejas, a las guapas, a las feas, a las pelonas sin cejas. El caso es que el bulto ha amanecido en su pijama, y después, entre vino y croquetas, se le ha movido. El bulto del pijama ha escapado al calcetín, y del calcetín se ha marchado a todas partes. Y la señora del médico le canta: “Me corre por la pierna, me corre por el brazo, me corre por la espalda, arriba y abajo...” Pobre Federico, pobrecico. Los motivos de Margarita12/2/2020 Margarita mató a su marido porque estaba aburrida. Lo mató siguiendo las instrucciones y el consejo de un personaje de novela. Lo mató porque no deseaba seguir siendo una mujer triste y apática. -¿Qué tiene que alegar en su defensa? –le pregunta el juez. -Nada. El juez es pequeñito y redondo, y se parece mucho a la pelota de golf de su marido. Se parece muchísimo, en realidad. -¿Admite los hechos? -Sí. Se la llevan después dos policías, sujetándola con fuerza por el cuello y por las muñecas. La arrastran escaleras abajo y luego le dan una patada en el culo y la meten en un coche azul. El coche se parece mucho a su carrito de la compra; en realidad, es de igual tamaño y huele del mismo modo. En la calle, su vecina Rosa la recibe con un aplauso entusiasmado; le grita que es la mejor, que la admira, y a los policías les dice que son feos y brutos, y que deberían patear también el culo de sus mamás. Uno de los agentes le muestra un dedo y ella enseña los dientes. -Admito los hechos –murmura Margarita-. El juez me ha preguntado y yo le he dicho que sí. Lo que no le he dicho es que se parece mucho a la pelota de mi marido. Dentro del coche, el otro agente se afana en cubrir la boca de Margarita con esparadrapo, pero ella le muerde los dedos. -Ay. Ahora que se fija, Margarita percibe el parecido existente entre el policía y el flamenco de chapa que adorna su salón, ese que está junto a la puerta. En realidad, el parecido es asombroso. -Lo malo de matar a un marido –le dijo el personaje de novela varios días atrás- es que siempre subsiste en las manos el hedor de la culpabilidad. Esto no ocurre, por ejemplo, cuando se mata a una suegra. -Pero yo admito los hechos –insiste Margarita-. No importa. El agente del esparadrapo mitiga el dolor de los dedos con un lametón. -Tienes buenos dientes, cachorrillo –le dice, muy serio. -Admito los hechos. -¿Por qué lo mataste? -Porque era mío. Más tarde, la patada en el culo la impulsa al interior de una celda que, insólitamente, se parece muchísimo a su cocina. En realidad, es idéntica: el fregadero es el mismo, los azulejos también, y el reloj de la pared, y los trapos... -¿Tan tediosa era tu vida, Margarita? –le pregunta su marido muerto. -Tanto. La niña y el sombrero3/2/2020 Cada día, con las primeras gotas de luz, la niña se viste con su sombrero y se sienta en el portal. Puede que llegue hoy, puede que hoy la sorprenda con su sonrisa y sus ojos de almendra. Ella esperará con paciencia, sentada en el escalón frío de piedra, hasta que el sol de mediodía le revele que ha pasado otra mañana en vano. Cada tarde, con las primeras lágrimas de la niña, su madre se viste con las fuerzas que aún conserva y se sienta en el portal. Acaricia a su hija y le da una manzana. Tienes que comer algo, no puedes seguir así, le dice. La niña no come, no quiere manzanas. Puede que su madre hable con ella hoy, puede que hoy la sorprenda con su tristeza oculta y su dolor sofocado. Esperará con paciencia el momento, sentada en el escalón frío de piedra, hasta que la luz plata de la luna les cubra las manos de nieve y les susurre que han pasado otra puesta en vano. Cada noche, con las primeras lluvias del alma, una estrella se viste con su más suave destello y se refleja en el portal. Puede que todo acabe hoy, puede que hoy la vida se sorprenda con su propia sonrisa. Ella esperará con paciencia, tendida en el escalón frío de piedra, hasta que el alba se la lleve consigo y la envuelva en seda. La niña duerme ahora, abrazada a su sombrero, dichosa en el sueño que maquilla sus días, que le evita por unas horas el daño, como una medicina nocturna, como una bendición, abrazada a su sombrero, a su recuerdo. Su madre, desde un rincón del dormitorio, la contempla muda, sujetándose el corazón con manos débiles. Después, cuando amanezca, con las primeras melodías de los pájaros, la niña se vestirá con su sombrero y se sentará en el portal. Puede que llegue entonces, puede que entonces él la sorprenda con su sonrisa y sus ojos de almendra. Puede que hoy acabe su viaje y regrese por fin a su lado. O puede, también, que su madre sea valiente y le explique que ese viaje no acabará nunca. Una brisa de otoño28/1/2020 Había una puerta abierta en el dormitorio, más allá de las sábanas deshechas, entre el hueco de las cartas vacías y la lámpara sin pantalla. Había una puerta abierta, tal y como la dejó el destino, y a través de ella, sin piedad, me llegaba la brisa de otoño, despacio, con tu mismo vestido y tu mismo carmín. Con tus mismos ojos, los de ayer, los del vértigo, los ojos de la miel derramada. Una brisa de otoño mata, igual que el filo de un puñal. Una brisa de otoño viene cargada de murmullos, de rencores, de medios recuerdos, y mata, igual que el filo de un puñal. Una brisa de otoño se desliza como una serpiente por el suelo de la habitación, y se enreda en las notas del piano, tan débil, tan vulnerable hoy, y apaga las velas del amanecer con su aliento, y enturbia los colores, y mata, igual que el filo de un puñal. Y todo por ti. Por haber caído en la trampa de tus manos. Había una herida abierta en el dormitorio, más allá de los sueños deshechos, entre el hueco de mi vida vacía y el armario sin espejos. Había una herida abierta, tal y como la dejó el destino, y a través de ella, sin clemencia, me llegaba el llanto del otoño envuelto en una brisa, envuelto en los ecos marchitos de tu risa, despacio, con tu mismo perfume y tu mismo revuelo de pestañas. Con tus mismos ojos, los de ayer, los del miedo en la noche oscura, los ojos pintados de ocaso. Había una calle abierta en mitad de la ciudad, una calle rota que sangraba. Y una brisa de otoño cubriéndola de tormento. Y yo no tengo ungüento ni melodías con que aliviar el dolor. Porque una brisa de otoño mata, igual que el filo de un puñal, igual que tú. Su corazón prestado27/1/2020 Baja cada mañana a escuchar el latido de su corazón. Se sienta junto a la puerta azul y la espera. Cuando ella pasa, acerca el oído con disimulo y lo percibe. Es un latido leve y fugaz, pero presente. Para él, es el latido de una realidad, es el sentido completo de una vida, de principio a fin. Cuando ella se aleja, acerca las manos con disimulo al nudo de la corbata y finge componerlo. Podrá soportar otro día sin ella. Hasta mañana. En ocasiones, el latido persigue al hombre hasta el trabajo y se le enreda en los zapatos, y lo hace tropezar con el café, y lo hace descuidar el teléfono, y lo hace olvidar el mediodía, y lo hace confundir el ocaso. En ocasiones, el latido persigue al hombre hasta su casa y se le enreda en los cabellos, y lo hace tropezar con la almohada, y lo hace descuidar la cena, y lo hace recordar que una vez dibujó una sonrisa en el espejo, y lo hace caer en la cuenta de que el tiempo, como el latido, se ha enredado en las cortinas. Cruza cada mañana, con su corazón prestado, frente a la puerta azul. Camina erguida, con paso fresco. Cuando el hombre acerca el oído con disimulo, ella percibe su anhelo. Es un ansia que le llega fugazmente, muy leve, pero presente. Para ella, es el anhelo pobre y huérfano de un hombre derrotado, es el vacío de una vida, de principio a fin. Cuando se aleja del portal, acerca las manos al cuello de su vestido y finge componerlo. Caminará, todavía erguida, hasta mezclarse entre la gente y el ruido de la calle. Y luego perderá el color de las mejillas y la arrastrará el desmayo. En ocasiones, el anhelo persigue a la mujer hasta el trabajo y se le enreda en los tacones, y la hace tropezar con los libros, y la hace descuidar a los niños, y la hace olvidar el mediodía, y la hace confundir el atardecer. En ocasiones, el anhelo persigue a la mujer hasta su casa y se le enreda en los cabellos, y la hace tropezar con las flores del recibidor, y la hace descuidar la cena, y la hace recordar que una vez extravió la sonrisa en el espejo, y la hace caer en la cuenta de que el azar, como el anhelo del hombre, están arropándola hoy. Mensaje sin botella23/1/2020 Caminaba de noche, caminaba de puntillas entre los charcos, bajo la luna llorona. Paseaba tarareando canciones de niños, de puntillas entre las risas de la gente. Y, al girar una esquina, lo vio. Vino hacia él, revoloteando débilmente como un pajarito herido. Era un pliego de papel rosado, una hoja a rayas de color cursi, sucia de barro en su envés. La cogió y pensó en su madre, pensó en ella riñéndole por rescatar las cosas del suelo, pensó en esos microbios de ojos amarillos y garfios de metal de los que ella hablaba, aunque le costó imaginarlos escondidos en ese folio rosa. Lo desplegó con curiosidad y lo leyó. "Porque no quiero continuar conociéndome, porque no soporto el vaivén de mis locuras, porque acabo rebuscando entre los muebles un beso tuyo, porque duele en los ojos la luz de los sueños, por eso me voy...” Junto a él había un gato que parecía querer leer la carta también. El muchacho lo saludó con un gesto y se sentó en un banco cercano, y se mojó con el agua de lluvia. El gato lo siguió. -No tengo comida, chato –le dijo. El animal no protestó. Se detuvo a sus pies y lo miró fijamente. Era blanco y tenía una mancha gris en el lomo. -¿De verdad quieres saber qué dice la carta? Es un poema. ¿Te gustan los poemas? Un maullido por respuesta. "Porque ya no quiero seguir traicionándome, porque no resisto el hedor de la demencia, porque acabo rebuscando entre tus ropas una caricia, porque hiere en la garganta el sorbo del tiempo, por eso me voy...” Alguien le arrancó de las manos el papel y salió huyendo. Era una chica muy joven de cabellos azules, que corrió ruborizada. -¡Me ha gustado mucho! –le gritó-. ¿Es tuyo? La chica no contestó, y el gato se rio de él. Asomado al abismo20/1/2020 Hace frío, hiere el viento en las mejillas. Hiere el viento esta noche, Javier, como si eso importara. Abajo hay gente que mira, curiosa. La gente no duerme en las ciudades. ¿Dónde está Sandra? Sandra sabe a nata, a crema tostada, y su nombre es de turrón, su nombre sabe a turrón, y a trufas, y su recuerdo es de fresa, ¿no es eso? Su recuerdo es fresa, y miel, y nueces. Su recuerdo hiere, Javier. La noche más fría, amigo, la noche más amarga, la que más duele, la noche más oscura, una noche de metal, de acero, una noche de recuerdos que torturan, una noche que no acaba, que no te deja ir ni te lleva, una noche de luces tímidas, de nubes tímidas que se esconden, que no quieren mirar, Javier. Y lo peor, amigo mío, es que ya no hay más noches con Sandra. Ya no hay noches, muchacho. No hay Sandra, no hay colores. ¿A qué sabe, te acuerdas? A nata, a nata y a crema, ¿no es cierto? Esta vida son dos días, Javier, ¿verdad que sí, hijo? Has oído esa frase tantas veces que te aburre valorar el sentido. ¿Y qué se puede hacer ahora? Porque la vida han sido dos días, y no hay más. No hay más noches, campeón. Dos días. Y el viento se ríe de ti, ¿te has fijado? El viento se ríe de tu vacío, muchacho, porque al viento no lo inquietan las paradojas. Dos días, una vida con aroma a fresa, una vida con textura de mazapán y, de pronto, un infierno, un desierto sin colores, las horas que se vuelven de goma y se estiran, y los recuerdos que se enredan en la ropa, y las noches son frías, son de hielo, son oscuras, y envenenan, y duele, ¿te duele, verdad?, y llorar no tiene sentido, llorar es un desahogo pasajero, como beber un trago. Hay una voz siempre a tu lado, Javier, una voz de terciopelo, en la almohada, pero está sola, como tú. ¿La oyes? Ve con ella, no seas tonto. La echas de menos. ¿Cuánto? ¿Podrías contarme cuánto? ¿Cuánto puede echarse de menos a alguien? ¿Y las heridas se cierran alguna vez? Dicen que está en un buen sitio. Dicen que está con él, con ése al que llaman todopoderoso, ése que no puede nada. Pide un deseo, Javier. Pídela, pide nata y crema, pide nueces. Pide un sueño, un sueño corto. En los sueños hay sabores, ¿te acuerdas? En los sueños la miel sabe a miel. Y los abrazos parecen de verdad. Y los besos. Pero ¿acaso es cierto que la gente no duerme en las ciudades? Con este viento que corta, qué locura, y con este frío. Mira toda esa gente. Están esperando a que saltes. Quieren verte caer para irse luego a la cama con el espanto grabado en los ojos, quieren contar a los suyos que la vida son dos días. Fingen alarma pero es mentira. No hagas caso. Te observan con preocupación, pero es mentira. Como si eso importara, Javier, ¿eh? Ve con ella, hijo. De todos modos, ya no quedan más noches. La noche y mi mentira16/1/2020 Si estuvieras cerca, te regalaría un cuento. Ya sé que es poco, pero es cuanto tengo. Si estuvieras cerca, te haría dueña de mi historia. Ya sé que es poca, pero es cuanto tengo. Te descolgaría una nube pequeña para que la usaras como almohadón, si estuvieras cerca, para que pudieras escucharme sin que se agotaran los músculos de tu sonrisa. Robaría tres hojas al olmo para acariciarte las mejillas, si estuvieras cerca, para que pudieras escucharme sin que se desvanecieran tus pupilas. Ya sé que es poco, pero es cuanto tengo. Si estuvieras cerca, fingiría estar perdido para poder hallar refugio en tu regazo. Fingiría haber llorado, si estuvieras cerca, para poder hallar consuelo en tu murmullo de seda. Pero la noche, que es de piedra y penumbra, me desbarata el ánimo y me recuerda que tu cercanía no es más que una mentira del corazón. Una mentira más. Pero la noche, que tiene ojos de hielo y sombra, me desfigura el ánimo y me recuerda que tu visita no es más que una mentira del corazón. Una mentira más. Y ya son muchas. Si estuvieras cerca, te regalaría los pétalos de un tulipán. Ya sé que es poco, pero es cuanto tengo. Si estuvieras cerca, te haría dueña de mi aventura. Ya sé que es poca, pero es cuanto tengo. Arrastraría hasta ti la ola que rompe en la playa, si estuvieras cerca, para que tus pies se desnudaran con la espuma. Robaría tres notas al piano y te arroparía con ellas, si estuvieras cerca, para que el terciopelo de una melodía te adornara el cabello. Ya sé que es poco, pero es cuanto tengo. Si estuvieras cerca, fingiría estar enfermo para poder hurtar un mimo a tus manos. Fingiría haber enloquecido, si estuvieras cerca, para poder hurtar un beso a tu cordura. Pero la noche, que es de hiel y acero afilado, me descompone el ánimo y me recuerda que tu presencia no es más que una mentira del corazón. Una mentira más. Y ya son muchas. Y es cuanto tengo. Historia de un eco15/1/2020 Invisible como el aliento de un copo de nieve, triste como un maltrecho desenamorado, diminuto como el pestañeo de una hormiga, perdido entre las copas de cristal de una mesa vacía, entre envoltorios de caramelos, entre migas de pan, desunido de la gente, de sus voces, de sus manos, de sus sonrisas, de sus promesas vacías, escurridizo como el aroma de una margarita en primavera, repentino, flotando en el aire a un centímetro de esta Navidad, tan diferente, tan ajena a esa otra Navidad de infancia, murmurando un villancico roto, una canción desnuda de melodía, tropezando con las huellas de amor viciado que quedaron sobre la mesa, y acunado en su propio llanto, que de tan débil apenas le humedece las mejillas, así es este eco pequeño, así deambula este eco pequeño, que de tan frágil apenas se sostiene erguido. Ayer, se encaramó de pronto al árbol del vestíbulo y comenzó a columpiarse, lánguidamente, en uno de los regalos postizos. Y sin pedírselo, y sin preverlo, sin desear que lo hiciera, me recordó que esta misma Navidad, una vez, había sido distinta. Imitando las voces desteñidas del pasado, imitando la tuya, me recordó que esta misma Navidad, una vez, había sido distinta. Es un eco pequeño que ronda mi ventana, invisible como el suspiro desmayado de un acordeón, triste como el dueño de un corazón arruinado. Es un eco pequeño que, abrazado a los rayos tibios de sol, se desliza en mi casa con el mediodía, diminuto como el lunar de una mariquita, y se pierde entre los cubiertos y el mantel de la mesa vacía, entre las páginas de un periódico vacío, entre migas de pan. Es un eco pequeño que tropieza sin querer con las huellas de amor malogrado, un eco pequeño que se acuna y adormece en su propio llanto. Ayer, se encaramó de pronto al árbol del vestíbulo y comenzó a columpiarse, despacio, en la estrella que adorna su copa. Y sin pedírselo, y sin preverlo, sin desear que lo hiciera, me recordó que esta misma Navidad, una vez, había sido hermosa. Y pintando con un carboncillo gastado las voces fingidas de otra vida, dibujándome la tuya, me recordó que esta misma Navidad, una vez, había sido hermosa. Archivos
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